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Santiago Navajas

Kevin Spacey en tiempos del macartismo #MeToo

En Hollywood están reviviendo los juicios sumarísimos del macartismo en versión sexual, con el movimiento feminista radical del #MeToo sustituyendo al siniestro senador.

En Hollywood están reviviendo los juicios sumarísimos del macartismo en versión sexual, con el movimiento feminista radical del #MeToo sustituyendo al siniestro senador.

En una versión posmoderna del mantra de que la Historia primero se da como tragedia y luego se repite como farsa, en Hollywood están reviviendo los juicios sumarísimos del macartismo en versión sexual, con el movimiento feminista radical del #MeToo sustituyendo al siniestro senador Joseph McCarthy. Sin embargo, esta está siendo una buena semana para los que vienen sufriendo los efectos de las acusaciones más allá de una duda razonable.

Si Woody Allen ha empezado a rodar en San Sebastián, a pesar de Bildu y huyendo del ostracismo al que lo condenó en su país el linchamiento social liderado por Amazon, ahora ha sido Kevin Spacey el que se ha librado de una de las acusaciones de acoso sexual. "Los sexólogos sobre Kevin Spacey: ‘Es un farsante’". Así titulaba un periódico cuando acusaron al actor norteamericano. El "farsante" ha sido ahora absuelto porque el farsante era más bien el acusador. Todavía quedan unos cuantos contra él, pero, además de rehabilitar a Spacey, deberíamos tratar de no cargarnos la presunción de inocencia.

Del mismo modo que McCarthy trató de intimidar a cualquiera que discutiese su paranoia política de derechas, ahora se trata de crear un clima de acoso contra aquellos que cuestionen la neurosis del movimiento #MeToo. Por ejemplo, ha sido despedido de la Universidad de Harvard uno de los abogados defensores de Harvey Weinstein por las presión de los activistas que tratan de que Weinstein, Allen, Spacey y tantos otros sean juzgados meramente por sospechas e insinuaciones –es decir, linchados– de personas que han de ser creídas a priori y sin ningún tipo de verificación simplemente por su presunta condición de víctimas o por estar en una pretendida situación de vulnerabilidad respecto de los acusados.

Efectivamente, en tiempos de McCarthy había espías comunistas que robaron secretos de Estado, como Julius y Ethel Rosenberg. Y seguramente habrá productores de Hollywood que se hayan aprovechado de su posición para perpetrar abusos y agresiones sexuales. Pero lo que no se debe hacer es aprovechar para montar una causa general sin ton ni son, llevándose por delante a culpables e inocentes. Arthur Miller escribió Las brujas de Salem para denunciar el clima de denuncia que instauró el senador republicano. Pero resulta que las brujas de ayer no han aprendido la lección y se han convertido en las inquisidoras de hoy.

Así, Asia Argento no solo se puso a la cabeza del movimiento inquisidor, sino que atacó a las mujeres que, como Catherine Deneuve, trataron de introducir un poco de sosiego y racionalidad en el debate, a las que acusó de "misoginia interiorizada que las ha lobotomizado hasta un punto de no retorno". Pero, de nuevo la farsa, un actor acusó a la propia Asia Argento de haber abusado de él (por lo que consiguió una cuantiosa suma para no llegar a juicio).

Los daños morales y económicos para Kevin Spacey han sido considerables. Lo han echado de una serie de televisión (House of Cards), lo han borrado de una película (Todo el dinero del mundo) y lo habrán descartado de varios proyectos. Antes de que hubiese una condena en firme, Spacey se volvió tóxico, radiactivo. Es sintomático que Ridley Scott, el director de Todo el dinero del mundo, no tuviera ni un momento de duda moral, según sus palabras, a la hora de pegarle el tiro de gracia artístico al actor. Nada personal, solo profesional. Me pregunto si las secuencias que Spacey interpretó se han guardado o destruido. En el primer caso, cabe volver a estrenar la película con la versión original, haciendo aparecer el fantasma de Kevin Spacey del limbo en el que ahora descansa junto a las víctimas de las fotografías borradas por Stalin. Quizá todavía haya lugar para la reparación. Pero eso es algo que Ridley Scott, como director, y todos nosotros, como sociedad, nos debemos plantear. Hasta que Spacey vuelva a estar nominado a un Oscar.

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