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Juan Manuel González

Crítica: 'Zootrópolis', de Walt Disney

Ojo con 'Zootrópolis', un filme con más capas que cualquier nominada al Goya con aura de "cine social".

Zootrópolis | Archivo

No hay manera posible de valorar Zootrópolis como una película blanca. Y no porque lo que cuente contradiga las reglas del entretenimiento familiar de su estudio (en cuya tradición se adscribe sin pensarlo dos veces) o resulte de alguna manera inapropiado o especialmente complicado para los niños. Al contrario, la película comienza siguiendo las reglas del género una a una, guiñando un ojo a La Recluta Benjamín para luego asumir como propio (y además rematadamente bien) el esquema de una de las buddy-movies fundacionales del cine de acción de los ochenta, la memorable Límite: 48 Horas que protagonizaron Nick Nolte y Eddie Murphy hace ya más de un cuarto de siglo. Pero después la cosa se complica, una vez el notable y ameno guión comienza a ahondar en ciertas consideraciones que trascienden la mera caricatura pop que tanto abunda en el género familiar. Mucha tela que cortar para la película de Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush, y aunque los resultados no alcancen la cota de brillantez de -pongamos por caso- una joya de Pixar Studios como Inside Out, sí convierten la aquí presente en una excelente película que merece ser revisada con todos los sentidos alerta.

Zootrópolis es la historia de Judy Hopps, una humilde, diminuta pero determinada coneja de campo cuyo sueño es convertirse en oficial de Policía en la gran ciudad. La película comienza abordando el conflicto personal de Judy, su aprendizaje en la urbe y su entrenamiento físico de la manera más convencional posible, respetando una a una las coordenadas propias del cine animado más estándar: un puñado de enseñanzas simples pero indiscutiblemente bienintencionadas (y -¿por qué no?- en su mayor parte, acertadas) ancladas en el guiño y la referencia a películas populares que, sin embargo, pronto trascienden el ámbito puramente emocional para meterse en un terreno mucho más cenagoso. De manera inesperada y casi siempre para bien, Zootrópolis decide alejarse del mínimo común denominador de su género.

Porque por un lado está la película que la campaña publicitaria nos vende, ésa en la que la colombiana Shakira parece asumir un peso fundamental (que afortunadamente, y salvo un par de horribles canciones, jamás se refleja en la película) y otra la que el muy rico guión nos va proporcionando. Porque una vez "el caso" entra en escena, con una cadena de desapariciones y casos de violencia inesperada en animales pacíficos, la película de Howard, Moore y Bush se crece y llega a rozar instantes de gloria. No sólo por la evidente metáfora que sugiere que el tamaño del animal, así como su lugar en la cadena alimenticia, refleja el "status" social en Zootrópolis, un lugar en el que el crimen -simplemente- existe, lo cual ya significa algo en una cinta de animación USA. Tampoco por ese guiño a la película de Walter Hill, que ancla la película a un género que, la verdad, funciona muy bien.

La película parte de ahí para ganar colores y matices aportando un retrato social y psicológico complejo: el constante machaque al idealista que sufre Judy; el contraste entre el primitivismo y la armonía social que sugiere la amenaza que enfrenta; la casuística compleja que la película consigue ir creando poco a poco... El título original del filme, Zootopia, sugiere mucho mejor esa multiplicidad de niveles, que a nivel visual se plasma en una variación entre futurista y art-decó de un colorido Los Angeles (devenido, más que nunca, un parque temático a lo Disneylandia tanto como un inabarcable "melting pot" de culturas); pero sobre todo una interesante aplicación de la palabra "utopía" entendida como elemento ideal, mezclado y agitado con el motivo zoológico y que anticipa ya esa lucha constante entre el idealismo de Judy y la realidad que allí encuentra. Estamos ante un filme con más capas que cualquier nominada al Goya con aura de "cine social.

El de Zootropolis es un mundo en el que, como el de "aquí", cualquiera puede ser todo, pero conseguirlo va a ser un camino empedrado de sangre y sudor. Y sobre todo, es un lugar en el que sus adorables y achuchables protagonistas se enfrentan al mismo problema que nosotros, espectadores: ellos son animales dispuestos a perder nuestro barniz civilizado una vez el enemigo con mayúsculas, el MIEDO, entra en escena. El miedo, esa herramienta que convierte al más sociable de los individuos en un animal violento... pero en el fondo, dócil. En Zootrópolis hay quizá tres películas que no siempre se llevan bien, pero todas ellas merecen ser distinguidas en un mundo en el que el cine de animación de animales antropomorfizados se ha reducido al descerebre paródico. Excelente.

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