Concebida inicialmente para expiar los traumas de un divorcio, La casa de verano permite a Valeria Bruni Tedeschi, en calidad de autora total (directora, protagonista, guionista y productora) la indisimulada oportunidad de parodiar sus experiencias propias y familiares en una suerte de sainete francés que oscila entre lo histriónico y lo emotivo. La radiografía tiene su interés al margen de lo cinematográfico, al tratarse la hermana de Carla Bruni (que encontraría aquí su remedo en el personaje de Valeria Golino) de una consagrada artista depositaria de dos tradiciones, la italiana y la francesa, ambas presentes en esta comedia donde lo ligero ni implica no poner toda la carne (personal, poética) en el asador.
Lo advierte el propio personaje, una directora agobiada por una ruptura sentimental y una pérdida del pasado que descubriremos más adelante; su don y su maldición es hacer cine con las miserias de su familia, lo que implica llevarse casi necesariamente mal con ella. Una excusa como cualquier para obsesionarse con su propia existencia tras Un castillo en Italia y Actrices, abundar en esa faceta de autocrítica mosca cojonera de sí misma, no exenta afortunadamente de una fuerte carga irónica, y de paso añadir una tardía pero nada sutil nota social que abunda en la ensimismada naturaleza de estos nobles más o menos añejos.
La película no oculta lo ensimismado, ególatra, de la maniobra, es más lo pone en primer término para sacar unas risas a costa de su atribulada protagonista diluyendo por el camino varias fronteras, la de lo privado y lo público, como en esa cena donde abunda el humor sórdido a costa de... ¡una violación! y sobre todo la ya emborronadísima línea entre realidad y la ficción (la protagonista está ideando un guión que luego trasladará a la pantalla...) descubriendo su naturaleza de alucinado reflejo de una verdad que está delante de nuestras narices.
La acción de esta larga La casa de verano (que pasa sobradamente de las dos horas) es escasa, pero una vez acostumbrados a su tenue hilo conductor, tan flojo como el proyecto que la propia cineasta presenta a los productores en la primera escena, a que cada uno de sus caprichosos aristócratas convive con lo suyo y solo con lo suyo, la cosa se disfruta mucho. En un momento dado, la co-guionista que Valeria se lleva de vacaciones asegura que la única diferencia entre la comedia y el drama es dónde acabar el tinglado, donde poner el punto final de la historia. Bruni Tedeschi logra aunar en sus personajes lo que es horrible y excelente a la vez, y pone el suyo propio en un territorio ficcional, neblinoso, dando continuidad a los mismos temores con los que comenzó el filme.