La primera vez que vi El planeta de los simios fue en la televisión. El 23 de enero de 1977. Un domingo a las diez y media de la noche. A las cuatro habían puesto La familia y uno más. En la primera cadena, claro. El día siguiente fue el de los asesinatos de los abogados de Atocha. Pero el lunes en el colegio, las niñas hablábamos del culo de Charlton Heston. Había visto la película comiendo cacahuetes. Mi madre no pensó en la corrección política cuando fue al tostadero. En si estábamos respetando a los monos. Bueno, no íbamos a respetar a monos que maltratan a los humanos.
El planeta de los simios (1968) tiene ya 50 años. Se estrenó el 8 de febrero en Nueva York y en Los Ángeles, el 27 de marzo (a España llegó el 14 de junio, pero sin el culo censurado de Heston). Por muchas secuelas, precuelas y abuelas que hagan de la película, la original sigue siendo la que impresiona (y César impresiona). Ese final sugerido por Rod Serling, y el preferido de Charlton Heston, es uno de los grandes momentos de la historia del cine. El creador de The Twiligh Zone fue guionista para la novela de Pierre Boulle (este creía que era su peor novela). A Boulle no le hacía ninguna gracia esa conclusión pero luego vio que era mejor que la que él había escrito. Tiene gracia que Roddy McDowall (Cornelius, Aurelio en España) hubiera intervenido en un episodio similar de The Twilight Zone dirigido por Mitchell Leisen y escrito por Serling según una historia de Paul Fairman. Interpretaba a un biólogo que se estrellaba en Marte. Allí lo recibían unas personas aparentemente normales (aunque vestidas con túnicas grecorromanas). Le dan una casa estupenda pero nota que no hay ventanas. Hasta que se abre un panel y ve cómo un montón de gente lo está mirando. Hay rejas y un cartel que dice: "Criatura de la Tierra en su hábitat natural".
El director de El planeta de los simios, Franklin J. Schaffner, cambió el sitio donde vivían los monos, que era avanzado tecnológicamente. Para el pueblo (ciudad, lo que sea), tiró de Gaudí y del valle de Göreme en Capadocia. En la novela original la acción tampoco ocurría en la Tierra sino en un planeta llamado Soror. Qué palabra, tan parecida a esa memez de sororidad. Supongo que hoy se habría protestado que no hubiera mujeres gorilas ni mujeres orangutanes (podría decir orangutana, como Los Tres Sudamericanos). Las mujeres monos sólo eran chimpancés, como Kim Hunter (Zira). En una de las primeras proyecciones se acercó a saludar a Charlton Heston y este no sabía quién era. Después de haberla besado. ¡Hombres!
El maquillaje era deslumbrante. John Chambers se basó en una técnica usada para corregir las desfiguraciones de soldados en la Segunda Guerra Mundial. Además, pasó muchas horas en el zoo de Los Ángeles estudiando las expresiones de los monos (Roddy McDowall y Kim Hunter también lo hicieron para su trabajo como actores; él iba al de San Diego y ella al del Bronx). La película contó con 80 maquilladores, con lo que otras producciones tuvieron que retrasarse. Como era un trabajazo colocar las máscaras, los actores y los extras (muchos eran periodistas) tenían que llevarlas en los descansos y durante las comidas. Se usaban muchas pajillas. Y los que fumaban tenían que hacerlo con largas boquillas. La pobre Kim Hunter sufría tanta claustrofobia con lo que llevaba en la cabeza que cada mañana se tomaba un Valium. A la hora de comer, los actores disfrazados de mono comían delante de un espejo para controlar que no estropeaban nada. Era tan molesto todo que Kim Hunter dejó de comer mientras estuvo con la cara de Zira. Julie Harris lo vio venir porque rechazó el papel precisamente por el maquillaje. Edward G. Robinson, que iba a ser Zaius, abandonó hasta las narices de las sesiones de maquillaje. Aunque el bobo de Jerry Goldsmith se ponía una máscara de gorila mientras componía la primera banda sonora atonal para una película de Hollywood.
Lo monos no aparecen en la película hasta pasados treinta minutos. Pero no importa. Desde que vimos El planeta de los simios (1968), un mono a caballo nos da miedo. Rock Hudson pudo haber sido Cornelius (Aurelio, qué ridiculez) pero les pareció demasiado alto. Es curioso que Ingrid Bergman, una mujer alta, rechazara el papel de Zira. Luego se arrepintió muchísimo, según contó su hija Isabella. Por no haber podido trabajar con Charlton Heston y porque con el maquillaje habría podido dejar de lado su porte señorial. Venga, hasta de mona se habría notado que era Ingrid Bergman.