Con su lógica y literal traducción al castellano, el título de Us, Nosotros, pierde sin embargo uno de los dos sentidos que el director, el americano Jordan Peele, ha imprimido a su fábula de doppelgängers. Us es, efectivamente, nosotros, pero también el acrónimo de United States, delatando el trayecto de lo íntimo a lo colectivo que vamos a presenciar en la cinta a medida que la acción va aumentando de escala (y lo hace en progresión gracias a un guión milimétrico) y convierte a esta segunda producción de Peele, miembro del dúo cómico Key & Peele, en un verdadero misil cinematográfico.
Digámoslo ya: Nosotros, que narra el encuentro de una familia negra de clase media con sus dobles, es un filme de terror y comedia avasallador, una acumulación de situaciones límite que carece de eso, de límite, y va creciendo en escala e intensidad pero también en significado. No tengo ni idea de si es una obra maestra, eso que lo juzgue el tiempo. Pero sí que, con esa metáfora psicológica y sociopolítica rotunda que sostiene todo el tinglado (esto no solo va de dobles, sino de lo que hay arriba y lo que hay abajo) queda claro que estamos ante el surgimiento de una nueva voz dentro de un género que tiende a la repetición de esquemas y al guiño. Porque Peele lo orquesta todo con una caligrafía fílmica notable, abundando en ideas puramente visuales (atención a los conejos enjaulados) y exhibiendo un virtuoso dominio del guión y el montaje: una vez la acción comienza, la acción se divide en cuatro para luego juntarse de nuevo como en un tren de la bruja con múltiples subidas y bajadas que no se agota en los primeros tres cuartos de hora.
En su segunda película tras la aclamada Déjame salir, el cineasta, que ya reclama la autoría total como director, guionista y productor, parte precisamente de la nostalgia a la moda (la historia da comienzo en 1986 en una feria californiana y contiene un homenaje explícito a Jóvenes ocultos, CHUD, Tiburón y otros mil títulos) para realizar aseveraciones sociopolíticas muy, muy contemporáneas. Nosotros, sin embargo, puede presumir de un músculo narrativo y un sentido lúdico que haría palidecer a la mitad de los simulacros de esta generación Stranger Things. El discurso no se sobrepone a la acción, si lo prefieren, y tampoco la actitud del cineasta. Que el filme pueda funcionar como una entrega de La noche de los muertos vivientes, pero con dobles, o Halloween en su aterrador segmento de "home invasion", son rasgos genéricos que en manos de Peele no resultan trasnochados y que refuerzan la existencia de un narrador que sabe dar pequeños codazos de complicidad a su querido espectador sin echarse laureles o resultar autoindulgente. El cineasta puede presumir de cultura, pues no se ha quedado en la década de los 80 en su evidente recuperación de un arquetipo jungiano (y a su vez motivo del expresionismo alemán) para el buen cine comercial de esta década. Lo ha hecho, sin embargo, de una manera accesible, comprensible y aterradora, creando un juego de espejos muy similar a aquel en el que ingresa Adelaide al principio del filme.
Todo ello lo logra sin extraer lo festivo la experiencia, lo pintoresco de sus personajes. Existe conexión emocional con esta familia de color a quienes no se les caracteriza solo por su raza, a quienes se les integra en un ecosistema más amplio. La de aquí es, por cierto, la primera gran interpretación de Lupita Nyong'o, intérprete descubierta en Doce años de esclavitud y luego utilizada como icono exótico a la moda en mil portadas de revistas. Nosotros parte de eso y nos introduce en una montaña rusa de tensión que no obvia ciertas bofetadas de pura rebeldía y con notas abundantes de humor en medio de la tensión, tanto a nivel de puro "gag" como de construcción de personaje, de las de levantarse a aplaudir. La secuencia de los niños a ritmo de rap, y su posterior enfrentamiento a las gemelas, mezcla risas y horror igual de eficazmente que Wes Craven hizo con su Scream.
Pero ni siquiera como Craven. A Peele se le ha saludado ya como un nuevo Shyamalan y un nuevo Spielberg y un nuevo Rod Serling. Se trata quizá de algo excesivo, en todo caso inapropiado, dado que dos de esos cineastas siguen operando a todo gas. Lo que sí es cierto es que estamos ante un director que sabe lograr una conexión emocional con sus personajes y no solo dar sustos (los da); que no da la chapa con pretenciosos subtextos que ahoguen la aventura, pero a la vez remata películas con una profunda veta social. Que, a su vez, no solo compone sus guiones en base a un "pitch" poderoso, sino que preña de giros argumentales el devenir de un thriller psicológico que no para de crecer hasta erigirse en un fresco de un país entero, desde su fontanería hasta sus debates sociológicos cosméticos. Y todo ello siendo un excelente thriller de terror y risas. A Nosotros, si no es una obra maestra, desde luego le falta poco.