Todavía queda un mes y medio para el cambio, pero podemos ir hablando claro: 2016 no ha sido el mejor año de Hollywood. Las recaudaciones no han acompañado como se esperaba, pero más allá de eso y de incuestionables (e inevitables) éxitos de taquilla, lo cierto es que la industria no ha logrado capturar el interés o, al menos, sorprender más allá de ciertas fórmulas de eficacia más o menos probada. Faltaba, quizá, esa película que rompiese un par de esquemas o tres, o que al menos traspasase esa sensación de acomodo o desinterés más allá de los denodados esfuerzos cimentar una identidad propia o en generar una franquicia.
Ignoro si Arrival (La llegada) es "esa" película. Porque el filme se atiene a fórmulas conocidas, ya sea en cuanto a su adscripción genérica como a los rasgos de su autor. Incluso posee cierta pátina "indie", hipster (o como quieran etiquetarlo) que atraerá a todos aquellos que huyeron, no sin cierta razón, de Independence Day. Contraataque y disfrutaron con, por recurrir al tópico, Lost in Translation (por cierto: bien podría Arrival titularse así, y cuando la vean me darán la razón).
Lo que sí puedo afirmar es que la elegante película de ciencia ficción de Denis Villeneuve (Sicario, Prisioneros) reúne todos los atractivos posibles para un amplio espectro de público. Por un lado permite, a quienes necesiten de coartadas intelectuales para disfrutar de una película de Hollywood, analizar ciertos aspectos psicológicos y culturales que, no les quepa duda, guían una trama que durante más de una hora de su metraje podríamos tildar de relativamente convencional dentro del género, al menos en su sinopsis pura. También provocará el diálogo entre todos aquellos que gustan de diseccionar la (radical) revelación argumental de sus últimos veinte minutos, o simplemente la audacia de la puesta en escena de Villeneuve, tan eficaz a la hora de crear una atmósfera enrarecida (y definitivamente diferente a otros Encuentros en la Tercera Fase) que potencie los enigmas de su argumento. Pero es que Arrival también posee elementos emotivos y de puro espectáculo suficientes para llegar, más tarde o más temprano, a un amplio espectro del público de multisalas que muchos se apresuran a descalificar. Estamos ante, en efecto, esa gran película con la etiqueta de "inteligente" que Hollywood nos había venido escamoteando este año.
Villeneuve exprime a través de su exquisita cámara todas las posibilidades de lo extraño, y cuando ese recurso se agota retuerce los demás flancos de una película con grandes dosis de reflexión social y política. Pero lejos de dejarse llevar por estos aspectos, desvela su gusto por el thriller potenciando las fracturas psicológicas y metafísicas del mismo, elevando Arrival a cotas de poesía notables. En la película, cada país reacciona de una manera diferente a la llegada de los extraterrestres, aunque la férrea persectiva de Villeneuve y el guión de Eric Heisserer (Destino Final 5, Nunca apagues la luz) nos mantenga bien centrados en el punto de vista de Louise (excelente, de nuevo, Amy Adams). Ir de lo personal a lo colectivo, de nuevo a lo personal, rompiendo todas las barreras entre ambas con una facilidad pasmosa.
Villeneuve sabe crear mejor que nadie esa sensación de "evento" mundial, con mayúsculas, que la cultura de los eventos globales ha constituido y que en el cine se manifiesta tanto a través del monumental blockbuster como por corrientes de opinión que se impulsan a través de las redes sociales y que son capaces de ignorar, o elevar, a fenómeno de masas esta serie o aquella película. Por el camino, sabe generar momentos de suspense a partir de figuras y escenas mil veces vistas en la ciencia ficción (ver la llegada de Louise al campamento, con ese largo y ominoso plano que sigue al helicóptero por el valle: nada que ver con la épica de Jurassic Park) y pasar por encima de los lugares comunes del guión creando una prolongada incertidumbre, amortiguando los golpes de efecto.
Todo ello dispuesto al servicio del mensaje, que no debe entenderse como discurso bienintencionado o "new age", sino como casi un filme de tesis. En Arrival los extraterrestres llegan y no podemos entenderlos, de modo que todo se reduce a una enorme pregunta, o mejor dicho, gira en torno a qué pregunta hacer, y cómo hacerlo sin fastidiarlo todo: la dificultad de formular una pregunta concreta. El lenguaje como expresión artística, el arte como herramienta para modificar la realidad (no puede ser casual que la ventana para comunicarnos con los aliens se asemeje a una pantalla de cine), el pensamiento humano ("human" es, creo recordar, la primera palabra que Louise escribe en la pizarra) como vía para romper el espacio-tiempo que constriñe la existencia. Con esto quiero decir que puede que Arrival, filme que -ojo- también tiene sus trampas, sea perfecto. Pero sí se trata de una obra brillante y atrevida, uno de esos filmes que fuerzan al gran público a estar a estar a la altura, o al menos, decidir sobre una experiencia relevante.