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Charles Lee Ray, el asesino de plástico: análisis desordenado de la saga Muñeco Diabólico

El estrangulador que sobrevivió en un muñeco y acabó convirtiéndose en una figura del cine de terror. Hablamos de Chucky, el muñeco diabólico.

Brad Dourif como Charles Lee Ray | Warner/MGM

Charles Lee Ray, el "estrangulador de Lakeshore", murió el 9 de noviembre de 1988 una juguetería de Chicago, abatido por los disparos del detective Norris. Solo que en realidad no lo hizo. Sus aventuras no hicieron más que empezar en el cuerpo de Chucky, un muñeco de moda Good Guy (trasunto satírico de los Cabbage Patch que arrasaban en la época) que se reveló como el escondite perfecto para sus fechorías. Bien es cierto que, al menos al principio, las intenciones de Lee Ray no era permanecer allí para siempre, sino habitar el cuerpo del primer niño al que confesó su secreto. Más tarde cambiarían sus prioridades, pero esa es otra historia, carne de secuela.

Según los rituales vudú que seguía Lee Ray (producto de derivar los nombres de los notables asesinos Charles Manson, Lee Harvey Oswald y James Earl Ray) el procedimiento era vivir (casi) eternamente, saltar de un cuerpo a otro, una vida eterna depositando de nuevo su alma en el cuerpo de Andy Barclay, ese primer niño que interpretó Alex Vincent en las dos primeras películas, papel que en el remake de 2019 recae en Gabriel Bateman.

Lee Ray no existe (al menos de momento) en la realidad, ni tampoco en el argumentario de la nueva Muñeco Diabólico. El repaso extensivo al guión original de Mancini (que estuvo en Madrid y habló con la prensa hace apenas unos meses) obra del joven Tyler Burton Smith no cambia lo esencial, pero sí añade una variación fundamental de cosecha propia que lleva la nueva película por otros derroteros: Chucky ya no es un alma humana sino una Inteligencia Artificial descontrolada, sin filtros, una suerte de Alexa que solo quiere agradar a su amo e inicia una curva de aprendizaje mortal.

El nuevo Chucky de 2019 | Vertice Cine


Don Mancini, creador del concepto original, ha rechazado abiertamente la confección de este remake, que aterrizó en la taquilla USA en segundo lugar tras Toy Story 4 con unos correctos 14 millones de dólares (la película costó 10). Ni siquiera figura en los títulos de la película estrenada en España este 28 de junio. Pero la nueva Child's Play, ese "juego de niños" que propone la versión original, en realidad impulsa parte de ese concepto de su idea de 1988, esa misma que el director Tom Holland quiso robarle sin éxito en sucesivas reescrituras: el muñeco no dejaba de operar según los dictados del subconsciente del niño, quizá el culpable seminal de los crímenes, librándose a través de esta expresión de sus deseos ocultos de toda figura de autoridad. El director Tom Holland entraría en escena para cambiar el guión con vistas a un rodaje inmediato, creando a Charles Lee Ray, "Chucky", y de paso propulsando al monstruo al olimpo de los psicópatas del cine de terror fantástico de los 80 y 90. El cambio, lo reconoció Mancini, fue para bien, y así continuó en otro estudio, Universal, con la excelente, colorida y vistosa secuela dirigida por John Lafia.

Aunque en la nueva versión es el legendario Luke Skywalker, Mark Hamill, quien pone la voz en versión original, el primer Chucky es indisoluble de la figura de Brad Dourif. Incluso el aspecto del infernal muñeco remite a las facciones de éste, un semblante de aires tan mefistofélicos como el de Jack Nicholson, con quien muchos le han sacado semejanzas (y con el que coincidió en el reparto de Alguien voló sobre el nido del cuco). Dourif, visto en Alien: Resurrección, El Exorcista III o como Lengua de Serpiente en El Señor de los Anillos, es uno de los "popes" del género, a la altura de Robert Englund, Tony Todd o Kane Hodder. En una de las últimas secuelas, La semilla de Chucky, Mancini se permitiría aceptar esa opinión popular para el canon de la serie, poniendo al muñeco en la misma posición que a Nicholson en su célebre derribo de la puerta a hachazos en El Resplandor. Mientras todo esto ocurría y Dourif se encaramaba al olimpo de los psycho-killers del cine, el actor desarrollaba una notable carrera como secundario de raza. Quizá le reconozcan como el médico Doc Cochran de la serie Deadwood, que en la película de reciente estreno tiene un rol casi protagónico.

El rito vudú de Damballa, deidad africana primitiva, tiene algo que ver con el mito zombi. Recitado en un francés muy, digamos, sui generis (Ade due Damballa/Secoise entienne mais pois de morte...) que en La novia de Chucky apareció codificado en el libro "Vudú para tontos", el asunto no es necesariamente maléfico, y aquí remitimos a la secuencia de la primera Child's Play donde Lee Ray asesina a John Bishop, su maestro en estas técnicas, que ve al asesino como una aberración a sus enseñanzas (la contestación de Charles es partirle las piernas con un muñeco vudú). Sus rayos y la espectacular explosión que provoca permite a los técnicos de efectos especiales lucirse convenientemente, pero hay que decir que no es efectivo en todas las ocasiones: si el huésped pasa demasiado dentro del nuevo cuerpo, le será imposible salir de él. Esa es la causa del monumental enfado de Lee Ray al final de la segunda entrega, en ese formidable y "burtoniana" factoría fotografiada excelsamente por Stephan Czapsky, cuando por fin se da el ansiado encuentro con Andy propiciando una persecución que deriva en su sangriento final. En la tercera entrega, rodada presurosamente para estrenar nueve meses después, y ambientada en una escuela militar (quizá la película menos querida y cuidada de la serie) Chucky tendría que buscar otra víctima, con Andy pasando a ejercer el rol de protector de otro niño, ya nunca más de víctima. Y en las posteriores, Charles ya parece haberse acostumbrado a vivir dentro de un muñeco: por un lado, puede cometer cualquier fechoría sin que nadie sospeche, y por otro, puede vivir eternamente sin que su "nueva carne" envejezca.

Chucky se adapta a los noventa: La novia de Chucky | Universal

La saga Muñeco Diabólico original funciona, hasta que los noventa y la moda Scream entraron como elefante en cacharrería, como una perfecta variación de la narrativa de Terminator. Chucky, pequeño pero invencible, no es todavía de carne y sangre, y poco importa el daño estructural al que se le someta. El alma de Charles Lee Ray pide sangre y tiene un objetivo, y no cesará en su empeño como la programación del mítico Terminator de la primera entrega. Precisamente en este punto profundiza el remake de 2019, con Chucky convertido en eso: una máquina doméstica capaz de, en virtud de un error en la cadena de fabricación propiciada por las penosas condiciones de trabajo de la fábrica de Kaslan en Vietnam (¿alguien ha dicho Apple?), conseguir su objetivo de buscar el amor de su dueño a cualquier precio. Una característica que añade una paradoja nueva al personaje, una nota trágica, a la nueva generación de muñecos Buddi (ya no Good Guy, recuerden: cuestión de derechos). Entre una saga y otra mediaron dos secuelas, la excelente La novia de Chucky, de Ronnie Yu (1998) y La semilla de Chucky (2004), concebidas por Mancini (que debutó como director en esta última) como una alegoría de las relaciones amorosas y familiares disfuncionales, e incluso la identidad sexual (Mancini, homosexual, vertió en el pequeño Glen ciertas inquietudes y frustraciones) con Chucky ejerciendo el papel de elemento represor. El terror, tan vinculado a la liberación de este tipo de emociones de manera sangrienta, salió un tanto perjudicado, pero esta sección John Waters" de la historia de Chuck (Waters tiene incluso un papel en La semilla) tiene su lógica y su contexto.

Antes del remake, Chucky todavía regresaría en dos secuelas directas a DVD con gran aceptación crítica y del fan. La maldición de Chucky (2013) y Cult of Chucky (2017) volvieron al terror con vetas humorísticas, pero terror al fin y al cabo, con un ambientación primero gótica y después industrial (Cult transcurre en un psiquiátrico). Pese al cambio de autoría en el FX de Chucky (Kevin Yagher ya había dejado paso a Tony Gardner), el Chucky de aquí, sin las cicatrices (el precioso "stitched Chucky" de La novia y La maldición) retornaba a los orígenes de la serie. Aquí tenemos que mencionar la presencia de Fiona Dourif, que asume el rol protagonista como ¡hija! del psicópata con el que iniciamos nuestro relato. Fiona es, lo han adivinado, hija en la realidad de Brad Dourif, por lo que el parecido por línea sanguínea resulta verosimil, al menos en lo visual. Nica, personaje al que interpreta, va en silla de ruedas y comienza una huida que, de momento y hasta la próxima secuela (que adquirirá forma de serie televisiva de nuevo bajo el nombre "Child's Play") no ha acabado particularmente bien para la joven, cuyo cuerpo ha acabado siendo el nuevo hogar del asesino en serie. La saga ha acabado teniendo algo de reunión entre amigos (Mancini, Jennifer Tilly y Fiona Dourif comparten fotografías en redes sociales de constantes reuniones del grupo, mostrando su amistad real y de paso azuzando la curiosidad del seguidor).

Brad y Fiona Dourif | Twitter

La serie original y ahora el remake destacan por dos cosas: su pertenencia insobornable al slasher de los ochenta y noventa y un contenido social crítico contra el consumismo en boga y que no va en contra de su ADN básico, el del puro, modesto cine de explotación. Mancini, hijo de un ejecutivo publicitario, ejerció en su infancia de "conejillo de indias" de su padre, y vertió en su guión (brillante y enérgico ejercicio de estudiante de cine) ese comentario crítico contra la consideración, ya asumida entonces, de que los niños no son otra cosa consumidores en ciernes. A ello se suma el concepto, no precisamente sutil, de un un asesino de masas camuflado de inofensivo objeto seriado y salido de una cadena de montaje. En el remake de Lars Klevberg estrenado esta semana, y que por fin ha devuelto a Chucky a los cines tras su paso por el DVD, éste cobra forma de Buddi, un ortopédico muñeco destinado a controlar diversas funciones del hogar pero también concebido como juguete hiperconectado con otros productos de la factoría. Lo mismo, pero con una dosis tecnófoba bien matizada en el guión (y ojo aquí, la tecnología no mata sino que lo hace un ser manipulado, a su vez, por el ser humano frustrado) y una buena dosis de humor satírico y negro. Mejor dicho, negrísimo. El gran defecto de su película, en realidad, es un final que carece del lustre de las tres primeras entregas, de su pequeña dosis de espectáculo de cine de estudio, sin que eso estorbe los estupendos resultados de esta inesperada buena película. Chucky, ahora por Bluetooth, podrá controlar coches autónomos, lanzar drones contra los descubiertos cuellos de sus rivales... subirse a la nube, como si ésta fuera un cielo para el alma, cuando su cuerpo sea destruido. ¿Acaso no es lo mismo que hacía Lee Ray en su tránsito de un muñeco a otro? Una cosa sí es cierta: don't fuck with the Chuck.

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