Como un Full Monty a la francesa, Normandía al desnudo se interna en la comedia coral en su variedad rural y francesa para narrar, en clave de amable apunte social, una triste historia de fin de ciclo. En la película de Phillippe Le Guay no hay obreros sino ganaderos, los que conforman un pequeño pueblo del norte de Francia que se debate entre la pasividad y el intento de cambio cuando un reputado fotógrafo, un trasunto de Spencer Tunick, propone a su campechano alcalde un desnudo colectivo que ayudaría a la localidad a difundir la precariedad y, con suerte, salir del atolladero.
Con el gancho del actor de Intocable, François Cluzet, y el menudo Toby Jones como guiño a cierta comedia popular basada en el contraste de nacionalidades, el filme de Le Guay se le puede acusar de malgastar algunos temas, plantear una voz en off que apenas sirve y someter a un grupo de actores a los dictados de ese "dramedy" de sobremesa que tan despectivo suena. Pero Normandía al desnudo es una película tan honesta como sus protagonistas, y se reserva, afortunadamente, algunos ases en la manga: para empezar, su incuestionable eficacia como película coral y de buen rollo, y desde luego también un recado o dos sobre esos misteriosos e invisibles movimientos de tectónica ideológica que surgen, misteriosos ellos, de manera previa a una inminente y polémica acción política de esas que se llevan colectivos por delante (en este caso esgrimiendo la ecología para liquidar ganaderos).
Liderados por su campechano alcalde, los de Normandía al desnudo deciden que quedarse en bolas es la mejor herramienta para el (intento de) cambio. Con algo más de esperpento controlado el filme de Le Guay hubiera, quizá, ganado en dobleces y aristas. Al final queda un cuento sin excesivos dramatismos sobre la adaptación personal en pleno (y nos tememos que inevitable) cambio de ciclo colectivo. Prohibida, eso sí, para detractores del humor blanco.