Un océano entre nosotros es una de esas películas que operan un cambio a la mitad de su (en este caso, ajustado) metraje que invierte radicalmente los intereses del relato. No es que la dirigida por James Marsh, responsable del documental Man on Wire y la decepcionante La teoría del todo, engañe al espectador o no apuntase maneras antes. Pero la primera mitad de la historia, que cuenta los apresurados preparativos del veterano de guerra y pequeño empresario Donald Crowhurst (Colin Firth) para participar en una carrera vuelta al mundo por mar y sin paradas, no nos prepara para anticipar el giro posterior de los acontecimientos.
Un océano entre nosotros comienza a ser genuinamente interesante una vez su discurso cuaja más allá del ecuador de la película. Antes de eso, la narrativa desplegada por Marsh resulta convencional, melodramática y solemne, con esa veta de corrección británica un tanto televisiva que, sin embargo, la dramática historia de Crowhurst viene a matizar de una manera realmente interesante. Marsh entiende muy bien esto y nos infunde un ánimo falso antes de que su película basada en hechos reales, su aparente ejemplo de Grandes Relatos, nos suma en la desolación más absoluta: lo que era una historia inspiracional no particularmente épica, quizá trágica, pero de alguna manera reconfortante, se rompe en el más ominoso de los silencios. Un océano entre nosotros comienza entonces a ganar puntos, de una manera inesperada y terrible, según el relato deportivo y triunfal que los patrocinadores de Crowhurst cuentan a su familia y la realidad de su fracaso se van separando más y más hasta que resulta imposible la recomposición.
La película engaña, por tanto, como también engaña el romántico título español y el propio Crowhurst. The Mercy es el original, y ciertamente resulta más adecuado. El quid de la cuestión no es ni el componente amoroso, que existe y está ahí, y ni siquiera la evidente lucha del hombre contra los elementos, que también. Lo que interesa a Marsh y su guionista Scott Z. Burns es cómo el relato que construimos se va desgajando más y más de la realidad hasta que aplasta literalmente a la realidad, y por el camino destruye la cordura del hombre. Colin Firth está ahí para conducirnos a través de esta odisea que es lo más antideportivo que pueda uno imaginarse, dando validez a una obra más que correcta, una con apariencia de entretenimiento romántico y correcto pero que esconde los dientes hasta que te muerde.