"Venimos a pasarlo bien, no a quedarnos". La frase pronunciada por uno de los gamberros protagonistas de Todos queremos algo resume bastante bien el canvas emocional de la última película de Richard Linklater, una comedia universitaria que recurre a casi todos los tópicos del género que muchos conocimos en Desmadre a la americana... pero que, como no podía ser de otra manera, en manos del director de Boyhood se convierte en otra cosa distinta.
Podríamos decir que en vez de estereotipar lo humano, Linklater lo que hace es humanizar el estereotipo. Misma dirección, pero sentido contrario. No hay nada en la sustancia argumental de Todos queremos algo que se distancie mucho de lo aportado en otros filmes del estilo, cuyo devenir argumental se reduce a acompañar a los protagonistas de fiesta en fiesta en los días previos al comienzo de su primer curso universitario. Ni un soplo de oscuridad que no se derive del vértigo de nuestra posición de espectadores, aquí en el año 2016.
Pero naturalmente, en esta aportación "indie" el tema es un poco distinto. Sin recurrir a la nostalgia ni a los lugares comunes de la comedia peterpanesca, el filme es una mirada optimista e inteligente a unos tiempos quizá mejores, quizá peores, pero que en todo caso ya fueron, tanto como una comedia escolar.
Observador ausente de todo cinismo, Linklater despoja la película de conflictos, sin maquillar ni disculpar la conducta de estos entrañables descerebrados ni criticar el género que le sustancia la película. A muchos Todos queremos algo les parecerá una alargada sucesión de fiestas y borracheras, pero Linklater trabaja muy bien en ese difícil equilibrio de las rutinas simplonas. Lo demuestra su deriva final hacia el romanticismo, nada extraña en el realizador de la trilogía Antes del...; el tono de sus distintos homenajes pop (a Isaac Asimov, Dimensión Desconocida y mil cantantes y grupos musicales), que jamás deriva en arrebatos nostálgicos; o esa frase en la pizarra que nos da la clave del largometraje (que en manos de otro realizador resultaría un insulto new-age a la inteligencia)...
Incluso el título, Todos queremos algo, se mueve entra la verdad resignada y la alegre apología del deseo, y esa actitud es precisamente la que el director de Boyhood sabe transmitir en su afable, encantadora película.