¿Se acuerdan de las películas de Cannon Films, la mítica productora israelí responsable de hits ochenteros como Delta Force o las mil entregas de Yo soy la Justicia? Bien, porque Objetivo: Londres, con su patriotismo ramplón, guión enclenque y mensaje reaccionario está más cerca de la abundante filmografía de la Golam/Globus que de soberbios precedentes como la inmortal Jungla de Cristal o la serie televisiva 24. Lo que tampoco, ojo, le quita toda la diversión al producto, aunque para ello nosotros, espectadores, debemos estar un poco por la labor. La explicación es fácil.
Objetivo: Londres es, pese a su premisa de rabiosa actualidad -y por si no lo habían adivinado-, una de esas películas que mejoran según nos tomemos las cosas con humor. Pese a su condición de espejismo de la situación actual, estamos ante un filme en el que los terroristas se quedan sin banda ancha en el momento culminante de una ejecución, por aquello de dar tiempo al invencible Gerard Butler de entrar en la sala; en la que los líderes mundiales, pese a las evidentes sospechas de caer en la trampa, se pasean por Londres sin demasiado dispositivo de seguridad (y así ser aniquilados con mayor comodidad). También una en la que las tomas aéreas de explosiones maquillan la carencia de medios, porque como hemos dicho, no estamos ante un blockbuster de presupuesto infinito como Batman v. Superman.
Algo que también le pasaba a la entrega precedente, Objetivo: la Casa Blanca, sólo que entonces contábamos con un director a los mandos, Antoine Fuqua, que con pocos medios y mucho espíritu se las arregló para facturar un thriller escasamente original pero escandalosamente eficaz, violento y cafre hasta la extenuación. La que ha dirigido el iraní Babak Najafi juega en la misma liga, pero ya ni siquiera se molesta en maquillar sus abundantes agujeros de guión (¿cómo diablos se ha hecho pasar un ejército por policías londinenses?) para entregarse sin más a ese espíritu increíblemente agresivo, casi obsceno, que no obstante convive con algunas ideas más sofisticadas, con esos terroristas amparados en el libre mercado que dicen despreciar para ejecutar su campaña de terror. Si la película hubiera sabido sacar verdadero partido de esas -digámoslo así- alegorías, otro gallo hubiera cantado.
Aunque lo cierto es que Objetivo: Londres es, como el personaje de Gerard Butler, más efectiva cuando llega el momento del cuerpo a cuerpo. El filme saborea sus minutos de gloria en su tercio final, cuando en virtud de un eficaz (falso) plano secuencia nos introducimos en un hormiguero terrorista en medio de un laberíntico, oscurísimo barrio de viviendas aparentemente infinito, digno de una sofisticada entrega de Call of Duty. Desembarazada de la necesidad de contar alguna historia, de justificar a sus personajes, incluso de la adormilada dirección de actores (cada aparición de Morgan Freeman parece una toma falsa de la película de Fuqua), la de Najafi da todo lo que promete, que es una moderna y cruel actualización del actioner de los ochenta/noventa y nada más. Lo dicho, un clásico de videoclub, si éstos siguieran existiendo.