Desconozco qué reacción tendrán algunos niños a la salida de Rogue One, con diferencia la aventura de Star Wars más oscura y compleja desde el vilipendiado (y también algo infravalorado) Episodio III de George Lucas. El primero de los spin-offs planificados por Walt Disney (en 2018 llegará el dedicado a un joven Han Solo) es un filme que suma una renovada complejidad a la mitología de la serie, por mucho que lo haga haciendo -como la propia Alianza Rebelde en la película- sus propios e inesperados sacrificios, y algunos de ellos les anticipo que bastante importantes. A cambio, ganamos una película que araña cuestiones que el Episodio VII ignoraba completamente en beneficio de la nostalgia, y lo hace llevando hasta el final sus propios postulados aunque eso signifique generar división de opiniones... algo que, tratándose de una saga iniciada por George Lucas, tampoco debería extrañar a nadie.
La película dirigida por Gareth Edwards (Godzilla) comienza como un western o, si quieren, una película de samuráis. Y luego continúa como un relato de espionaje que podría estar ambientado sin demasiados problemas en la Segunda Guerra Mundial, solo que con naves espaciales en lugar de vehículos blindados. La historia de Jyn Erso, una joven huérfana cuyo padre fue la figura clave en la construcción de la Estrella de la Muerte, y cómo esta acaba enrolada en la Rebelión que más tarde encabezarían los Skywalker en los Episodios clásicos, es la primera película fuera de la saga familiar que compone la serie, y por tanto se presenta liberada de un buen número de las servidumbres y obligaciones de formar parte de la historia troncal presentada en primera instancia por Lucas.
Hibridar el relato de espionaje y bélico con la space opera que sirve de matriz a la fantasía es algo que suena de maravilla. Pero Rogue One fracasa, sin embargo, allí donde los mejores filmes de la saga triunfaban de manera abrumadora: convertir en memorables y atractivos a todos y cada uno de sus personajes, incluso los más secundarios y pasajeros. Existe durante la primera mitad de Rogue One una especie de ortopedia sentimental, y en algunos casos, narrativa, que impide identificarse con el drama de Jyn (distante Felicity Jones) o conectar con el carisma de su compañero de fatigas Cassian Andor (inexpresivo Diego Luna). Edwards, al igual que en la excelente Godzilla (de la que practicamente copia una de sus ideas que me ahorro comentar), apela a conflictos familiares para engarzar el relato de fantasía, pero lo hace preocuparse en exceso de que simpaticemos con ninguno de ellos, sin cultivar en exceso sus relaciones hasta esa operación completamente improvisada que da pie a la batalla final del robo de los planos de la Estrella de la Muerte. Esto podría estar muy bien (estamos, al fin y al cabo, en una aventura más adulta y ajena a la saga principal) pero lo cierto es que también se queda corto con la caracterización, dejando al público un tanto huérfano de personajes dignos de adoración inmediata, algo tolerable en cualquier otro filme pero sin duda una relativa traición a los postulados de la monumental fantasía de Lucas.
Y es una verdadera pena, porque el filme, pese a algún cambio de tono y una presentación farragosa (que quizá delata esa remodelación parcial realizada en los polémicos reshoots de este año), crece en épica a medida que avanza, y de hecho, acaba entregando todo aquello que el complaciente prólogo remasterizado del Episodio IV que era El despertar de la fuerza apenas acertaba a ofrecer. Y es que, al contrario que aquella, que limitaba su alcance a tocar las fibras emocionales del espectador (cosa que, hay que reconocerlo, consiguió), Rogue One quiere ser un filme bélico con una moral más compleja, en el que por primera vez atisbamos matices morales en el seno de una alianza rebelde que no está representada de manera monolítica (no falta, incluso, extremistas como el encarnado por Forest Whitaker) y que muestra de manera directa, y como ningún otro filme de la serie, la naturaleza temible de esa dictadura que representa el Imperio Galáctico así como ciertas resonancias actuales (un mundo de armas de destrucción masiva, filtraciones, inyectar cierta ambigüedad moral en la causa rebelde…) que convierten el show en algo justificable, contemporáneo… o si quieren, útil.
Pero -y esto es un poco más sorprendente- Rogue One sabe rendir un homenaje a la entrega inicial de Lucas bastante coherente y mejor que la película de Abrams. Pese a la deslabazada primera media hora del filme (hemos dicho que Rogue One no es un filme perfecto, y pese a tener secciones excelentes, desde luego no lo es todo el tiempo); pese a internarse en algunos géneros y en un tono desde luego diferente al El despertar de la fuerza (aunque no ajeno a la franquicia: ahí tienen la inalcanzable El Imperio Contraataca y la inferior La venganza de los Sith), la película de Gareth Edwards nos recuerda según avanza, y cada vez más, al tono de la fantasía espacial con misión suicida de por medio estrenada por Lucas en 1977. La segunda y formidable segunda hora del filme, una enorme sección bélica repleta de creciente emoción, humor y -atención- drama, rematan un discurso épico que reconecta a las mil maravillas con la saga original, que no se siente como una mera maniobra comercial por parte de la nueva Lucasfilm.