El sueño del pibe
Argento se enreda en una madeja de mentiras para ocultar que su sistema hormonal funciona con la misma incontinencia que el de un macho depredador.
"El sueño del pibe" es un tango de Reinaldo Yiso y Juan Puey, registrado en 1942. Cuenta la reacción de un pibe ("chaval", en argentino) que, cuando se entera de que su club de fútbol favorito lo acepta como socio, sueña con emular las hazañas de sus ídolos del balón. Probablemente alguien me acusará de tener una mente morbosa, pero lo cierto es que no asocio ese título con eventos deportivos sino con el hecho de que la suerte sonriera a Jimmy Bennett cuando, en 2012, la voluptuosa Asia Argento, de 37 años, lo acosó y utilizó sexualmente a pesar de que él solo tenía 17, uno por debajo de la edad legal de consentimiento en California.
Gigoló chantajista
He confesado en otros artículos que, aproximadamente a esa edad, en 1948, en Buenos Aires, la mayoría de los adolescentes debíamos recurrir a prostitutas para nuestra iniciación sexual. Aunque había padres y madres con pocos escrúpulos que empleaban criadas complacientes para que sus críos desahogaran la libido sin salir de casa. En aquella época, nuestras fantasías eróticas giraban en torno a mujeres mayores y provocativas –vecinas, profesoras, amigas de la familia–, y con el transcurso del tiempo las vimos encarnadas en Anne Bancroft, en la película El graduado.
Con esta experiencia a cuestas, el culebrón de Asia Argento y Jimmy Bennett apesta a hipocresía y marketing. Una de las pioneras del movimiento MeToo se enreda en una madeja de mentiras para ocultar que su sistema hormonal funciona con la misma incontinencia que el de un macho depredador, en tanto que el niñato que afirma estar "traumatizado, avergonzado y atemorizado" por los abusos de la voraz ninfómana resulta ser un precoz gigoló chantajista cotizado en 380.000 dólares.
Basura enlatada
Basta de cuentos chinos. La historia de Hollywood es la de un submundo de promiscuidad trufado de perversiones y muertes sospechosas. Cualquier simulacro de depuración no pasará de ser eso: un simulacro montado con los atrezzos propios de la industria cinematográfica. ¿Un querubín de 17 años violado por una mesalina de 34? ¡Alimento para consumidores de basura enlatada!
No es extraño que este tipo de relaciones intergeneracionales sea uno de los temas favoritos de las webs pornográficas. Las películas que estas ofrecen muestran con lujo de detalles los recursos de que se valen las milfs, cougars o –ya en castellano– maduras para zamparse a unos bien dotados mozos que desempeñan, con poca credibilidad, el papel de adolescentes. A menudo, a ellas las hacen pasar por madrastras y tías, para estimular el subconsciente edípico, y por razones insondables parecen tener preferencia las rusas, seguidas por las italianas y las japonesas. Asia Argento y Jimmy Bennett encajan como anillo al dedo, por sus edades y su físico, en la órbita de las fabulaciones afrodisíacas que convierten este género marginal en un negocio muy lucrativo. Con el añadido de que el escándalo dará aire, al cabo de un intervalo terapéutico, a sus alicaídas carreras.
Cárcel y psiquiátrico
Bajemos a la Tierra. En la vida real se han desarrollado historias de amor conmovedoras, con diferencias de edad parecidas a la de los intérpretes de la charlotada hollywoodiense, pero entre seres sensibles y honestos que no buscaban la luz de las candilejas. Ella, Gabrielle Russier, profesora de francés, tenía 31 años. Él, Christian Rossi, su alumno, tenía 16. En medio de las turbulencias contestatarias que sacudieron Francia en 1968, entablaron una relación libre de inhibiciones. La familia de Christian denunció a Gabrielle por corrupción de menores hasta que la encarcelaron, y lo ingresó a él en un psiquiátrico. Entraron y salieron de sus encierros varias veces hasta que ella se suicidó, en 1969.
André Cayatte, director de cine especializado en temas jurídicos, filmó la historia con el título Mourir d´amour (Morir de amor), con Annie Girardot como protagonista, y Charles Aznavour le dedicó una canción con el mismo título. Gabrielle Russier dejó escritas unas Cartas desde la prisión que publiqué en la colección "Libertad y cambio" que entonces dirigía en Granica Editor.
Tabú archivado
Y la Tierra siguió girando. Cincuenta años después del trágico episodio de la muerte por amor, el tabú de la diferencia de edades entre la mujer mayor y el varón menor (o a la inversa) quedó archivado en el desván de los prejuicios obsoletos, con el secretismo reservado para las mojigatas del MeToo políticamente correcto y sus acoplamientos clandestinos.
Así se explica que hoy la sociedad francesa acepte con toda naturalidad que su presidente, Emmanuel Macron, de 39 años, esté casado con una mujer veinticinco años mayor que él. Desde el punto de vista formal, su caso es muy parecido al de Gabrielle y Christian: Macron se incorpora con 17 años a las clases de francés de Brigitte, de 42, casada y con tres hijos adolescentes. Él se enamora y promete desplegar todas sus estrategias para conquistarla. Coup de foudre, un subidón. Los padres de él se oponen, se suceden separaciones y reencuentros. En el 2007 se casan. Asia Argento y sus cofrades feministas de la Inquisición puritana los habrían lapidado, y no les habrían permitido llegar a este desenlace. ¿Quién acosó a quién? ¿Hubo consentimiento explícito? Pero Emmanuel y Brigitte se ciscaron en los precursores de la actual cruzada fóbica y fueron felices y comieron perdices.
Ahora MeToo se empeña en que el péndulo vuelva atrás. Como si tuviéramos poco con una camarilla de políticos que dinamitan la convivencia disfrazados de salvapatrias, la farándula, tradicionalmente iconoclasta y libertina, monta una patochada tras otra fingiéndose guardiana de la moral. Zorros y zorras cuidando el gallinero.
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