Fernando Rey, el marino que terminó por ser nuestro primer actor internacional
Se cumple cien años del nacimiento del intérprete. "Quería ser marinero y terminé en el cine".
Mucho antes de que Antonio Banderas y después Javier Bardem hayan alcanzado cotas importantes en la cinematografía norteamericana Fernando Rey ya lograba, a partir de mediados los años 60 del pasado siglo el reconocimiento como nuestro actor más internacional. Estos días, en los que al menos la cadena 2 de Televisión Española viene anunciando el centenario de este inolvidable personaje, nos sumamos gustosos a la evocación de su vida y su obra. Lo conocimos, participamos de varios encuentros periodísticos, gozando de su amena e interesante conversación. Era un hombre cortés, de una afabilidad poco común entre sus colegas, que atendía a los periodistas con una exquisita educación como no recordamos a nadie de su profesión.
Fernando Casado Arambillet Veiga Rey nació en La Coruña el 20 de septiembre de 1917. Su padre era un militar republicano, que por cierto nada tenía que ver con el otro general Casado, (que en Madrid, al final de la guerra civil fue el último en rendirse ante las tropas franquistas), y que fue condenado a muerte y luego indultado, aunque tuvo que pasar unos años en prisión. Era compañero y amigo de Franco y con esos antecedentes, la madre de Fernando fue al palacio de El Pardo a pedir clemencia al Jefe del Estado.
Al actor le costaba mucho rememorar tales amargas circunstancias de su juventud. Hubiera querido ser marino, o arquitecto, pero acuciado por casi la miseria en la que vivía con su madre, buscando trabajo encontró uno en el que jamás había pensado: extra en una película, Nuestra Natacha, y luego, al concluir la guerra civil, en Los cuatro Robinsones, de 1939.
Como luego su carrera en el cine fue larga hasta su muerte condensaremos al máximo esa filmografía. En 1944 ya tenía un papel con frase, en Eugenia de Montijo. Allí se enamoró de la protagonista, Amparo Rivelles… sin ser correspondido. Es con Locura de amor, de 1948, cuando su nombre ya aparece destacado en las carteleras. "Estaba abominable –me confió, la última vez que nos vimos- con aquellos odiosos mofletes… Que desaparecieron cuando me dejé crecer la barba muchos años después". Allí, en el papel de Felipe el Hermoso, formó una inolvidable pareja con Aurora Bautista, Juana la Loca. Pareja, sucesivamente de la mexicana María Félix (Mare Nostrum y Faustina), y compañero de Brigitte Bardot y Alida Valli (Los joyeros del claro de luna).
Puso la voz en español de Laurence Olivier
Fernando Rey destacaba primordialmente por su bella voz, al punto que dobló en español a Tyrone Power, a Laurence Olivier y a otros grandes, amén de que en ese cine español de los años 50 era quien en off soltaba aquellas parrafadas, nada más comenzar una película, con las que situaban en la historia a los espectadores, caso por ejemplo de ¡Bienvenido, míster Marshall! Me decía que la voz es lo que uno conoce menos de sí mismo. "Yo ni me oigo ni tengo vanidad por ello".
Transcurría el año 1960 cuando el actor, procedente de Argentina donde había acudido a unas jornadas de cine español, aterrizó en Madrid del brazo de una bella actriz bonaerense, Mabel Karr (llamada realmente María Isabel Campolongo) a la que había convertido en su mujer; ella aportaba una hija de otro anterior matrimonio. "Había tenido yo muchas aventuras femeninas, pero mi vida cambió al conocer a Mabel –me confió-, quien además me sacó de los casinos, donde hubo una época que me dejé hasta las pestañas, y de no ser por ella habría terminado en la ruina". De América sólo se trajo noventa mil pesetas como único capital, y una bandeja de plata, regalo de bodas. Así, con ese exiguo capital, inició su convivencia con aquella deliciosa actriz, mujer bella y simpatiquísima.
Su despliegue internacional
El año 1961 fue crucial para Fernando Rey, cuando Luis Buñuel lo llamó para protagonizar Viridiana. Fue el comienzo de su despegue internacional. Volvería a ponerse a sus órdenes en Tristana, al lado de Catherine Deneuve. Me contaba el gran actor que el realizador aragonés se había fijado en él "por lo bien que yo hacía de muerto", pues me recordaba de cuando en 1949 intervine en otro rodaje suyo, Sonatas. Se hicieron muy amigos. "Siempre me estimulaba en horas bajas al aconsejarme que en la vida siempre hay que tener proyectos. Tal era mi grado de amistad con él, de las confidencias que nos cruzábamos, que he llegado a pensar que algunos directores extranjeros me contrataban para que yo les contara cosas de Buñuel".
Otro de los genios con quien hizo buenas migas fue Orson Welles, que lo dirigió en Campanadas a medianoche, aquella película que parecía no terminar nunca de rodarse y en la que el productor Emiliano Piedra, marido de Emma Penella, se dejó media vida y todo su dinero. "Recuerdo que en el Festival de Cannes, donde se presentó la película, Orson Welles quiso que yo estuviera a su lado en el palco de honor".
Pasaron unos años, en aquella idealizada década de los 60, cuando Fernando Rey, por cuestiones de edad, de fotogenia también, había perdido su galanura, al menos según criterio de productores y directores. Y en 1971 otro golpe de suerte lo devolvió a la escena internacional, cuando Friedkin lo llamó para hacer de jefe mafioso en French Connection, aunque si somos rigurosos aportaremos este dato: a Damián Rabal, representante del actor gallego, le llegó la oferta, pero con destino a su hermano Paco… Paco Rabal, naturalmente, otro grandísimo protagonista. Pero le exigían rodar en inglés. Y ahí es donde encontró su trampolín Fernando Rey. Éste me refería que aquella producción se rodó con poco presupuesto y que el éxito que tuvo y el dinero que proporcionó fue una sorpresa, y de ese modo se filmó una segunda parte. A partir de entonces el rostro de nuestro compatriota se hizo familiar para los espectadores estadounidenses. Fue seguidamente coprotagonista con Sofía Loren en Blanco, rojo y…, ella una monja, él un cirujano; Lépido, en Marco Antonio y Claopatra, donde Charlton Heston, el protagonista, le rompió tres costillas, de modo involuntario, claro. Y así fueron pasando los años en tanto Fernando Rey volvió a emparejarse con Catherine Deneuve (La mujer con botas rojas, del hijo de Buñuel, Juan Luis); otra vez con ella y Tina Aumont (La gran burguesía); Nina (nada menos que al lado de Ingrid Berman y Liza Minnelli)…
Buñuel también había reaparecido en la vida de Fernando Rey cuando en esa década de los 70 volvió a tenerlo ante las cámaras en El discreto encanto de la burguesía y Ese oscuro objeto del deseo. Y en este repaso a vuela pluma (¿o se nos permite decir a vuela ordenador?) de su obra cinematográfica –en el teatro actuó bien poco–, digamos que su testamento artístico, fue cuando rodó en 1991 El Quijote. Que le supuso un extraordinario sacrificio, pues hubo de adelgazar doce kilos y soportar una pesada armadura en pleno verano en tierras manchegas. Se rompió una costilla. Mereció la pena, me confesó él, quien no hizo caso a su mujer, que le instaba a no aceptar aquel trabajo.
De otras confidencias que me hizo, recojo las siguientes: "No llevo bien el paso de los años. Hay mucha literatura acerca de la vejez, al insistir en su bondad a cambio de adquirir sabiduría. Lo que no debo es quejarme, viviendo de una profesión inestable, cuando a mí no me han rechazado en los repartos en estos últimos años de mi vida. Y como ciudadano también estoy agradecido que me cruce con gentes que me tratan con deferencia. Quisiera escribir mis memorias, contar por ejemplo cómo me examiné de francés con don Antonio Machado, del que guardo una papeleta dándome un sobresaliente, o de don Miguel de Unamuno, que era rector en la Universidad de Salamanca, donde yo me había matriculado antes de empezar la guerra… Si me decido a escribir esos recuerdos será cuando me retire del todo, pronto, y me vaya a vivir a La Coruña, con Mabel". Tenían un hijo, llamado como el padre, médico de profesión. La hija de Mabel Karr se había casado con un jugador del Real Madrid, Fleitas.
Y llegó el verano de 1993. De vacaciones en Galicia me encontré con el actor en el mismo hotel que ocupábamos ambos, en un pueblo aledaño a La Coruña. Me sorprendió que, a pesar de su cortesía de siempre, se extrañara de mi presencia. Y me lo aclaró. Creía que iba a entrevistarlo, lo que insisto no era así. Pero él estaba en guardia desde que tres meses antes un semanario publicara en portada que padecía una enfermedad irreversible. Ese verano descansaba junto a su mujer, su hijo y su nuera. "No sabes lo que me ha perjudicado esa falsa noticia porque las productoras se cuidan y a veces las compañías de seguros se niegan a contratar una póliza si temen que un actor esté en las últimas. No es mi caso".
Quedamos en vernos en septiembre, en una zona del Pirineo de Huesca, donde iba a rodar la que sería su última película: A través del túnel. Ya no concedía entrevistas pero tuvo la deferencia de invitarme a almorzar con él, junto a Mabel y el director del filme, Jaime de Armiñán. "Necesito trabajar, preciso del dinero para vivir, pero te voy a confesar que si pudiera retirarme ahora mismo no lo haría. Sería algo así como sentirme acabado". Desgraciadamente, víctima de un cáncer de colon, falleció el 9 de marzo de 1994 en su casa madrileña. En la sede de la Academia del Cine, que él presidía, sus compañeros le rindieron el último homenaje. Fue enterrado en La Almudena. Unos meses después, su viuda trasladó los restos del actor a un recoleto cementerio, en Alcalá de Henares. Y entró por la puerta grande en la historia del cine español.
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