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Rosa Belmonte

El ridículo temido

Una siempre se pone en el lugar del que hace el ridículo, no en el lugar de quien gana.

Una siempre se pone en el lugar del que hace el ridículo, no en el lugar de quien gana.
Beatty | Cordon Press

Una siempre se pone en el lugar del que hace el ridículo, no en el lugar de quien gana. Por eso Cospedal me provocó ternura cuando perpetró su discurso sobre el pago en diferido a Bárcenas. Por eso Marisa Naranjo siempre será mi locutora favorita de las uvas. Por eso me sentí tan cerca de la tenista Andrea Jaeger cuando le vino la regla en Wimbledon (de blanco, demonios, no podía haber sido en otro torneo). Por eso la única vez que La la land me ha caído bien ha sido cuando ha hecho el ridículo con todo el equipo sobre el escenario de los Oscar. Vale que no fue culpa suya sino de quien dio el sobre a Warren Beatty y Faye Dunaway, pero el momentazo es igual de embarazoso. Desde luego que Frank Capra lo pasó peor. Pero fue en 1933 cuando la ceremonia, que había empezado a celebrarse en 1929, no salía por televisión (se hacía una fiesta en hoteles, en 1944 se llevó a un teatro y hasta 1953 no empezó a televisarse).

Frank Capra estaba nominado como mejor director por Dama por un día. Los otros dos eran George Cukor por Mujercitas y Frank Lloyd por Cabalgata. El cómico Will Rogers se encargaba de la entrega. No se le ocurrió otra cosa que anunciar así al ganador: "Sube y cógelo, Frank". Y Capra subió al estrado. Cuando llegó, Rogers le dijo que no se refería a él sino a Frank Lloyd. Hoy de esas tres películas sólo nos acordamos (al menos yo) de Mujercitas pero Frank Lloyd es un nada pretencioso director del que recordamos perfectamente La tragedia de la Bounty (1935), con Charles Laughton y Clark Gable. Pero retomando a Capra, por nadie pase. Menos mal que Frank Lloyd pidió a George Cukor que se uniera a ellos. Y menos mal sobre todo que no había televisión. Tampoco la había en 1943 cuando Greer Garson dio aquel discurso larguísimo al ganar por La señora Miniver (hay quien dice que duró cinco minutos, hay quien dice que una hora, hay quien dice que más que su parte en la película). Al lado de la Garson se veía a Joan Fontaine al borde de un ataque de nervios. Llega a ser su hermana y le da con el Oscar en la cabeza.

Ya con la televisión ha habido cosas menos vergonzosas. Que Jennifer Lawrence se cayera sólo la hace más adorable. Y a Ingrid Bergman sólo se le fue la pinza. Cuando recibió su Oscar por Asesinato en el Orient Express se puso a elogiar a Valentina Cortese, nominada por La noche americana y se olvidó completamente de Madeline Kahn, Diane Ladd y Talia Shire. "Casi siempre hablo primero y pienso después", se disculpó más tarde. Aunque más gordo fue lo de Tom Hanks en 1993. Mientras aceptaba el Oscar por Filadelfia, sacó del armario a su profesor de drama en el instituto (la metedura de pata se usó en In & Out).

Una de las escenas más tronchantes de La boda de mi mejor amiga es esa en la que probándose trajes de novia y dama de honor casi todas empiezan a tener retortijones por la comida brasileña que han tomado (por el restaurante al que las ha llevado Kristen Wiig). Ocupado el retrete por una que vomita, Melissa McCarthy se sienta en el lavabo y Maya Rudolph, con el vestido de novia, sale a la calle y se agacha (acaba rindiéndose). Luego lo recuerda como lo peor: "He cagado en la calle, he cagado en la calle". Hay tantas cosas horribles y normales que te pueden ocurrir que cualquier día sin pasar vergüenza es un día ganado.

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