El oficio del caballero andante ha abundado en la historia literaria. Y las 19 novelas de la serie Jack Reacher, personaje creado por el británico Lee Child, podrían encajar perfectamente en el mito, convenientemente actualizado, del eternamente menospreciado defensor del inocente. Reacher, expolicía militar e investigador feliz de salir del sistema tras años a su servicio, recorre Estados Unidos como un nómada sin destino concreto. Fanático de figuras de la música negra o el béisbol netamente americanas, Reacher tiene, sin embargo, la habilidad de aparecer como un fantasma allí donde se le necesita.
Un papel perfecto para que Tom Cruise, en una maniobra que sus detractores sin duda interpretarán como un intento de retener el estrellato de tiempos pasados, ha hecho suyo en los hasta ahora dos filmes dedicados al personaje. Otros pensamos que no, o que en todo caso nos da un poco igual: tanto Jack Reacher como su secuela, Nunca vuelvas atrás, que se estrena esta semana en España, son dos producciones medias (poco más de 60 millones de dólares de presupuesto) con potencial de franquicia pero sin la presión de un blockbuster de 1.000 millones. Reacher es, también, un personaje con el que Cruise puede envejecer: chulesco pero amigable; autoritario pero sensible (más en los filmes que en las novelas); peligroso pero en última instancia, defensor de causas justas. Mitad Terminator y mitad Sherlock Holmes, un personaje perfectamente válido para una buena serie de películas de acción de tamaño medio y cierta capacidad de adaptación a los nuevos aires en el alicaído género.
Ambas películas de Jack Reacher, incluyendo la presente, conservan los maquiavélicos giros plasmados por Child en los libros, puro western devenido en serie negra. Si en Zona Peligrosa, la muy bien pautada pero todavía candorosa primera entrega escrita en primera persona, Reacher descubría la identidad del muerto forzando al lector a pasar páginas; y en la afinadísima Un disparo Reacher acudía para condenar al presunto culpable, no para liberarlo; en Nunca vuelvas atrás (la decimoctava de las novelas) todo versa, sin embargo, sobre la incapacidad de Reacher para echar raíces: su amante es precisamente la mujer que le sucedió en el cargo, y en medio de la persecución una demanda de paternidad le complicará aún más las cosas.
La película de Edward Zwick, realizador abanderado de una corrección (política, narrativa, visual) en ocasiones momificada, resulta una enérgica muestra de thriller que desgraciadamente no logra que sus dos subtramas, una criminal y otra de índole más íntima que sirve de reflejo del psicópata que a veces habita en Reacher (sin duda, lo más interesante de las novelas), cooperen del todo bien. Si la primera Jack Reacher de Chris McQuarrie guiñaba un ojo a los thrillers más rudos setenta, un modo de adaptar las abruptas y breves y rítmicas frases de la prosa de Child, el de Zwick parece un clásico y aseado thriller de Paramount de los noventa (¿se acuerdan, no obstante, de títulos tan majos como La hija del general, de Simon West, o Juego de Patríotas, de Philip Noyce?) con un ritmo trepidante, contemporáneo, lo cual tampoco es necesariamente malo.
Si ello ocurre es porque Zwick no se maneja tan bien como McQuarrie con ese aliento "pulp" que desprende la masculinidad desaforada del personaje de Child, y lo que hace es vestirla con gusto y discreción e incluso algo de sentimiento, añadiendo una subtrama con adolescente díscola que, de necesitarse realmente, debería haber gozado de más impacto. No es culpa suya, ya estaba en la (según dicen) interesante novela original de Child. En todo caso, cuando el realizador se ciñe a la acción es cuando el filme funciona, y la verdad, no lo hace mal. El gran error del director, eso sí, es tratar de "actualizar" referencias en su clásica y clarísima puesta en escena, tomando prestados motivos de la saga Bourne, algo visible en la estilización de los villanos y en una, por otro lado notable, banda sonora de Henry Jackman (que percute como la de la saga de Matt Damon pero que parece ir mucho más rápido que su tradicional puesta en escena) que somete, convierte voluntariamente a Jack Reacher, en un producto derivativo, no una alternativa real, estoica y "hard boiled", a la ya agotada (lo demuestra la solo correcta última entrega, Jason Bourne) fórmula bourniana.
El filme, no obstante, conjuga bien sus intereses con ciertas tendencias actuales que podríamos tachar de políticamente correctas, pero que en todo caso se combinan bien con el macarrismo del personaje. Lo mejor del filme es presenciar como Tom Cruise, astro tendente a chupar plano, cede (pese a su calidad de protagonista y productor) casi todo el peso del largometraje a una excelente Cobie Smulders, que sabe absorberlo hasta el límite de las posibilidades del filme. Su personaje, Turner, es el verdadero sufridor del filme, una contradicción con el protagonismo de Cruise (en ocasiones comparsa del secundario femenino) que tanto Zwick como el actor parecen comprender bastante bien. Todo en el filme versa, quizá, sobre la inoperancia de Reacher a la hora de relacionarse con las mujeres y las limitaciones que le impone su naturaleza de antihéroe solitario, pero sin los discursos y la machacona insistencia que podríamos esperar de Zwick, dando una pátina de autoconsciencia y modernidad al producto pero sin ceder ante una trama convencional, simple pero robusta.
Pero para los amantes de cierta sobreinterpretación, Nunca vuelvas atrás también deja un par de perlas. Y es que los fans de Cruise no dudamos que el actor "habla" a través de su personaje, y que esa trama con adolescente díscola (que despierta algo parecido a un sentimiento paternal en Reacher), así como su complicada (o demasiado simple) relación de "amigos con derecho a roce" con una mujer igual o mejor que él, admiten ciertos paralelismos con los acontecimientos recientes que ese misterioso y sólido avatar llamado Tom Cruise ha vivido en la prensa en los últimos meses. Inferior a la primera, pero aún así correcta.