Crítica: 'La Bruja', de Robert Eggers
'La Bruja' se presenta como la última sensación en cine de terror. ¿Merece todos los laureles colgados por la crítica?
En un pasaje de la celebrada novela épica de terror It (Eso), y a colación del horror sobrenatural que perseguía a sus protagonistas, el autor Stephen King pasaba revista a las diferentes acepciones de la palabra inglesa "haunt". Tras atestiguar el significado de encantamiento o suceso no solo inolvidable sino, también, recurrente (insidioso), no puede ser fruto del azar que la última y más extraña de todas ellas fuera la de "sitio donde comen los animales". El escenario de La Bruja, última muestra de ese cine de terror independiente que el año pasado nos dio pelotazos como The Babadook o It Follows, es precisamente (¿casualidad?) una granja familiar ubicada en esa misma Nueva Inglaterra que sirve de escenario a los terrores telúricos, sobrenaturales, que parecen surgir de la misma tierra que hace más de un siglo también pisó la escritora Mary Eleanor Wilkins.
Probablemente no sea accidental, en tanto el filme de Robert Eggers se presenta bajo el subtítulo "basada en leyendas de Nueva Inglaterra". Un terror "folk" fundamentado en la histeria religiosa al que Eggers, diseñador de producción debutante en el largometraje, aplica una textura angustiosa, de una severidad pareja a la extrema, agresiva devoción de la familia protagonista. En efecto, la sinopsis de La Bruja no se aleja demasiado de clásicos del género como El Resplador o, incluso, Poltergeist, por mucho que el tratamiento aquí sea distinto de todas ellas. Sin sustos (aunque alguno hay) o sangre (pese a que el rojo finalmente asoma en la sobria traca final), La Bruja trata de ahuyentar trucos viejos e invocar una atmósfera salvaje, mística y tremendamente fría. No resulta extraño que la reputación del filme naciese en Sundance, festival tradicionalmente dedicado a un cine más social, y que aquí ha decidido honrar lo que, al fin y al cabo, es una cinta de terror (¿quizá reconociendo unos recursos que ya estaban ahí incluso antes que ellos?).
El problema es que el filme, al fin y al cabo una hábil mezcla de cinta de posesiones, encantamientos y, en efecto, brujas, no triunfa del todo en ese rechazo, eficaz pero a la vez escasamente novedoso; un ropaje ideal para agradar (convencer) a todos aquellos que quizá no tienen un particular aprecio por los tropos del género. La Bruja es, de todas formas, algo más que un ejercicio de estilo (quizá el problema no es tanto la película como quizá la manera en que ha sido recibida) gracias sobre todo a la soberbia interpretación de Anya Taylor-Joy (a quien veremos en Split, la próxima del recuperado Shyamalan) pero también el buen pulso de Eggers y su gusto por la construcción de estampas de un claroscurismo Caravaggiesco y paisajes de un gélido simbolismo interior que sin duda hubiera gustado a Caspar David Friedrich. La banda sonora de Mark Korven, cuyos fantasmales crescendos de otro mundo recuerdan al Strauss que ilustraba las apariciones del monolito de 2001, contribuye a rematar una atmósfera fría, malsana, que la previsible revelación final sin embargo no acaba de completar.
Sin duda, La Bruja, en su pura y hábil asociación del misterio cósmico con el folclore, merece formar parte de ese trío maravilloso completado por las dos películas del primer párrafo, It Follows y Babadook (en una asociación que, la verdad, me he inventado yo). Pero viniendo precedida de semejantes laureles críticos, la verdad es que no supone un excesivo revulsivo cinematográfico tanto como simplemente lo que, quizá, en el fondo, pretende ser: un buen y noble filme de género con una visión angustiada, pero en absoluto escéptica, de la religión. Que, dicho sea de paso, y aquí caben las opiniones, no encanta ("haunt") tanto como aquellas.
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