Supongo que el miedo es patrimonio de la infancia. El miedo en el cine, quiero decir. Igual que la obsesión por las series, aunque haya adultos que parecen niños que nunca hubieran visto la tele. Llevamos desde hace semanas un hype, un bombo, sobre Hereditary que no había visto en mucho tiempo. Que si qué maravilla, que si es la obra maestra más espeluznante e impactante de la década. Hombre, cómo no vas a ir a verla, igual que cuando te avisan de que unas imágenes pueden herir la sensibilidad. Con todas las cosas que habíamos leído, la gente se dividía entre los que pensaban ir a verla y los que ni muertos (vale, mis amigos, pero es un muestrario de intenciones).
De pequeña he vivido aterrorizada como Haley Joel Osment en El sexto sentido cuando se arropaba en la cama hasta la barbilla con la manta rosa. Yo no veía muertos, pero recordaba todos los que había visto (también los vivos, esos siempre son los peores) en las películas de miedo que veía casi todas las tardes y en cines. Si ahora hay una nueva época dorada del cine de terror, creo que también la hubo hace muchos años pero con películas malísimas. Y al decir malísimas quiero decir cosas como El buque maldito (1974), con Bárbara Rey y Blanca Estrada, o Drácula 73, con Christopher Lee y Peter Cushing. Pero ya en la máxima decadencia de la Hammer. Cuando todavía no sabía qué era la Hammer ni quién era Stephanie Beacham, que también salía (muchos años después sería la malísima Sable Colby).
Es verdad que esas películas malas coincidieron con algunas extraordinarias en la misma década . Más mayor me asustaría un poco con El exorcista (1975) y, sobre todo, con La profecía (1976). Aunque estas las vi mucho después de su estreno (por edad no me habrían dejado entrar; las otras eran de cine de verano, mucho más permisivo). Dejando aparte Tiburón (1975), y a esta sí me dejaban entrar, el cine satánico era el que de verdad daba miedo. En Hereditary sale Ann Dowd, que es la versión moderna de Ruth Gordon en La semilla del diablo. Pero, qué quieren, da más miedo como tía Lydia en El cuento de la criada. Vale, Hereditary es una película estupenda que se aleja de los lugares comunes y aunque vaya por caminos conocidos te desconcierta con su originalidad. Un drama familiar que recuerda a Gente corriente (1980), aunque Donald Sutherland, Mary Tyler Moore y Timothy Hutton no tuvieran la parte de pesadilla, sólo la del niño purgando por la muerte de su hermano (hermana aquí). Al director de Hereditary, Ari Aster, le encanta Amenaza en la sombra (1973), de Nicolas Roeg, la película que la madre del agente Dixon está viendo en Tres anuncios en las afueras. No la ve porque le guste especialmente Nicolas Roeg sino porque le gusta el pelo de Donald Sutherland. En la película es John Baxter, que encuentra a su hija Christina ahogada en un estanque y cuya vida está en peligro según le dice una ciega que ha visto a la hija muerta. A él y a su mujer les pasan cosas raras e inexplicables, pero ahí Sutherland no inquieta demasiado. Da más miedo el Donald Sutherland fascista de Novecento. Amenaza en la sombra es otro de esos casos en los que un texto de Daphne Du Maurier ha sido inmensamente mejorado en el cine.
Hereditary está muy bien. Como estaban muy bien It Follows o Déjame salir, por nombrar sólo dos de las últimas grandes películas de terror. Y qué bien sufre siempre Toni Collette. Pero el terror es para ella (Annie). Para su familia. Para esa gente que vemos en la película. Quizá no habría que llamar a esto cine de terror. Tendré que aceptar que es cosa de la edad, que el miedo es cosa de niños. Pero qué bonita es Both Sides Now, la canción de Joni Mitchell en la versión de Judy Collins (la grabó dos años antes que su autora). Suena en los títulos de crédito finales. Si por entonces tenías algún miedo, se te quita.