Se nos ha ido, silenciosamente, un gran actor, un hombre sencillo, buenazo en la jerga coloquial llamado Álvaro de Luna Blanco, a los ochenta y tres años. Sus más cercanos ya presentían su adiós, víctima de un cáncer de hígado que padecía desde hacía tiempo. La biografía de quien popularizó el personaje de "El Algarrobo" en la serie de televisión "Curro Jiménez", tantas veces emitida, tiene pasajes curiosos, no frecuentes en la mayoría de sus colegas, que le apreciaban mucho, como asimismo los periodistas que lo tratamos, siquiera superficialmente, como fue nuestro caso; lo suficiente para apreciar sus virtudes personales, que las artísticas ya eran evidentes.
Este madrileño de aspecto rudo y a veces mal encaradado, razón por la que le adjudicaban papeles de villano, resulta que cursó estudios de Medicina y por su contextura atlética practicaba varios deportes en la Ciudad Universitaria. Ello llegó a oídos de gentes del cine que lo reclamaron para ser especialista, doble de los actores de relieve a la hora de enfrentarse a peligrosas escenas. Así, Álvaro de Luna se vio de pronto inmerso en los estudios romanos de Cinecittá, donde fue contratado en Espartaco para ejecutar esas secuencias de acción que debía rodar nada menos que Kirk Douglas, como también las de Tony Curtis, y luego hizo otro tanto cuando Anthony Quinn encarnó en la pantalla a Barrabás.
Por supuesto que dados sus satisfactorios trabajos fue después elegido para semejantes menesteres ya en España. Y hacia 1963 ya hizo sus primeros pinitos como actor, por ejemplo en La máscara de Scaramouche, donde ya "tenía frases", como se decía al menos antes en el argot peliculero. Dos años después destacó en Estambul 65, de Isasi-Isasmendi. Y posteriormente, hasta alcanzar una nutrida filmografía, intervino ya con papeles más destacados en "Dulces horas", de Saura, "En septiembre", de Jaime de Armiñán, "Luna de lobos"…
Pero fue, mediados los años 70, cuando Curro Jiménez encumbró a Álvaro de Luna (como asimismo a Pepe Sancho) a pesar de que el protagonista se llevara el mejor trozo de pastel, léase popularidad, que era Sancho Gracia, propulsor del argumento, muy amigo de Adolfo Suárez, lo que le facilitó que Televisión Española apostase por su programación en buenas condiciones. Álvaro se llevaba bien con el trío, no así sus otros dos compañeros. En adelante, "El Algarrobo", como comenzó a ser conocido en todas partes, tuvo mayor peso en otros repartos cinematográficos. El teatro no le tentaba tanto aunque se le recuerda en 1972 por su participación en la comedia dramática de Jaime Salom La noche de los cien pájaros.
La vida sentimental de Álvaro de Luna no parecía interesar a las revistas rosas. De ahí probablemente que el dato que les aportamos a continuación ni figure en los archivos de las mismas. Fue su noviazgo con Pilar Miró. Quien fuera realizadora de televisión, cine y hasta responsable de obres de teatro y ópera, también Directora de Televisión España y de Cinematografía, mujer enamoradiza, de la que aquí sólo contaremos ahora su pasión por Álvaro de Luna. Fue ella quien se fijó en él, la que lo conquistó. Quien le propuso matrimonio, incluso, con el asentimiento del actor, quien se encontraba feliz con ella, aunque un tanto confuso a veces por la visceralidad del comportamiento de su compañera, mujer independiente, resuelta a llevar por lo común siempre las riendas en todas sus relaciones, sentimentales y artísticas. Y Álvaro de Luna cayó en las redes amatorias de Pilar. Y cuando hacían planes de boda fue Pilar y se esfumó, dejando al buenazo del novio con dos palmos de narices, realmente conmocionado, deprimido, por aquella ruptura que él nunca había provocado, según contaba a sus íntimos. Compuesto… y sin novia, como suele decirse en estos casos.
Afortunadamente conoció luego a una maravillosa mujer que convirtió en su esposa, Carmen Barajas, relacionada con la industria cinematográfica también, que le daría dos hijas, la primera nacida cuando Álvaro ya era cuarentón. Un matrimonio feliz que gozaba de la admiración de cuantos compartían con ellos sincera amistad. Porque si ella siempre fue simpática, discreta, sin aprovecharse para nada ante los fotógrafos de la popularidad de su marido, él la correspondía de igual modo, sin comportarse jamás de manera vanidosa. Una pareja encantadora. Culto, buen conversador, lo veíamos años atrás compartiendo tertulia en el café Gijón, en el madrileño Recoletos, con sus mejores compañeros de conversación: el novelista valenciano Manuel Vicent y los actores, ya desaparecidos, José Luis Colly Manuel Aleixandre.
Cabalgando por el cielo estará ya aquel entrañable "Algarrobo", al que muchos seguro lloran y echan de menos.