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Crítica: 'La primera purga: La noche de las bestias'

Barra libre de delitos en 'La Primera Purga', cuarta parte de la serie de terror 'La noche de las Bestias'

Hubo un tiempo en que producciones como La Primera Purga, cuarta entrega de La noche de las Bestias concebida esta vez a modo de precuela, resultaban sangrientas e inquietantes... o, al menos, graciosas. La que dirigió James DeMonaco en 2013 lo era aceptablemente, e inició un ciclo de películas de terror de bajo presupuesto que ejercía de espejo deformado, con un punto de sátira politica y social, de la siempre convulsa conciencia estadounidense. Lo que entonces fue una alegoría post-Irak (con un vendedor de sistemas de seguridad asediado en su propio domicilio) deriva ahora en una parábola sobre los crímenes racistas que todavía colean en EEUU, una fantasía apocalíptica realizada al abrigo de manifestaciones supremacistas como la de Charlottesville o Virginia y el fantasma del racismo resucitado, al menos en los medios, de la América de Trump.

La película retrocede algunos años para presentarnos "El Experimento", una primera purga realizada en un barrio humilde de Nueva York poblado por minorías raciales. Un nuevo presidente que no se llama Donald ni apellida Trump, pero podría, consigue que el Congreso apruebe una primera purga en Staten Island destinada a, según parece, purificar al país de la inmundicia y la delincuencia. El guión del propio James DeMonaco plantea algunas ideas con el cambio de escenario a un barrio devaluado digno de The Wire, pero la dirección de Gerald McMurray, apresurada y televisiva en la peor acepción posible, arruina todas ellas. La realidad ahoga la fantasía en esta primera purga y, con ello, toda posibilidad de hacer una buena parábola.

Había posibilidad de sátira política en el retrato de esos Padres Fundadores trumpianos, a quienes solo les falta gritar "make America great again", y desde luego en el retrato de varios tipos sociales que conforman un antipático grupo protagonista. Pero McMurray no entrega nada de eso y, de hecho, malinterpreta las señales que DeMonaco le ha dejado en el texto, limitándose a filmar (mal) una acumulación de situaciones convencionales que jamás llegan al ombligo a la gran referencia visual del conjunto, esa fantasía callejera y nocturna de un EEUU grotesco como fue 1997: Rescate en Nueva York. La sombra de John Carpenter es alargada, pero aquí no hay cinismo, humor, carisma y ni siquiera catarsis en un filme conformista, que necesita convertir a los acosadores en paramilitares nazis para justificar la respuesta de los negros y que convierte en héroe a un criminal confeso... y, lo peor, lo hace sin que el cachondeo que el libreto trata de inyectar.

Una fantasía blanca en la que los negros se matan entre ellos se convierte en otra entrega de Jungla de Cristal, pero sin incorrección política ni heroísmo. Al final, por tanto, en La Primera Purga el sistema funciona y se las arregla para expulsar la amenaza en un filme mecánico que no sabe aprovecharse de su sensacionalismo. Sin buenas escenas de acción o terror y con algún chorro de sangre digital (sin duda, la más decepcionante de sus decisiones visuales), la primera noche de purga no libera ningún monstruo.

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