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Ocho razones por las que 'La Bella y la Bestia' es única

El colosal clásico de la animación se estrenaba en su primera versión hace 25 años en el Festival de Nueva York.

El colosal clásico de la animación se estrenaba en su primera versión hace 25 años en el Festival de Nueva York.
Fotograma de 'La Bella y la Bestia' | Cordon Press

Bella acude a su librería habitual y, ante la ausencia de novedades, se decide por un volumen que, según le recuerda el dueño, ya ha leído dos veces. A continuación, mientras lo repasa sentada en una fuente, descubrimos que está leyendo su propia historia, la de un príncipe disfrazado cuya identidad no se revelará hasta el final. A su alrededor se arremolinan las ovejas. Una de ellas da un bocado a una de las páginas.

Cualquier amante de la lectura puede sentirse identificado con Bella -y la indiferencia de los aborregados-, con los cuentos en general, y con este en particular. Algunos tenemos la necesidad de acudir a La Bella y la Bestia, de defenderla frente a El rey león -más espectacular, pero menos poética- y de ponderar sus virtudes frente a los que afirman que solo es una historia romántica. Pues bien, este largometraje, cuya versión inacabada -work-in-progress, con el último tramo sin colorear- se proyectó en el Festival de Nueva York hace 25 años, sorprendió por sus hallazgos técnicos y narrativos, su fusión entre tradición y modernidad y por su insuperable música. Estas son algunas de sus proezas.

1. Suplanta al clásico. Se suele acusar a la factoría Disney de dulcificar los cuentos tradicionales, mediante la eliminación de los elementos más escabrosos y la imposición del final feliz como regla básica. Pese a ello, la mayor parte de los argumentos guardan gran semejanza con el modelo. No así La Bella y la Bestia. La versión recogida por Madame Leprince de Beaumont en el siglo XVIII ofrecía pocos alicientes para su adaptación al cine -la primera mitad es muy semejante a La Cenicienta, con una fortuna venida a menos y unas hermanas envidiosas, mientras que la segunda consiste en la propuesta diaria de matrimonio de la Bestia a la protagonista- que hicieron desistir en su día al propio Walt Disney. La guionista Linda Woolverton decidió empezar de cero: tan solo detalles puntuales como la rosa y el espejo mágico sobrevivieron. La historia se enriqueció con un prólogo, un villano, memorables secundarios y una mayor profundización en la historia de amor, que avanza según cambian las estaciones. El nuevo vampirizó completamente al original; el que acuda al mismo encontrará una hermosa historia con moraleja pero sencilla en exceso y carente de magia. Así fue como Disney creó su primer clásico original.

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2. Bella se basta sin un príncipe. Nuestra heroína fue singular en su momento, radicalmente distinta a la inmediatamente anterior Ariel: los dibujantes le dieron un aspecto más europeo, con pelo castaño, cejas y labios gruesos y ojos de menor tamaño. Pero lo que la destaca de entre el resto de princesas Disney fue su personalidad: no sueña con una historia de amor, sino que vive entregada a la lectura y aspira a vivir aventuras lejos de su aldea. Es valiente y testaruda, incomprendida por sus vecinos, y repudia el amor hueco que le ofrece Gastón. Su independencia ya anticipa a Mérida (Brave) y Elsa (Frozen).

3. ¡El villano es guapo!. Mientras que el monstruo enamorado ha sido un elemento recurrente en la literatura -Nuestra señora de París o El fantasma de la ópera son ilustres ejemplos-, el malvado atractivo resulta novedoso, al menos en lo que a narraciones "infantiles" se refiere. Gastón y la Bestia son dos hallazgos de la animación. No solo por su logrado diseño -el primero es una recreación de un galán de telenovela; el segundo, una combinación de cuerpo de oso, melena de león, cabeza de búfalo, colmillos de jabalí y cola y patas de lobo-. La dualidad entre ambos va un paso más alla: Gastón resulta simpático a pesar de su petulancia pero va mostrando poco a poco su oscura personalidad, obsesiva y cruel; por el contrario, la Bestia aterroriza en su primera aparición -lo reconocerán si la vieron de niños- pero va humanizándose a medida que avanza la acción, reduce su fiereza, camina más erguido y usa más ropa. El héroe popular y el verdugo intercambian sus papeles. Si la belleza se encuentra en el interior, no está de más recordar que la maldad, a veces, también.

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4. Fue el primer musical animado, a lo grande. Las canciones siempre han sido un componente vital de la factoría Disney, desde el punto de vista artístico y comercial -ya con Blancanieves... creó un sello propio para comercializarla-. Hay bandas sonoras legendarias, como Pinocho o El libro de la selva, que sin embargo no pueden considerarse musicales en el sentido estricto de la palabra: sus temas adornan el film, expresan sentimientos puntuales, pero no contribuyen a avanzar la trama -si nos podemos puristas, supuestos clásicos del género como Cabaret o Fama tienen el mismo problema-. Con La Bella y la Bestia sí se planteó crear un musical al estilo Broadway, con la intención de trasladarlo a los escenarios, como finalmente ocurrió. Los responsables de las canciones de La Sirenita, el compositor Alan Menken y el letrista Howard Ashman, crearon una serie de números de gran espectacularidad y completamente integrados en la historia. Esta película es a la animación lo que West Side Story a la imagen real. En el primero conocemos a Bella, su amor a los libros, sus ansias de escapar, el interés que despierta en Gastón, la visión que tiene de los aldeanos -y estos de ella-, y todo ello en cinco minutos. Hay un vals bravucón para el antagonista, una canción romántica para la pareja -carencia de la que adolecía La Sirenita-, un tema con tintes operísticos que condensa el odio que despierta la Bestia en los aldeanos, un cancán de infinitos detalles que homenajea las grandes coreografías de Busby Berkeley... y cómo no, la canción central, pura belleza y sencillez, que Angela Lansbury grabó de un tirón, recién llegada de un aterrizaje de emergencia por alerta de bomba. Estrellas del musical como Paige O'Hara y Jerry Orbach, amén de Lansbury, también contribuyeron a esa impresión de gran musical

Aunque después vendrían Aladdín y Pocahontas, Menken compuso aquí su mejor obra. Ashman, que también ejercía de productor ejecutivo -suya fue la genial idea de otorgar personalidades diferentes a los objetos encantados-, la última de su carrera: murió ocho meses antes del estreno.

5. Incluyó una escena generada por ordenador. Concretamente la del salón de baile -se percibe sobre todo en las columnas y los ventanales que muestran el cielo estrellado-, con ese hechizante travelling descendente desde la lámpara de araña. Todo un avance frente a La Sirenita, último film animado al estilo tradicional, y anticipo de Toy Story, el primero realizado íntegramente de forma digital.

6. Fue nominada al Oscar a la Mejor Película. El primer film de animación en conseguir esta proeza, un honor compartido con Up (2010) y Toy Story 3 (2011) -una de las incoherencias habituales de la Academia, puesto que desde 2001 existe la categoría independiente de Mejor Película Animada-. Aquella gala de 1992 dio la victoria a El silencio de los corderos, pero La Bella y la Bestia sí triunfó por su banda sonora y su canción principal -de las tres que tenía nominadas, otro récord-. Los propios Bella y Bestia hicieron una aparición especial en un vídeo en el que anunciaban el ganador al Mejor Corto Animado.

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7. Se dobló en España. Tradicionalmente Disney realizaba una única versión en español para toda Latinoamérica, al principio en Argentina -bajo la dirección de Luis César Amadori, que obtendría un fenomenal éxito años más tarde con ¿Dónde vas, Alfonso XII?- y después en México. La Bella y la Bestia fue el primer estreno de la factoría con doblaje nacional. Veinticinco años después, sigue admirando la brillantez de este trabajo, coordinado por el gran Camilo García (voz habitual de Anthony Hopkins y Harrison Ford), que también ejerció de narrador. "Cuando tomaba consciencia de lo grande que era lo que hacía, me quedaba sin voz" me cuenta Inés Moraleda, la Bella española, que por entonces contaba con 19 años. "No era habitual que las actrices de doblaje tuvieran formación en canto. En un fin de semana grabamos toda mi parte. Recuerdo llegar a casa el domingo y sentir que había sido otra".

Otro maestro del doblaje, Miguel Ángel Jenner, comenta la dificultad de hacer hablar a Lumiére: "Los castings fueron exhaustivos. No tenías que parecerte al original, tenías que sonar exactamente igual. Un trabajo de precisión absoluta". Afirma guardar un gran recuerdo de ese doblaje, de su personaje "divertido y lleno de matices", y del entusiasmo general de todos por el proyecto: "Sabíamos que este doblaje era un acontecimiento".

8. Fue la primera película de Disney en aterrizar en Broadway (y en la Gran Vía). Con su estructura musical, la traslación fue relativamente sencilla: Menken aprovechó melodías de la parte instrumental de la banda sonora para crear nuevas canciones, a las que puso letra Tim Rice. Con una puesta en escena apabullante y un barroco y meticuloso vestuario, se estrenó en 1994 y representó su última función en 2007: el noveno musical más longevo de Broadway.

España era por entonces bisoña en cuanto a musicales de gran formato: tan solo tres en veinte años, Evita, Los Miserables y El hombre de la mancha, habían visitado la capital. La productora Stage Entertainment tuvo la osadía de traer La Bella y la Bestia en 1999, y su enorme aceptación -más de un millón de espectadores se dejaron tentar por su magia- abrió la puerta a otros tantos títulos que han ido conformando una digna oferta del género en nuestra capital.

Un cuarto de siglo nos separa de aquellos que vieron por vez primera un cuento viejo como el tiempo y escucharon una canción que hacía suspirar. Hay que señalar, para cumplir con los lectores, un defecto de la película: siempre resulta decepcionante que la Bestia que nos ha cautivado se transforme en un príncipe tan insípido. A este respecto conviene rescatar unos versos de Luis Alberto de Cuenca:

Cayó por fin el último pétalo, y de la Bestia
bibliófila surgió un príncipe guapísimo
y analfabeto. Habría que intentar adaptarse
a aquel cambio: la vida es inferior al arte.

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