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Juan Manuel González

Crítica: 'The Equalizer 2', con Denzel Washington

La película ofrece venganza, fuego y sangre, pero en su simpleza ofrece oportunidades para pensar.

En un momento dado de esta The Equalizer 2, el exoperativo jubilado Robert McCall (Denzel Washington) aparece leyendo Entre el mundo y yo, de Ta-Nehisi Coates. Un relato en forma de carta de un hombre de color sobre la violencia racial en los Estados Unidos actuales que nos indica por dónde, nunca mejor dicho, van a ir los tiros de este protector callejero. La referencia literaria (y no es la única que aparece en la película de Antoine Fuqua) indica que esta vez las cosas han de tomarse un poco en serio, por mucho que la película -afortunadamente- no interprete sus referencias como algo literal.

Vamos a decirlo pronto: la secuela del filme de acción original The Equalizer, que ya en sí mismo era una película fascinante en su evidente y efectista manipulación; elegante a la par que contundente en su ejecución, es todavía mejor que su precedente. The Equalizer 2 repite esas virtudes y aún tiene tiempo para elevarlas un poquito más: en él se percibe la angustia y la tristeza de una sociedad convulsa, la americana, ahora mismo en pleno proceso de cuestionarse a sí misma.

Habrá quien la deteste por ello, pero es fascinante cómo The Equalizer 2, primera secuela abordada por Washington en toda su carrera, traduce la estructura de un procedimental televisivo (la película adapta una serie emitida entre el 85 y el 89) al guión de un largometraje. Richard Wenk, que firmó también el de la primera entrega, tarda más de cuarenta minutos en embarcar a McCall en su nueva misión, tiempo durante el cual el espectador puede "observar" a éste en diversas aventuras episódicas... ninguna de ellas, por supuesto, carece de significado: la sangrienta venganza de McCall contra un grupo de "yuppies" que han vandalizado a una joven, la paciencia con la que da carrete a un anciano empeñado en resolver un hecho del pasado, y en general el creciente activismo de un tipo que en la primera entrega era fundamentalmente huraño, no parecen tanto muestras de "vigilancia" y arrebatos de violencia como la necesidad de un cierto activismo social que no es ino el eco de sucesos muy, muy recientes.

No faltará quien, por supuesto, interprete simplemente como un filme violento más. Y lo cierto es que violencia hay, a mansalva. Fuqua, eso sí, lo empaqueta con un ritmo sorprendentemente pausado para un filme de acción, y se permite incluso alguna que otra decisión narrativa extraña dentro del evidente carácter genérico del filme. Cuando McCall decide embarcarse en su nueva misión, apenas tarda en resolver unos minutos la intriga de un filme es como una casa con tejado a dos aguas: sendas mitades unidas por una revelación que, no por menos obvia, resulta menos trascendente. Fuqua, en todo caso, privilegia esta falta de complejidad abrazando todos los rincones de oscuridad ética que le ofrece la historia, aunque sea por la vía del puro contraste: como mandan los cánones de los justicieros del cine, McCall es un tipo muy bueno con los buenos; pero muy malo con los malos, puro Antiguo Testamento. Pero entre medias, esta película sí permite al espectador mirar de frente todo un abismo de posibilidades intermedias (imposibles, probablemente tanto como la habilidad de McCall de salir de sus líos) planteadas sin asomo de cinismo.

Washington aporta su clásica interpretación hierática, pero sumida en el dolor y su incontestable presencia. Y Fuqua ejecuta la faena con su habitual realización elegante y segura de sí misma, que no deja fuera las convenientes pasadas destinadas a hacer aplaudir a aquella sección de la audiencia que, legítimamente, ha decidido no profundizar demasiado y ver una película divertida (la estupenda secuencia dentro del taxi, que culmina con su destrucción; o aquella absolutamente descacharrante en la que McCall amenaza a los malos... ¡delante de los hijos y la esposa de uno de ellos!). Pero por el camino, The Equalizer 2 se pregunta cosas, por mucho que no tenga la solución a ninguna (o la que tenga provenga de las necesidades de un thriller de venganzas: ojo por ojo, explosión por explosión). ¿Quién decide quién es bueno o malo? ¿Cuál es la naturaleza de las órdenes? ¿Existe el pecado original, o es todo azar? The Equalizer 2, que culmina con una alucinante secuencia de caza y pesca en un pueblo abandonado, es la película que eleva el nivel de las superproducciones de este verano.

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