Uno de los sucesos más extraordinarios del periodismo español de los últimos años sucedió cuando un grupo de cinéfilos -de generales como Víctor Erice a soldados rasos, ratas del VSH- protestaron a El País por mantener entre sus críticos cinematográficos a Carlos Boyero, representante por antonomasia del gusto retrógrado y sentimental. El problema no consistía tanto en el criterio conservador de Boyero sino en su cerrazón mental, los prejuicios y falta de capacidad intelectual para analizar cualquier propuesta cinematográfica que fuese un poco más allá de los parámetros clásicos. La gota que colmó el vaso de la cinefilia española, y parte de la extranjera que se sumó al manifiesto que también firmaban críticos del prestigio de Miguel Marías, fue el reconocimiento por parte de Boyero de que se había salido de la sala donde proyectaban Shirin (2008), la película de Abbas Kiarostami a concurso en Cannes, en cuyo Festival el cineasta iraní había ganado años antes la Palma de Oro con El sabor de las cerezas (1997).
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La paciencia no suele ser una de las características más comunes en el espectador de cine occidental. Al contrario del ritual de una sala de conciertos, o del vagabundeo de cuadro en cuadro por un museo, el espectador cinematográfico está casi "pavlovianamente" empujado a esperar dosis de adrenalina. Por ello hay un grupo de cineastas que al perseguir suscitar la reflexión o la intuición de lo "inexpresable" (mejor dicho, lo aún no pensado o expresado) no son plato fácil de consumir para el común de los mortales. Este cine suele ser hermético, a menudo críptico, y para quien consiga desarrollar un poco de paciencia no sólo extraordinariamente estético sino de una alta densidad semántica y emocional. Este tipo de cineastas con su práctica cinematográfica se oponen sistemáticamente tanto en la teoría como a la hora de la verdad a los usos industriales cinematográficos.
Buñuel, Rohmer, Antonioni, Dreyer... El fantasma de la libertad, La rodilla de Clara, El eclipse, Gertrud... Pero no sólo entre los clásicos se ve crecer la hierba. En el cine contemporáneo disfrutamos de esos artistas del parar y el templar (hay que dirigir como se torea, muy quieto y en su sitio). Para Boyero, el tipo de cine de Kiarostami resultaba insufrible no tanto por ser, desde su punto de vista, un "coñazo" sino porque sus fans lo consideraban "sublime". Kiarostami, como otros exóticos, Apitchapong Weeresathakul, o no tan exóticos, David Lynch o Gus van Sant cuando se ponían en modo "de culto", pertenecen al club de los que, como sugería Andrei Tarkovski, en lugar de recortar un plano aburrido lo alargaban más y más, hasta el infinito del metraje presupuestado y la exasperación del crítico accidental, para conseguir que adquiriese una peculiar consideración trascendente y mística.
O como Ingmar Bergman. Hay una relación no sólo frutal sino existencial entre las Fresas salvajes (1957) del director sueco y El sabor de las cerezas del iraní, ambas dos hermosas parábolas sobre el "carpe diem". O como Víctor Erice, cuya niña de El espíritu de la colmena (1973) está emparentada cinematográficamente con el niño kiarostámico de ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), uniendo la inocencia sin sensiblería con la crítica social sin maniqueísmo.
Cuando el viceministro de la Cultura iraní, Javad Shamaqdari, anunció en 2012 que la película Copia conforme (2010) de Kiarostami no se podría proyectar en Irán aclaró que "la película no es mala pero no se podía permitir su proyección por el modo de vestir de Juliette Binoche". Quizás El País le queda un poco grande a Carlos Boyero pero no cabe duda de que algún periódico iraní, o alguna de las innumerables cadenas de televisión que patrocinan los chiitas en España, le vendría como anillo al dedo.
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Close up (1990), Y la vida continúa (1992), A través de los olivos (1994), El viento nos llevará (1999), ABC África (2001), Ten (2002), Five (2004)... hasta Like someone in love (2012) constituyen una de las más extraordinarias combinaciones de aliento poético, reflexión filosófica y pureza en la puesta en escena del cine contemporáneo. Ya no está contra nosotros Abbas Kiarostami, el cineasta persa, pero como en su breve y profundo poema siempre nos quedará su huella:
Ni este
ni oeste
ni norte
ni sur
Aquí mismo donde estoy de pie