Overlord llega, con discreción pero la sutileza de un elefante en una cacharrería, a capturar cierto estado de ánimo entre la progresía USA: Hitler puede estar vivo, su espíritu nunca murió y se hace carne y sangre en la odisea (y los cuerpos) de estos soldados de la Segunda Guerra Mundial. Lejos de mí sacar paralelismos políticos en plenas midterm americanas, pero la nueva producción de J.J. Abrams, quien aquí solo produce (se trata, por cierto, de la película más sangrienta de todas las amparadas por el nuevo as del entretenimiento) se aprovecha de esa tesitura, de cierto clima ideológico. El hecho de que el principal punto de vista humano de la función bascule hacia un personaje negro no puede ser casual. Bien es cierto que su objetivo es uno y único: sumergir al personal en una montaña rusa de emociones de serie B, facturada con la histérica velocidad habitual de los productos Abrams. Y ese objetivo lo cumple muy bien.
Es más, Overlord (que, les adelanto, no está relacionada con la franquicia Cloverfield, tal y como se rumoreó) podría ser perfectamente uno de los productos más sólidos de su factoría Bad Robot. La historia de este escuadrón que, justo antes del día D, recibe el trascendental encargo de acabar con una torre de transmisiones nazis en la Francia ocupada (y lo que se allí se encuentran en lugar de un centro de comunicación) versa sobre mutaciones y metamorfosis con total legitimidad: ella misma es un híbrido de dos motivos de cine popular, el bélico y el de infectados/zombis, y su trama bien compactada proporciona emociones "pulp" dignas del mejor tebeo bélico actualizado. Lo hace a la manera Abrams, que para eso es suya: el filme comienza como un relato bélico a lo Salvar al Soldado Ryan (con una eficacísima secuencia en un avión), continúa como un filme de terror y acaba como una versión perversa de Capitán América, en virtud de la presencia de un actor, Ward Russell, que aúna la complicada belleza masculina de su progenitor, Kurt Russell.
Julius Avery dirige el invento como un niño con zapatos nuevos. Sabedor de que su guión es pobre en personajes y diálogos, pisa el acelerador de la violencia y presenta imágenes fascinantes, teñidas de un mensaje de divertido nihilismo: si no te preocupas de los muertos, acabarás igual. Los soldados americanos ahorcados por sus propios paracaídas colgando en el bosque; la (y aquí no hay spoilers) fenomenal explosión final, que Avery rueda (cómo no) en plano secuencia... Overlord dura muy poco y no se entretiene demasiado en nada, pero eso no importa demasiado. La película actualiza emociones pulp provenientes de antiguos tebeos de guerra y el terror de serie B, y lo hace con una saludable dosis de fuerza bruta cinematográfica.