El documental serializado es una de las plagas audiovisuales de los últimos años. El ‘true crime’. No sé si habrá suficientes asesinos para tanto documental. La culpa es sobre todo de Netflix, con más criminales en su catálogo que el Aranzadi. Uno de los últimos estrenos de la plataforma es Conversaciones con asesinos: Las cintas de Ted Bundy. Por lo menos este es conocido. Son cuatro episodios dirigidos por Joe Berlinger con entrevistas inéditas al ejemplar en el corredor de la muerte de Florida, declaraciones de una víctima y de otras personas. También nos cuentan el lío montado por la prensa alrededor de sus detenciones, el tratamiento de estrella, de asesino sexy, sus huidas, su juicio y hasta su vida matrimonial. Hay, además, una película de Berlinger protagonizada por Zac Efron (el tío era guapo) y John Malkovich desde la perspectiva de Elizabeth Kloepfer (Lily Collins), la novia de Bundy. 30 años después de que lo achicharraran en la silla eléctrica (habían pasado 20 años desde su primer y brutal asesinato) nos vamos a hartar de Bundy. Pero a algunos ya les ha afectado. Como no sólo hay asesinos en el mundo sino también chiflados, ahora hay quien sostiene que el angelito era inocente. Es lo que pasa por remover la basura.
Al principio no admitió sus crímenes pero sí lo hizo la víspera de su ejecución. Escribía cartas a las mujeres que lo adoraban cuando estaba en prisión y les decía que el culpable no era él, pese a las evidencias (se demostró que los mordiscos de las mujeres correspondían a su dentadura). Luego esas enamoradas tuvieron ataques de nervios con la ejecución. Durante su carrera criminal se disfrazaba, se tapaba con jerseys de cuello alto un lunar en el cuello, era meticuloso, no cometía riesgos, a los testigos les costaba reconocerlo, el tipo parecía una persona distinta en cada fotografía, se ponía una escayola falsa en el brazo para tirar libros y dar pena a las mujeres, que luego lo acompañaban al coche. Secuestraba jóvenes universitarias y guapas, las violaba, mataba y escondía los cadáveres. Volvía para tener sexo con los cuerpos en descomposición. Hasta las maquillaba.
La atención prestada entonces fue más a la persona de Ted Bundy que a los crímenes. Sólo faltaba su resurrección en cine y en televisión para volver a convertir a un asesino en figura pop. Para que unos digan que era inocente y otros echen la culpa a la pornografía que veía. Aunque eso lo dijo él, que era adicto a la pornografía y, junto al alcohol, le estimulaban en sus asesinatos. La fiesta sólo está empezando.