Desconozco si los retos virales y peligrosos que proliferan en las redes y que atraen a muchos adolescentes como moscas a la miel han inspirado el detonante de esta Verdad o Reto, otra de esas producciones Blumhouse de terror con una premisa relativamente poderosa que, bien distribuidas por Universal, se las arreglan (como en el caso de ésta) para recaudar veinte veces su presupuesto solo en EEUU. La película de Jeff Wadlow, sin embargo y a diferencia de Feliz día de tu muerte o Déjame salir, se encarga ella misma de desmantelar su apuesta según transcurre por su cómodo (y escasamente sangriento) recorrido.
¿Qué pasaría si después de un inocente juego de Verdad o Reto en una iglesia abandonada en México, un grupo de adolescentes comenzasen a sucumbir uno tras otro? Como en Destino Final, una misteriosa fuerza persigue a los participantes y les obliga a confrontar sus propios secretos. Pero aquí viene el primer error de la película de Jeff Wadlow, un poco menos inútil aquí que en la secuela de Kick Ass que él mismo dirigió: si en la saga, a menudo brillante, de Destino Final, la Muerte con mayúsculas se revelaba como un acontecimiento forzosamente fatal, aquí la película trata de complementar su discurso con un enigma al estilo The Ring que la sufrida heroína ha de resolver, uno que (forzado por la circunstancias) sus protagonistas solucionan investigando un rato por Facebook y Google. Que las fuerzas ocultas permanezcan ocultas es, a menudo, un buen arma para el suspense, y Verdad o Reto lo anula en un desarrollo convencional adornado, eso sí, con alguna buena escena de tensión (aquella en la que una valla afilada se resiste a caer...).
Wadlow sacrifica así uno de los puntos más interesantes del filme: el hecho de que sus protagonistas paguen caro su egoísmo, nula empatía y la escasa autenticidad de sus relaciones amistosas y familiares; en suma, su incapaz para afrontar la "verdad"... con la muerte. Apenas unos conatos de autoconsciencia (Lucy Hale definiendo las posesiones como "un filtro macabro de Snapchat") no son suficientes para compensar un desarrollo razonablemente entretenido, pero rutinario, y sobre todo aquejado de una falta de sadismo, gore e imaginación malsana (es decir, aquello por lo que precisamente destacaba Destino Final) que sin duda contribuye a domesticar sus imágenes. Al final queda una entrega de terror ligero visible, pero que (perdonen el chiste) no sale airosa de... ejem, su propio reto.