En los distintos aspectos de la cultura lo de ayer no tiene por qué ser más atractivo que lo de hoy. Pero en el cine sí. No me considero un cinéfilo. Solo que, con los años, me permito ahora el saludable hábito de embaularme todos los días alguna película. Es lo que podríamos llamar el efecto Azorín, perdón por el comparando.
Es evidente que a lo largo de los últimos decenios la industria del cine se ha beneficiado de muchas innovaciones técnicas. No me refiero solo al color, el formato o la calidad de la imagen. Está también algún dispositivo (que ignoro cuál es) por el que ahora es más fácil filmar de noche. El resultado puede ser muy aceptable estéticamente, pero veo un inconveniente. Los directores de los últimos tiempos se han enviciado con las posibilidades de rodar de noche o con poca luz, por lo que abundan las películas oscuras, tenebrosas. Últimamente se abusa mucho de tal efecto. En las películas de la generación anterior el efecto nocturno se conseguía poniendo un filtro azul a la cámara. Todavía se sigue haciendo. Es un tanto artificioso, pero funciona.
De modo general, prefiero las películas de antes, rodadas a pleno sol. Por esa necesidad de mucha luz la industria del cine se desarrolló en California. A los norteamericanos (y antes a los ingleses) les gusta celebrar muchas actividades al aire libre. Eso se traduce después en la estética cinematográfica.
La música es un elemento esencial en el lenguaje del cine. La convención tradicional era que la música sonaba cuando paraban los parlamentos de los actores. De esa forma se daba fuerza a la acción. Pero de un tiempo a esta parte a los directores les ha entrado la manía de hacer coincidir las voces con la música en las mismas escenas. El efecto me parece deprimente.
Más grave es la degradación de las voces. Me refiero sobre todo a las películas dobladas al español. Hay que ver la maravilla que era el doblaje en las películas de hace algunos lustros. Ignoro lo que ha ocurrido, pero últimamente los actores que las doblan no saben vocalizar bien, no digamos cuando se exigen los susurros, los llantos y otras situaciones liminares. Me refiero a la regla general. No sé si los que doblan a los actores de otros idiomas toman clases de oratoria, fonética, dicción y materias afines. Los señores de la Academia del Cine, aparte de sus rutilantes fiestas esmoquineras, ¿no podrían hacerse cargo de tal asunto? Que no se quejen luego de "la crisis del cine"; es solo un lamento para conseguir más subvenciones.
Otro dato. En las películas de antes estaba claro quién era el productor. Ahora los títulos de crédito se encabezan con una lista de varias empresas productoras de la película. Ignoro a qué se debe tal arborescencia, pero me huele mal.
La fórmula de una gran película es clara: debe contener una historia y mostrar un ambiente. Por desgracia, los cineastas actuales la suelen olvidar. En su lugar, se ocupan de que se prodigue la violencia y los efectos especiales. Es una estética cansina, apta solo para espíritus pueriles. Así no vamos a ninguna parte.
Comprendo que mi crítica debería entender que es la cultura entera, y no solo el cine, lo que se ha degradado en la última generación; la cultura y muchas más cosas. Pero esa es otra historia.