Desde su debut noventero en Salto al vacío, la carrera de Daniel Calparsoro se ha movido casi siempre en el filo del thriller en un tono más o menos intenso o dramático, en casi todas sus variedades y tanto en cine como en televisión. Con resultados igualmente desiguales, hay que decir. El Aviso es un intento de internarse en materia fantástica, pero la raigambre eminentemente tremendista de todo lo rodado por el director subraya en todo momento los lugares comunes de una historia que, por otro lado, pide al espectador tantos saltos de fe como a su protagonista.
Ésta, por otro lado, es justificadamente sencilla: Jon, un joven afectado de esquizofrenia (Raúl Arévalo) investiga una serie de crímenes a raíz de la muerte de su mejor amigo. Paralelamente, un niño, el pequeño Nico, se enfrenta a una amenaza de muerte (y al acoso escolar) en una secuencia de hechos relacionada con lo anterior (si no, no habría película). Lo que hace Calparsoro, basándose en la novela de Paul Pen, es desenredar poco a poco una maraña de acontecimientos mil veces vistos y jugársela en un twist final que demuestra su habilidad con la puesta en escena, pero tan ridículo, artificial y repleto de agujeros que asusta por las razones equivocadas.
El rompecabezas no cuaja, y no ayuda, desde luego, el tono gris y serio del relato, mucho más sólido en cualquier capítulo de Expediente X que en la presente. El realismo social de El Aviso es puro simulacro, el suspense artificio del malo, y en todo caso toda ilusión se arruina cada vez que los personajes abren la boca para hablar. Salvo el (buen) gusto por la atmósfera de Calparsoro, que dibuja un Madrid nocturno, lluvioso y deshabitado, convirtiendo la periferia de la M-30 y sus laberínticas pista de asfalto en un lugar interesante, todo lo demás en El Aviso es puro material de derribo del cine español.