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Por qué la saga Jason Bourne es importante

Jason Bourne regresa a los cines, y por eso repasamos los méritos de la saga del espía desmemoriado. 

Jason Bourne regresa a los cines, y por eso repasamos los méritos de la saga del espía desmemoriado. 
Matt Damon es Jason Bourne | Universal

Poco imaginaba el estudio, o incluso sus propios creadores, que El caso Bourne (2002) iba a convertirse uno de los thrillers de acción más importantes de su época. Pero, en efecto, lo que inicialmente iba a ser un filme más o menos genérico acabó plantando la semilla de algo mayor. Y, la verdad, mucho mejor: la historia de quien acabaría siendo conocido como Jason Bourne, basada en las novelas y el personaje del célebre escritor Robert Ludlum (fallecido solo unos meses antes del estreno) no solo resultó ser un sleeper o éxito sorpresa en toda regla, consagrando para siempre la carrera en solitario de su protagonista Matt Damon (recuerden: estamos en el año 2002, tiempos todavía del binomio Mattfleck) sino también, y esto es más importante, ser un filme capaz de redefinir una figura y géneros arquetípicos, el del espía (y el espionaje) de cara a la locura de década que nos esperaba tras el 11-S. Hacer predicciones de taquilla para hacer cuanto más dinero mejor está bien, pero acertar a la hora de retratar el clima de una época es tarea más difícil.

Jason Bourne, el soldado que resultó ser un hombre, o el hombre que persigue su identidad, acertó con el espíritu del momento, con el retrato psicológico de su protagonista… y, por supuesto, con sus intensas escenas de acción. No nos engañemos: de no haber desembarcado en la franquicia el director británico Paul Greengrass y su característico tembleque de cámara, la cosa no hubiera sido lo mismo. Pero ojo: calificar de tembleque el método desarrollado por Greengrass y su equipo para rodar la acción es menospreciar un logro que muchos han tratado de imitar, pero muy pocos han igualado. Sea como fuere, forma y contenido se aliaron para propiciar una franquicia que, pese a la existencia de varias novelas e incluso un telefilme protagonizado por Richard Chamberlain, probablemente nadie esperaba.

Porque no, Bourne es de todo menos James Bond. Para empezar, en su vida solo hubo una mujer y se la arrebataron. Y su afán no es la venganza o el patriotismo, sino un afán de descubrimiento personal que en manos de Matt Damon deriva hacia contornos ideológicos libertarios. ¿Qué desea exactamente Jason Bourne, recordar su identidad y volver a ser el que era, o bien empezar de nuevo? ¿Se puede alcanzar la redención habiendo cometido actos terribles? ¿Hasta qué punto era Bourne culpable de sus actos, ordenados por el bien de la Patria? Por no hablar de una calculada ambigüedad moral: ¿Jason Bourne huye de los malos, sale de caza o ambas cosas? ¿Se está defendiendo o, en su lugar, atacando? Todo eso estaba en la primera película de Doug Liman, un buen thriller con una persecución en Mini estupenda y un final quizá muy apresurado (no faltaron los problemas durante el rodaje) que acertó, sin embargo, en lo fundamental: volver a presentarnos el thriller de la Guerra Fría pero en una marcha distinta; adaptado a tiempos más complejos y confusos y, sobre todo, sin provocar el aburrimiento del público de multisalas que desea una satisfacción inmediata.

Y entonces llegó Greengrass. Perfectamente conchabado con su editor Christopher Rouse (quien en la nueva entrega, Jason Bourne, ha sido "elevado" a coguionista) y el director de fotografía Oliver Wood, el responsable de la segunda (El Mito de Bourne, 2004), tercera (El Ultimátum de Bourne, 2007) y ahora quinta entregas (Jason Bourne, 2016) el británico logró llevarse la experiencia de su docudrama Bloody Sunday al cine de acción americano, canalizando la acción a través de una cámara que se ve continuamente obligada a "buscar" la situación que retrata y no viceversa; corrigiendo su punto de vista y su movimiento según la acción lo requiera y, por tanto, retratando los sucesos de una manera a veces confusa, pero evidentemente intensa. Olvídense del clasicismo “british” de John Glen, Michael Apted y otros directores de la saga 007, En Bourne no hacíamos turismo por escenarios idílicos, sino que seguíamos a su protagonista por urbes europeas con encanto, pero nocturnas, frías y un tanto desastradas. Uno no sabía demasiado bien cuáles eran las intenciones del héroe, sólo comprendíamos su pérdida; y a veces ni siquiera entendíamos de dónde venían los golpes. El Gobierno, parapetando sus intereses en la Defensa de los ciudadanos; sus grupos secretos dentro de organizaciones también secretas eran los malos de la función. Todo era, y es, descarnado, intenso y un poco sucio.

Una espontaneidad distinta, deudora del reporterismo y el documental practicados por Greengrass en su pasado inmediato y que, pese a estar evidentemente ensayada en su apariencia espontánea (y, en realidad, expandir y continuar lo aplicado por Doug Liman en la primera película), sí logró proyectar otro estilo visual diferente que el inglés, sin embargo, aplicó no solo a la estética sino también al relato de sus películas en la serie. Buen guión, buenas actuaciones y un montaje rítmico que no permite ni un solo respiro al espectador ayudaban a lo lograrlo, pero también una intencionalidad política que puede gustar o no, pero que existe entre bambalinas. Y sobre todo, una regla básica: la procesión va por dentro y no contar nada más que lo que necesitas.

Porque sobre el papel y fuera de él, la saga Bourne también supo canalizar un descontento político evidente en una época turbulenta. Y lo hizo recuperando y renovando otro estereotipo, el del chupatintas de oficina, capaz de mover los hilos desde el anonimato en base a intereses presuntamente morales. En Bourne el villano no era un militar traicionado, como en La Roca, o una divertida parodia de empresario feroz, como el Blofeld de James Bond. Aquí nos encontramos de bruces con el perfecto producto de las entrañas de la CIA, el hombre de corbata y camisa blanca que decide desde el anonimato si lanzar la bomba, si experimentar con la mente del soldado, si dejar huérfana a una grácil muchacha rusa en base a intereses espurios. Chris Cooper, Brian Cox, David Strathairn y ahora Tommy Lee Jones han puesto cara a estos nuevos hombres del sombrero que reencarnan la paranoia en torno a unos servicios secretos demasiado secretos para el ciudadano de a pie. Y lo han hecho, por cierto, con una dignidad digna del mejor teatro: las escenas de despacho de la saga Bourne contrastan con la acción trepidante que rodea al espía, pero tienen más miga de la que parece.

Un estilo de cámara y narración impresionista rara vez visto en Hollywood, pero siempre natural, que otorgó al filme una fuerza y fluidez inusitados. Con la primera de sus aportaciones, El mito de Bourne, Greengrass supo sugerir (o más bien, arrojar) al espectador una película de espías que "realmente" estaba pasando ahora ante sus ojos, alejándose de la fantasía y el espectáculo gratuito y, sobre todo, de la sombra de un gigante como la saga James Bond, que multiplicaba el efecto de la primera película sin necesidad de contar nada más que lo estrictamente necesario. No sé si lo recuerdan, pero en ella Matt Damon apenas tiene un puñado de líneas de diálogo: El Mito de Bourne es un blockbuster de acción de apenas cien minutos que finaliza con el héroe pidiendo perdón a una huérfana, no con una explosión. Y que contenía la que, quizá, es la mejor persecución en coche de la historia reciente del cine: la que ocurre en las calles de Moscú en el tercio final del largometraje, en la que Greengrass contrasta primeros planos casi indescifrables con otros generales que precisan la geografía de manera casi quirúrgica. 

La de Matt Damon es la saga de espías perfecta para comenzar el siglo XXI, aquella que reflejaba el oscuro mundo hipertecnológico que ya estaba ahí. Una nueva óptica para una historia de siempre, que como pura manufactura resultaba una confluencia igualmente extraña entre cine independiente y comercial, entre género e introspección, adornada por escenas de acción de una potencia y verismo inusitados que acabaron convirtiéndose en marca de fábrica y un trío de bandas sonoras -debidas al británico John Powell- simplemente arrebatadoras. Posteriormente, con la encarnación del agente 007 a manos de Daniel Craig y tras los vaivenes de Jason Bourne en un par de películas, no faltaron consideraciones de que el personaje de Ian Fleming tomaba muchas cosas prestadas del presunto imitador que encarnaba Matt Damon. Las de Jason Bourne ya eran películas importantes, sí señor.

Por eso, y por el estreno inminente de la nueva entrega, Jason Bourne, Universal ha relanzado en Blu-Ray y DVD la colección Bourne en un pack que incluye la trilogía original protagonizada por Matt Damon y el más que correcto spin-off con Jeremy Renner, El legado de Bourne, dirigido por el guionista Tony Gilroy. Un lanzamiento que incluye, naturalmente, todos los extras de ediciones previas recopilados en los discos, una imagen y sonido espléndidos y un DVD adicional de extras que completa todavía más la experiencia. Un placer para todo aquel a quien le interese exprimir la experiencia del cine en casa y este puñado de clásicos modernos.

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