A rebufo de la polémica sobre el manifiesto liderado por Catherine Deneuve contra la inquisición del feminismo de género en Estados Unidos, se ha desatado también una campaña contra Belle de Jour, la película de Buñuel protagonizada por la actriz francesa. Aunque usualmente ha sido interpretada como una película bellamente erótica y representativa de la liberación de la mujer desde el punto de vista de su sexualidad reprimida, sobre todo por lo que refiere a sus fantasías, las feministas de género ven en ella una legitimación del sistema heteropatriarcal debido a que la protagonista lleva una doble vida como ama de casa convencional y prostituta masoquista. Buñuel fue señalado como blasfemo en el Vaticano por Viridiana de la misma manera obtusa y superficial que ahora es atacado por el feminismo de género. Dios los cría y los inquisidores se juntan.
Otras obras maestras del cine también son señaladas por las feministas de género como arte pervertido, siguiendo la etiqueta con la que los nazis clasificaron de arte degenerado a los artistas vinculados al expresionismo y a la pintura abstracta. Un ejemplo de estas películas heteropatriarcales hasta la médula sería La naranja mecánica, ya que sus protagonistas –una manada de violadores ultraviolentos y apasionados por Ludwig van Beethoven– se ceban sobre todo en una de las protagonistas, a la que violan salvajemente. La proyección de La naranja mecánica fue prohibida durante años por el propio Kubrick, tras una serie de asesinatos producidos por admiradores de los protagonistas, a pesar de que el director norteamericano pretendía una crítica de la violencia. Pero ¿acaso un artista es responsable de la idiotez de algunos de sus espectadores y espectadoras (por una vez tiene sentido desdoblar el género gramatical)?
No menos inaceptable resulta para las que juzgan el arte desde el punto de vista moralista Perros de paja, una película de Sam Peckinpah en la que un grupo de pueblerinos acosa al recién llegado profesor de matemáticas, civilizado y pacífico, hasta que violan a su novia con el agravante de que a ella le termina gustando. Otra violación cinematográfica pervertida, pero en sentido contrario, es la que sufre el personaje interpretado por Mónica Bellucci en Irreversible (de Gaspar Noé), una película de que no es ni mucho menos una genialidad pero sí interesante y ocurrente, porque cuenta una historia hacia atrás en el tiempo. En un subterráneo una mujer es atacada con una brutalidad bestial que es mostrada en tiempo real, y sin ningún tipo de eufemismo visual, por una cámara fija que pretende ser objetiva pero que rezuma morbo voyeur. Cabe aducir que Irreversible es una película rabiosamente antimasculina, ya que todos los hombres en la película aparecen como una panda de bastardos que merecerían cadena perpetua irreversible o como unos irresponsables banales. Pero para el feminismo de género, y ahí no le falta razón, la secuencia de la violación cae en el oportunismo gratuito de la excitación injustificada.
No es de extrañar que alguien al que han expulsado del Festival de Cannes por bromear con sus simpatías hacia Adolf Hitler haya hecho también películas que ofenden a las feministas de género. Es decir, Lars von Trier. En particular, Rompiendo las olas, donde una mujer se prostituye, aunque en esta ocasión no para satisfacer sus fantasías sexuales sino con un propósito de redención. En general, las feministas de género no se ponen de acuerdo sobre si las películas de Trier son las más feministas o la más misóginas de la historia, con permiso de Hitchcock.
Hablando de Hitchcock, también es mala suerte que la recientemente nombrada mejor película de la historia del cine sea posiblemente la más misógina, desde el punto de vista del feminismo radical, de toda su obra, que es vista como un compendio de mujeres maltratadas por su propia culpa y en las que el acosador es ampliamente justificado. De Marnie a Psicosis, pasando por la citada Vértigo, las mujeres en el cine de Hitchcock suelen ser violadas y violentadas, asaltadas y asesinadas, eso sí, con elegancia, estilo y belleza cinematográfica. De él dijo Truffaut que rodaba los asesinatos como si fuesen besos y los besos como asesinatos. La culpa, por cierto, en las películas de Hitchcock suele recaer en la figura de la madre. Freud se habría puesto las botas con el director de cine que terminó por ser acusado de ser un acosador sexual por Tippi Hedren, la protagonista de Los pájaros. A través de sus alter egos, de Cary Grant a James Stewart pasando por Anthony Perkins, desde el punto de vista feminista de género las películas de Hitchcock no serían sino complejas, alambicadas y sublimadas maneras del director inglés de satisfacer sus deseos reprimidos de violación y asesinatos contra las mujeres a las que deseaba pero no podía alcanzar.
Mucho más sutil es La rodilla de Clara, una película de Eric Rohmeren la que un profesor trata de seducir a una jovencísima adolescente. Que ambos tengan una relación formal con sus respectivas parejas no es óbice para que en una secuencia tan aparentemente inocente como extraordinariamente turbadora el adulto acaricie ligeramente la rodilla de su oscuro objeto de deseo. En el manifiesto de Catherine Deneuve y el resto de feministas liberales se hace referencia a que no hay que confundir el acoso sexual con el "flirteo insistente y torpe". ¿Qué es eso? En una secuencia magistral de esta película Rohmer lo muestra, en el límite del acoso e incluso la pederastia.
Pero posiblemente la película que más odian las feministas es Pretty Woman, una especie de Cenicienta para adultos en la que la pobre chica ejerce, sin embargo, de feliz y alegre prostituta que conoce a un despiadado pero cortés ejecutivo agresivo que, finalmente, es redimido por su sonrisa angelical, y él a su vez la saca de la calle donde la encontró (Richard Gere es especialista en salvar chicas al borde de la pobreza después, por cierto, de abundantes sesiones de sexo más o menos gratuito, ver Oficial y caballero).
Del mismo modo que una profesora en una universidad norteamericana hizo retirar una copia de La maja desnuda de Goya por ser una "ofensa" a las mujeres y que una espectadora del Metropolitan de Nueva York ha solicitado que se quite una pintura de Balthus, Thérese soñando, por "incitación a la pederastia", las feministas de género tratarían de que estas películas fuesen censuradas porque su contenido es presuntamente misógino. Pero en el arte, la "libertad de ofender" es un componente esencial de la creatividad artística, con el límite del insulto gratuito, para expandir el área de lo pensable, haciéndonos más inteligentes y complejos. Siguiendo este planteamiento es por lo que Catherine Deneuve y otras feministas liberales han defendido la "libertad de molestar" en las relaciones eróticas entre hombres y mujeres, con el límite de la violencia, para abrir el ámbito de la sentimentalidad humana hacia los arcanos profundos y complejos que llevan a combinar el Eros y el Thánatos. El resto es infantilismo en su última versión ideologizada: el feminismo de género.