Lo mejor de la última edición de la muestra Syfy de Cine Fantástico fue, en realidad, el público. Se trata de una afirmación un tanto atrevida, sin duda de doble filo, pero que todos aquellos que frecuenten festivales de género conocerán bien. Porque el público del Syfy que lleva teniendo lugar 13 años en Madrid (este año en los Cines de la Prensa de Callao), animado en todo momento por la anfitriona Leticia Dolera, no duda en silvar, reír y abuchear todo lo que ocurre en la pantalla, y eso por sí solo es un revulsivo -aunque sea episódico- ante la abundancia ciertos círculos, críticos pero también de público, bien repantingados en su propia zona de confort.
No quiero en convertir en algo heroico o representativo un evento como el Syfy, pero sí subrayar lo divertido que en ciertas circunstancias -España, eterno páramo desolado- puede llegar a ser un poco de diversión. Pero para ello es necesario que el programa de filmes acompañe. El que inauguró la muestra el pasado jueves, La invitación (estreno: 8 de abril), no animaba demasiado a ello, en parte porque sus innegables virtudes iban por otro lado. Se trata de un más que notable ejercicio de suspense de su directora, Karym Kusama, redimida aquí en parte de los fracasos de Jennifer's Body y Aeon Flux, que nos sumerge en una reunión de amigos con mucha trastienda que, naturalmente, está destinada a acabar mal. Revelar cualquier cosa del filme sería caer en un spoiler, no así mencionar que está bien actuado y la tensión se mantiene en casi todo momento. Kusama logra reflejar el trauma de su protagonista, así como reflexionar de manera sombría y cínica sobre los hábitos de la clase acomodada de Los Angeles. Y gracias a un correcto reparto, nos lo creemos casi todo, que era más o menos lo que pretendía. Quizá por ello y al igual que en Sitges, donde resultó un discutido ganador debido a la ausencia de carne y vísceras y -precisamente- su escaso elemento Sci-fi, La invitación no gustó a todo el mundo en la muestra, pero eso no le quita un ápice de mérito.
La experiencia de un evento así se vive mejor si nos fijamos en las proyecciones y actividades fuera de la programación "oficial". Así ocurrió con las del capítulo especial musical de la serie Buffy Cazavampiros, en el que un demonio fuerza a los protagonistas a cantar como en un musical; o la película Dentro del Laberinto, proyectada a modo de sentido homenaje a David Bowie... o simplemente porque lo sigue mereciendo. Pese a la mala calidad de proyección en la primera, la experiencia la compensó gracias al público, porque ésta y no otra era la ocasión adecuada para hacerlo. Los fanboy llenaron la sala y cantaron las canciones del episodio Otra vez, con más sentimiento, al tiempo que respetaron los diálogos escritos por Joss Whedon y aplaudieron a rabiar "Walk through the fire". Y aquí ellos, los fanboys, sabrán de lo que hablo...
Una película que sí respondió a las expectativas fue El infierno verde (estreno 1 de abril), del director de Hostel y Cabin Fever, Eli Roth. El film, en el que un grupo de ecologistas acude a la selva de Perú a salvar a una tribu que se los acaba comiendo, podría considerarse poco más o menos una repetición de las virtudes de aquellas dos películas, con una primera hora de comedia bufa (y también una agradable burla al ecologismo y cierto pensamiento buenista) que da pie a unos treinta minutos finales de infarto y gore, com miembros cercenados, ojos comidos como uvas frescas y sangre y gritos por doquier, que hizo saltar de gusto al público que había acudido a ver el Holocausto Caníbal del cachondo Roth... y eso fue exactamente lo que recibió. De la fábula distópica española Vulcania, filme de ciencia ficción dirigido por José Skaf y protagonizado por, entre otros, Aura Garrido (El Ministerio del Tiempo), mejor correremos un tupido velo.
De ahí, y saltándonos filmes bien recibidos como Bone Tomahawk (de la que daremos cumplida información esta semana) saltamos al último día, en el que se proyectaron dos de los filmes más esperados de la edición: la comedia Absolutamente todo y el filme quizá más anticipado de la misma, la distopía de ciencia ficción High Rise. La primera podría ser definida como el Como Dios británico (un inmaduro profesor recibe poderes omnipotentes de unos extraterrestres) quitando a Jim Carrey y poniendo al actor Simon Pegg, que el director y miembro de los Monty Phyton Terry Jones se ha sacado de la manga tras muchos años sin dirigir un largometraje. Resulta un tanto triste comprobar cómo el británico ha perdido el toque de El Sentido de la Vida y La vida de Brian, codirigidas por él junto a Terry Gilliam, por mucho que la película reserve muy buenos momentos cómicos y mantenga bien el ritmo. Algunas buenas ideas como la presencia de Robin Williams como voz del perro Dennis apenas compensan un par de subtramas bobas y la impresión de que, en el fondo, esto lo hemos visto antes. De todas formas, y pese a que el filme resulta más amable que subversivo, resulta sumamente entretenido y carece de afectaciones.
Más dificil de encajar fue High Rise (estreno: 13 de mayo), una esperada cinta dirigida por Ben Wheatley (Turistas, Kill List) que adapta la novela de J.G. Ballard, presentando uno de los habituales futuros distópicos del escritor con un brillante diseño de producción setentero y un excelente reparto que engloba a Tom Hiddleston, Jeremy Irons, Luke Evans, Sienna Miller y Elizabeth Moss, entre otros, como los egoístas inquilinos de una enorme torre de apartamentos que sirve de metáfora a todo un modelo de sociedad... que naturalmente al infierno durante el transcurso de la proyección. Wheatley apuesta por una narrativa onírica y episódica, sin una trama demasiado definida, plasmada con unas bellísimas imágenes, pero se lo juega todo abrazando el caos y el desorden... y aquí entra la opinión de cada uno. Una orgía de depravación que recuerda a La gran comilona de Marco Ferreri, pero donde el humor negro apenas disimula un pretencioso desorden que aburrió a una parte del patio de butacas (y probablemente encantó a una sección más reducida del mismo) pero que desactiva la crítica al sistema capitalista que alberga el material. High Rise es un filme interesante por la dificultad que conlleva traducir a Ballard al largometraje, pero por resumir, un tanto intragable.