Dispuesta a no dejar que una de sus más importantes propiedades, sino la principal, escape a su control creativo, Marvel ha fagocitado la franquicia Spider-Man en manos de Sony en un nuevo reboot (el tercero en solo quince años) concebido al alimón entre ambos estudios y destinado a concretar a un nuevo Peter Parker, más polvorilla que nunca, en el universo Marvel de Los Vengadores y compañía.
Si deducen cierto desencanto de estas palabras a raíz del estreno del nuevo Spider-Man, están en lo cierto. Lo que tampoco no quiere decir nada malo (al menos, excesivamente) para la película de Jon Watts, realizador del excelente thriller Cop Car, que en España salió directamente en doméstico.
Y no lo es porque Spider-Man: Homecoming acierta en su reflejo de un personaje más adolescente que nunca (y recuerden: esto no es un desmérito y mucho menos en el caso del hombre araña) al tiempo que cae en los modismos habituales de las producciones del estudio, pero con un guión evidentemente mejor centrado que en las dos anteriores entregas.
El concepto es claro, y la referencia explícita a Todo en un día, la estupenda comedia ochentera de John Hughes, tampoco es baladí: Spider-Man es más que nunca un joven adolescente que quiere ser un Vengador y está dispuesto a todas las trastadas posibles para conseguirlo. Homecoming (término que hace referencia a la clásica fiesta de bienvenida en los institutos USA)sigue atentamente los intentos tan enérgicos como torpes de Peter en llamar la atención del mundo, aportando un grano de arena fundamental, y más sutil de lo que parece, a la hora de rematar las en ocasiones inmerecidamente denostadas historias de orígenes de superhéroe confeccionadas por la compañía.
El filme se salta a la torera estos puntos cardinales del personaje, pero los incorpora al mismo permitiendo a Watts hacer gala de una notable economía narrativa y una autoconsciencia (al guiño al beso bocabajo del primer Spider-Man de Raimi, a las escenas postcréditos de la propia Marvel) que tampoco toma el control del relato. Homecoming funciona por tanto como historia de orígenes, pero una que no reincide en los aspectos de la mitología inicial de un personaje al que, al fin y al cabo, ya hemos visto nacer en dos ocasiones. Se trata, por tanto, de un peculiar híbrido entre reboot y secuela que funciona de manera absolutamente autónoma y que también desplaza radicalmente, aunque sin llegar a anularla, la aproximación sentimental y melodramática de la saga de Raimi y de la de Webb, subsumiendo ese carácter en el de la mega franquicia confeccionada por Marvel que ahora se está poniendo de moda cuestionar. Y eso, se pongan como se pongan, está bien, pero también tiene su vertiente negativa.
Entre ellas, la escasa presencia de un director asalariado destinado a aceptar una historia y unas coordenadas visuales claras pero ya sobradamente conocidas (no cuestionamos el tono de comedia adolescente, que resulta más justificado que nunca), dos hándicaps en el ADN de una película amena y bien rematada, que pese a sus lazos con las demás películas Marvel no sufre de reiteraciones y desvíos y que aporta frescura y diversión como pocas aportaciones recientes al género. Pero ese proceso de amoldamiento (tampoco vamos a poner las anteriores sagas como ejemplo de desatada libertad creativa) anula parte de la melancolía en el relato del propio Peter Parker, de la rabia contenida de la interpretación de Andrew Garfield y también de la locura nerd que el genio de Sam Raimi supo plasmar en su ya clásica trilogía. Por no mencionar de la viveza del escenario: pese a representar muchos puntos cardinales de la Costa Este (no falta un aterrizaje forzoso en Coney Island, o la excelente secuencia en Washington, donde sí se respira vértigo), Homecoming quizá es la película menos "neoyorquina" de todas las de Spider-Man.
Y llegamos a la presentación de un villano encarnado por Michael Keaton, un actor que tiene un par de cosas o tres que decir sobre el subgénero. El intérprete del primer Batman, que años después cuestionó la épica del género a las órdenes del intenso Iñárritu en Birdman, suma aquí un villano con una vertiente social que queda necesariamente sometido a las travesuras de un héroe que todavía no es tal. Pero el giro argumental que enlaza definitivamente su destino al de Peter tiene todo el sabor de la comedia de enredo adolescente de Hughes, en un rasgo más de inteligencia artística y no solo industrial en el filme de Watts.
Spiderman: Homecoming es, gracias a Keaton y a la energética interpretación de Tom Holland, un filme lo bastante inteligente a la hora de alejarse de los demás filmes del trepamuros pero también del exceso de efectos visuales de otros filmes de verano. Y aunque algunos sentiremos que algo se pierde por el camino respecto a las anteriores (en ocasiones, injustamente menospreciadas, caso de la primera película de Marc Webb), lo cierto es que ganamos en diversión y entusiasmo: estamos ante un blockbuster en el que no está en juego el fin del mundo, sino el resultado del baile de fin de curso; no un mamotreto destinado a sostener franquicias, sino una sofisticada chuchería cinematográfica hasta arriba de buenas intenciones.