El chileno Sebastián Lelio adapta en Gloria Bell su propia película de 2013, Gloria, solo que esta vez a mayor gloria de la también productora Julianne Moore. La galardonada con el Oscar por Siempre Alice podría realizar aquí una de las mejores interpretaciones de su carrera, digna de otro destacado premio. Hay, naturalmente, otros cambios relevantes en este salto de Gloria al mercado americano, como son el ubicar la acción a Los Angeles, pero la historia es por entero la misma: la Gloria del título es una mujer madura y divorciada que ve cómo se consumen sus días trabajando por el día y bailando en una discoteca por la noche, hasta que un nuevo romance podría significar un definitivo cambio de página en su vida.
Lelio dedica toda su película a mostrar cómo vive Gloria y la gente con la que se relaciona. Por el camino, observamos con comprensión la vida cotidiana de la mujer y de paso asistimos a algunos postureos casi obligados de la vida moderna que le dan cierta carga irónica al filme: clases de yoga, risoterapia, citas para la depiladora, el insomnio provocado por un vecino desequilibrado... Gloria tiene unos hijos más bien insoportables, aunque al final tampoco tanto. Lelio se vale de una actriz capaz de cargar sobre sus hombros toda la película y aún así pedir más, sin asomo de divismo; capaz de marcar por sí misma el tono de la pieza. Moore sabe cómo representar a esta mujer todavía cándida pero no gilipollas, es capaz de desnudarse física y mentalmente y divertirse con los pequeños actos de rebeldía que Gloria se permite. En un momento dado, probablemente planificado por Lelio, Moore llega a taparse los ojos cegada por el sol y aún así continuar con su frase. Ella es la película.
Lejos de ser magistral, y dejando de lado la necesidad de repetir punto por punto la misma historia que en Gloria (si de un remake de terror se tratase esto encabezaría cada crítica que ustedes pudieran leer de Gloria Bell, pero ya saben, no es el caso), la película funciona también por su preciosa pero escasamente glamurosa fotografía y por la excelente música instrumental de Matthew Herbert, capaz (mucho mejor que el propio Lelio) de convertir en relevantes, mágicos, momentos aparentemente intrascendentes. No obstante, el ritmo que el chileno imprime a la historia, presentada mediante una monótona sucesión de primeros planos destinados a reforzar el punto de vista de ella, resulta agotadora y opresiva. Fuera o no deliberado este efecto, el retrato de la soledad de la mujer madura que propone Gloria Bell resulta suficiente, siquiera por el difícil equilibrio que Lelio intenta mantener (no siempre con éxito) entre los mohines de la comedia dramática hollywoodiense, el cine indie esta vez de procedencia latina y el "dramedy" televisivo.