Estamos en la ceremonia de los Oscar de 1969. Gana una tal Oliver con cinco estatuillas. Entre el resto de películas ganadoras tampoco ninguna ha pasado a la historia del cine, salvo dos premios de refilón a La semilla del diablo y 2001, una odisea del espacio. En un desierto de mediocridad destacan los talentos irreverentes de Roman Polanski y, sobre todo, Stanley Kubrick.
Paradójicamente la única película norteamericana de aquel año que pueda dirigirse de tú a tú con 2001 es otra película de ciencia ficción sobre un futuro distópico. Allá donde la película de Kubrick es poética y filosófica, El planeta de los simios de Franklin Schaffner es prosaica y popular. Ambas, sin embargo, son contundentes de principio a fin. Tanto una como otra empiezan con una secuencia en un desierto y las dos finalizan con una metáfora visual que compiten entre sí en la carrera de los cierres cinematográficos que marcan una época.
Tanto 2001 como El planeta de los simios han tenido secuelas que han oscilado entre lo digno y lo patético. Y, por supuesto, han sido ambas homenajeadas a lo grande en Los Simpson, la piedra de toque contemporánea para saber si uno de verdad ha sido influyente.
50 años después de su estreno, 2001 está considerada dentro del TOP 10, concretamente la sexta mejor película de la historia del cine, por los más reputados críticos según la revista especializada Sight and Sound. En la más democrática encuesta de la base de datos IMDB está en el TOP 100, específicamente en la posición 84. Que una película "de género", (sobre todo tratándose de "ciencia-ficción") goce de tan alta consideración entre los críticos es tan destacable como que tenga tanta puntuación entre un público más popular siendo tan críptica (y tan "lenta).
La solución a la paradoja consiste en que Kubrick consiguió aunar el poema visual dentro de una narración de suspense con contenido filosófico. De manera que los tres grandes tipos de públicos se encuentran satisfechos. La mayor parte de la gente que busca entretenerse lo consigue (con un poco de paciencia). Los críticos, a los que interesa sobre todo el aspecto formal, pueden hacer sus disecciones habituales sobre planos y contraplanos, elipsis y fueras de campo. Por último, los filósofos escarban bajo el divertimento y la sintaxis buscando el significado a lo-que-quiso-decir Kubrick sobre el sentido de la existencia en tiempos de amenaza termonuclear.
1968 y alrededores
hagamos un poco de memoria histórica. Nixon le va a pegar una paliza a los demócratas, tras haber Lyndon B. Johnson barrido en e 1964 al candidato republicano, Goldwater. Pero para entonces el país está en llamas. Luther King y Robert Kennedy serían asesinados ese mismo año. Los demócratas son asaltados por los manifestantes anti guerra del Vietnam. La élite cultural demócrata, el Camelot del que habían presumido el New York Times y el Washington Post, está en caída libre de corrupción moral (John F. Kennedy es un acosador sexual en serie), debacle política (las dictaduras de extrema izquierda se expanden por el mundo de manos de Fidel Castro y Salvador Allende) y derrota militar (de Vietnam a Cuba).
Unos pocos años antes, en 1956, había tenido lugar la Conferencia Dartmouth sobre lo que se bautizó como "Inteligencia Artificial" (IA). Marvin Minskyy otros "cibernéticos" aventuraron que en veinte años se tendría una "máquina inteligente". Esa "máquina inteligente" que imaginaban Minsky y sus colegas de la IA se concretaría en el personaje HAL 9000, una inteligencia artificial que no solo juega al ajedrez sino que presta oído a rumores, se obsesiona con la muerte y plantea hipótesis conspiranoicas. Además de realizar planes que hacen saltar por los aires las leyes de la robótica que planteó Asimov para evitar que los robots pudiesen matar a los seres humanos (ahora más de actualidad que nunca desde que se sabe que en Corea del Sur están estudiando realizar "killer robots", robots autónomos con capacidad para decidir asesinatos por cuenta propia).
Poema visual
En cuanto a lo de poema visual, únicamente Le mépris de Godard, Vértigo de Hitchcock e In the mood for love de Wong Kar-wai, podría competir con 2001 si al MoMA le diese por dedicar una exposición dentro de sus paredes a exponer plano a plano una película. Un público poco avezado podría plantear que la película es muy lenta pero solo si no comprendiese que Kubrick le está dando tiempo a contemplar con detenimiento el rigor de cada encuadre, la perfección de cada detalle. Como James Joyce con su Ulises y T. S. Eliot con La tierra baldía, Kubrick estaba dando carnaza a generaciones de académicos durante décadas para que comenten y malinterpreten su obra.
La primera vez que se ve 2001 no se entiende nada (lo mismo que sucede, por cierto, con Ulises y La tierra baldía). Pero, sin embargo, al mismo tiempo se percibe que no se produce dicha incomprensión porque la película sea demasiado compleja o esté mal contada sino porque hace falta un tipo de atención inusual, de comprensión más profunda, de estado de ánimo más tolerante.
Cincuenta años después, la metáfora antropológica ya no nos resulta tan interesante (quiérase o no, la amenaza de una catástrofe en forma de Tercera Guerra Mundial no es una grave preocupación). Por supuesto, la advertencia política nos resulta intrascendente (un negro ha llegado a ser presidente de los Estados Unidos y a los "progres" les parece que Hillary Clinton es más o menos igual que Trump, así que se van a la playa en lugar de a votar). Pero, sin embargo, el melodrama cibernético está hoy en día más en vigor que nunca. ¿Son las máquinas el futuro de la humanidad? En 2001, Kubrick nos advertía del peligro de experimentar sin control con la IA por lo que su película tenía un regusto más bien amargo y pesimista sobre las posibilidades de que las máquinas lleguen a convertirse en las mejores amigas de la humanidad (como lo fueron en su día los lobos, a los que hubo que domesticar y seleccionar artificialmente para convertirlos en perros). Sin embargo, en su secuela 2010, Odisea 2 de Peter Hyams (autor de las muy estimables Capricornio Uno y Atmósfera Cero) donde se ataban muchos de los flecos de la original, el resultado resultaba ser más esperanzador (y, aunque menos artístico, igualmente entretenido).
Cada generación tiene que enfrentarse a su primer visionado de 2001, una odisea del espacio. Espero que no sean los millennials -entre OT, el reguetón y el rap-, la primera en tirar la toalla (en ese caso, Hal, mátalos a todos).