Curiosa la evolución del actor devenido en director Peter Berg, quien parece estar conformando paso a paso un digno y honesto cine de acción obrero basado casi siempre en hechos reales (y negros) de la historia reciente norteamericana. Día de Patriotas es, como sus anteriores El único superviviente y Marea negra (todas protagonizadas por Mark Wahlberg) la crónica de una catástrofe tan inesperada como, en el fondo, previsible, en este caso la de los atentados de la maratón de Boston de abril de 2013. También la última encarnación de un peculiar híbrido cinematográfico que Berg (que comenzó su carrera imitando el proceder de Tarantino en Very Bad Things) ha venido perfeccionando a lo largo de una serie de filmes más o menos inspirados en hechos reales.
Día de Patriotas toma prestados rasgos de cineastas tan dispares como Kathryn Bigelow, en ese afán verista tan propio de la cineasta de La noche más oscura, y el odiado Michael Bay, a quien Berg quiso mimetizarse en su odisea militarista Battleship, para fundir en el fondo la fisonomía del cine de historias cruzadas y el cine de catástrofes. El resultado es una forma de thriller bastante pura y con tensión suficiente como para mantener atado al público a una jornada de escándalo, la del puñado de agentes de la ley, víctimas y verdugos a quienes un día de atentados les cambió la vida.
Todo es típico y tópico en Día de Patriotas, con americanos buenos y terroristas rencorosos y malos, pero los hechos parecen dar la razón a Berg en su retrato del americano de clase media baja. También en su fidelidad a un sentimiento patriótico irreprochable, su seriedad a la hora de abordar los hechos en una crónica que nunca pierde sustancia, interés o estilo cinematográfico. Un reduccionismo apropiadamente ejecutado convierte Día de Patriotas en un filme que no hace demasiadas preguntas (lo peor del mismo es, por reincidente, esa coda final con los testimonios reales de las víctimas) pero del cual se derivan decenas de ellas, adoptando cuando conviene la textura de las imágenes de seguridad o los noticiarios, generando espectáculo de acción pero a la vez relato a partir de una serie de imágenes grabadas en la cabeza de todo americano.
El prolegómeno del propio atentado son por eso menos interesante que lo que viene después: el caos y la sorpresa, la investigación y la persecución que culminó en un tremendo tiroteo en una zona residencial (atención al papel de J.K. Simmons). A partir de la aparición de un excelente Kevin Bacon, a eso de la media hora de película, el filme aprieta poco a poco las tuercas hasta culminar en la fenomenal set-piece de acción urbana sin mucho que envidiar a la saga Transformers. Berg lo ilustra con una cámara vibrante que exprime el estilo que Paul Greengrass catapultó en la saga Bourne y hace músculo de director con la narración del despliegue y organización de todas las agencias y cuerpos de seguridad implicados en la caza. Las secuencias más sutiles, como aquella en la que el FBI se establece en un hangar, o la del volcado de todas las imágenes de seguridad en los ordenadores, tienen tanta potencia como las escenas culminantes que Berg trata de no subrayar a la vez que cumple su contrato con el público: entregar un espectáculo decente y entretenido.
El híbrido entre documental y cine de acción logrado por Berg funciona, y la prueba es que, sin serlo y sin apasionar del todo (cierto exceso sentimental carga los últimos minutos) la película confundirá y enervará a los detractores de ese cine patriótico de la era Reagan al que Día de Patriotas en ningún momento emula.