Perdónenme la ocurrencia, pero si a propósito de Joe Coughlin, el gánster que interpreta Ben Affleck en esta Vivir de Noche, se dice que "se fue un soldado y volvió un delincuente", lo cierto es que si algo demuestra la cuarta película como director del protagonista de Perdida y Armageddon es que de un mal actor (que desgraciadamente nunca se ha acabado de ir: en Vivir de noche vuelve a estar fatal) volvió un muy buen director, uno con pulso narrativo y contundencia en las escenas de acción, además de un inapelable buen gusto a la hora de acomodar, con elegancia y dramatismo, las formas del cine clásico de Hollywood a las nuevas necesidades del cine digital.
Dicho esto, lo cierto es que Vivir de noche es, con toda seguridad, el primer (y relativo) traspiés de ese Affleck director alabado por todos, que afronta aquí su película más ambiciosa en escala y más irregular en resultados. El filme, basado en una novela de Dennis Lehane (a quien Affleck ya adaptó en su debut Adiós Pequeña, Adiós) relata el ascenso en la comunidad criminal de Boston, y después de Florida, de Joe Coughlin, un gánster con atormentado y romántico en plena época de la Prohibición. Pero lo hace con una amplitud de miras que acaba resultando perjudicial para un relato que trata de abarcar demasiado, por mucho que a pesar de ello, y gracias a la claridad narrativa de su autor, haya mucho que salvar.
Hablemos claro: en el guión de Vivir de Noche, responsabilidad del propio Affleck, existe una ambición de aunar fresco histórico y (falso) relato biográfico que en ningún momento acaba de llegar y que quizá, por una vez, hubiera necesitado de un filme una hora más largo para cuajar.
El filme comienza en Boston, con Coughlin a la sombra de un padre exigente y al otro lado de la ley (Brendan Gleeson, aprovechando cada segundo en pantalla) y viviendo una historia de romance y traición con la novia de otro mafioso, Emma Gould (excelente Sienna Miller), para continuar en Florida, con la fundación de un imperio criminal que culmina en un roce con una figura local, Loretta (fascinante, e inquietante, Elle Fanning) en cuya creación ha tenido mucho que ver el propio Coughlin. En paralelo se suceden varias subtramas sobre la vida sentimental, personal y "profesional" de Coughlin que Affleck pega con una voz en off en ocasiones fascinante (el comienzo y el desenlace del filme) pero a menudo innecesaria, a lo que no ayuda una terrible Zoe Saldana que simplemente no sabe cómo insuflar emotividad al personaje. Vivir de Noche trata, en definitiva, de abarcar demasiado en vez de focalizarse y desarrollar en cada uno de los apasionantes episodios que narra.
Por suerte, Affleck se muestra irrebatible en sus puntos de vista sociales y políticos, además de confirmar una capacidad de resolución como director (no hablemos de las dos grandes secuencias de acción que abren y cierran el relato, simplemente fenomenales) que en parte suavizan el guión y elevan la película hasta un digno suficiente. Para Affleck, Vivir de noche es una cinta sobre la posibilidad de redención personal en pleno conflicto de fuerzas externas; un choque de estructuras en la que la mafia, aquí casi una alegoría del capitalismo (y retratada en toda su violencia pero también sofisticación: Coughlin no quiere ser un asesino) choca en su voluntad de ambiciosa expansión con fuerzas atávicas que son tanto humanas (el racismo más primordial y animal del Ku Klux Klan) como otro de orden moral y religioso (el representado por Loretta). Affleck lo retrata de forma clara y diáfana, por mucho que el filme necesite de un conflicto más claro y centrado, y de ese clasicismo (que nunca deja en la cuneta las tensiones internas del relato, esa voluntad de simulacro de cine de género clásico pero a la búsqueda de una renovada autenticidad, de un significado "moderno") se erige el talento de un narrador fiable y dedicado a mostrar una nueva condición humana en esa guerra. Dicho de otro modo: en la América de la Prohibición que refleja Affleck asoman la patita, aunque quizá llamados de otra forma, muchos conflictos actuales, además de una moralidad contemporánea que no socava su condición de filme de época: atención a ese detalle nada casual y en el que los hombres de Coughlin -un tipo que, por otro lado, parecía destinado a su labor mafiosa- surgen "de abajo" para acabar con el soterrado nuevo pacto creado para engañar al protagonista).
Vivir de noche hubiera necesitado de menos diálogo grave, charla de escritorio y de romanticismo pasado por voz en off (la historia de amor es soberanamente aburrida) y , precisamente, más acción extraordinaria como la persecución de coches en Boston (que repite y mejora la de The Town) y ese tiroteo final en la mansión italiana, que sin embargo tampoco es el final del largometraje. Pero un buen contador de historias a veces se revela precisamente por sus fallos, por cómo saca adelante la película a pesar de los pesares o, si quieren, por la manera de transmitir ideas a pesar de todo. Affleck lo hace con inteligencia y dignidad, por lo que me resulta imposible enterrar los méritos de esta fallido, interesante thriller criminal.