Es Geraldine Chaplin una divertida mujer. Los que hemos tenido la suerte de conversar alguna vez con ella –compartí rodajes, encuentros en alguna fiesta y hasta un viaje desde Londres a Madrid, butaca con butaca- sabemos de su bonhomía, su carácter abierto, el humor que trasluce siempre y desde luego con la buena educación por delante, la amenidad y la cultura presentes al escucharla. Va y viene a Madrid, donde tiene una casa aunque pase temporadas fuera, bien en Suiza o en Sudamérica. Ha estado de nuevo entre nosotros hará un par de semanas para presentarnos su película Tierra firme, que ha rodado junto a su hija Oona.
La cuarta vez que coinciden en un reparto; la segunda que hacen siendo madre e hija también en la trama argumental. Que tiene un componente erótico en Tierra firme, pues Oona interpreta a una lesbiana, y el día que se lo hace saber a su madre en esa historia, ésta se lleva una gran impresión. Ambas, fuera de las cámaras, comentando el filme, se ríen y más que madre e hija parecen dos hermanas muy bien compenetradas. Viéndolas con sus rostros sonrientes se nos hace fácil recordar el mismo semblante de Charlot, padre y abuelo respectivamente. Sin embargo, Oona se anuncia en las carteleras no con el apellido que le corresponde en segundo lugar, Chaplin, que fue probablemente el mayor genio mundial del humor, sino que utiliza el de su abuela materna, O´Neill, de origen irlandés. Esta también se llamaba Oona, la mujer de Charles, hija de un gran comediógrafo, Eugéne O´Neill.
"Cuando tienes una hija que es actriz profesional me resulta fácil trabajar con ella ante las cámaras". Se gastan bromas mutuamente. Geraldine, a la que en Madrid sus amigos más cercanos la llamaron habitualmente Gerarda, traduciendo así su nombre para convertirlo en más castizo y cercano, no representa los años que ha cumplido el pasado verano, setenta y tres. Se muestra con espíritu juvenil y eso nos lleva a considerarla más aniñada. Con una faz que es el vivo retrato de su progenitor. Lo anecdótico es que llevando ya a sus espaldas casi setenta películas, nos recuerda que no deseaba ser actriz; en todo caso, bailarina, de dedicarse al mundo artístico. Pero su progenitor la incluyó con un papelito en una de sus famosas películas, Candilejas, y ya, con un personaje destacado en 1964 fue, en Doctor Zhivago, la mujer de Omar Sharif en la ficción, rival sin pretenderlo de Julie Christie en el novelesco guión rodado en Madrid y sus alrededores, incluyendo la sierra segoviana.
Fue entonces cuando Geraldine Chaplin fijó aquí su residencia, donde se enamoró de un chico que no sabía si dedicarse a la interpretación o a aprender dirección de fotografía, ayudante de cámara en sus inicios, que fue lo que finalmente lo convirtió en un apreciado profesional. Era Manolo Velasco, hermano de Conchita. Fueron novios un par de años, hasta que en 1966 Geraldine y Carlos Saura formaron una pareja que parecía estable. Duraron hasta 1979, teniendo un hijo, Shane, nacido en 1974, que ahora vive en Nueva York, dedicado al mundo cinematográfico, un tanto alejado de su madre y mucho más del padre, del que parece no querer saber nada.
Ruptura con Carlos Saura
Para Geraldine Chaplin fue un golpe duro aquella ruptura con Carlos Saura. Él la dirigió en sus mejores películas. Siempre hemos repetido, como cualquier mortal, que cuando una pareja se dice adiós, por lo común, nunca se sabe de quién es la culpa. En este caso, aun con el beneficio de la duda, parece que fue el director aragonés quien se cansó de la norteamericana de nacimiento pero con pasaporte británico, nuestra admirada Gerarda.
Y aquel mismo 1979 pronto encontraría un buen paño de lágrimas, un hombro en el que reposar y curarse de las heridas de aquella unión resquebrajada. Papel que protagonizó un fotógrafo y director cinematográfico, no muy conocido por entonces en nuestros pagos, de nacionalidad chilena: Patricio Castilla. Al que familiarmente, creo, llaman "Pato". Y que desde entonces es el compañero de Geraldine Chaplin. Padres de la ya mencionada Oona O´Neill, actriz en progresión, residente en Londres que, entre otros trabajos destacados figura como eficaz componente del muy abultado reparto de la serie Juego de Tronos. Tan integrada estaba Oona en el equipo, que el día que le tocaba morir según el argumento, no acabó de asimilarlo y se puso a llorar como una Magdalena, cuando aún las cámaras seguían rodando. Lo que obligó al director a advertirle: "Aguanta un poco, mujer, que tienes que seguir haciéndote la muerta…".