La mala suerte de Mario Vargas Llosa en el cine
Lo de Vargas Llosa presentando un Goya no es tan extraño. Ha sido codirector, autor de guiones e, incluso, actor ocasional.
La presencia el próximo 6 de febrero de Mario Vargas Llosa del brazo de su enamorada Isabel Preysler en la entrega de los premios Goya qué duda cabe que añade un atractivo más a la fiesta anual del cine español. Sobre todo desde el punto de vista social. Habrá telespectadores que, incluso ajenos al puro acontecimiento artístico, fijen sus miradas en la pareja, en tanto con anticipación se hagan quinielas sobre cómo irá vestida la enamorada del premio Nobel. Y éste, por su parte, será protagonista de la gala pues ha de entregar el pesadísimo trofeo ("cabezón" lo llaman entre las gentes del Séptimo Arte) al galardonado con el mejor guión.
Al margen de que su presencia constituya un honor en la larga lista de invitados no hemos de obviar la identificación que el gran escritor mantiene desde hace tiempo con el mundo de la pantalla, al ser, ocasionalmente al menos, codirector, actor y autor de algunos guiones. Son siete las ocasiones en las que algunas de sus más conocidas novelas han sido llevadas al cine. La primera de ellas en 1971, Cachorros, dirigida por Jorge Fons, cuyo argumento se centra en la tragedia de un joven castrado por un perro, que se exhibió en el Festival de San Sebastián del año siguiente. Probablemente del título que más se ha escrito al respecto haya sido de Pantaleón y las visitadoras, película fechada en 1975 rodada en tierras mexicanas que codirigieron José María Gutiérrez Santos y el propio Mario Vargas Llosa. Mucho lamentaría el escritor haberse embarcado en esa tarea tras las cámaras, confesando tras su debut que ignoraba detalles técnicos esenciales para dirigir. "Hice un disparate". Y hasta se atrevió a hacer un cameo poco más que de figurante, lo que si bien le divirtió al principio también lo llevó a una autocrítica. Lo suyo, evidentemente, no era eso. Y la crítica fue implacable, negándole supuestas cualidades al filme, que protagonizaron Katy Jurado y José Sacristán.
En 1999 Francisco J. Lombardi dirigió otra versión cinematográfica de la misma novela con mejores resultados, contando para los primeros papeles con Angie Cepeda, Mónica Sánchez y Pilar Bardem. De 1985 es La ciudad y los perros, una historia antimilitarista, que tuvo también como realizador al mentado Lombardi. Un año después sería el chileno Sebastián Alarcón quien con el mismo relato anterior realizó una producción soviética titulada Yaguar. Se las prometía muy felices Mario Vargas Llosa cuando firmó el contrato para rodar en Hollywood una de sus obras más personales, La tía Julia y el escribidor. Ya saben: inspirada precisamente en sus amores acabados en boda con su tía, Julia Urquidi, con quien estuvo casado desde 1955 hasta 1964. Pero el resultado final de aquel filme, Tune in tomorrow, fue todo un fiasco a pesar del reparto encabezado por Keanu Reeves y Bárbara Hershey con la presencia de Peter Falk (Teniente Colombo).
La última obra del peruano adaptada para la gran pantalla está fechada en 2005, La fiesta del chivo, ambientada durante la dictadura de Trujillo en la República Dominicana, que dirigió un primo del novelista, Luís Llosa, con Isabella Rossellini y Juan Diego Botto de protagonistas.
En general, podemos afirmar que si bien todos esos escritos de Mario Vargas Llosa recibieron en su día elogiosos comentarios literarios, en cambio la crítica cinematográfica fue mucho más severa y negativa. Lo cual no le ha desanimado, según confesión propia. Lo que resulta anecdótico en el admirado autor es saber, según refirió él mismo que le había contado su propia madre, que, siendo niño, iba al cine con ella pero muy a menudo, a mitad de la proyección, se ponía a llorar a lágrima viva y tenían que salirse de la sala. Lo que no supo ni siquiera él mismo es el por qué de su llanto.
¿Se aburría, le entraba miedo el sitio al apagarse la luz, o acaso le aterrorizaban las escenas que veía? Y el cine, ya a partir de su juventud, fue para Mario Vargas Llosa un medio de cultura y ocio que siempre le ha interesado. Aunque no tanto como el teatro, donde si bien ha escrito diez obras no ha obtenido tampoco en sus representaciones igual éxito que con sus novelas. No pudo sustraerse, ya en el presente siglo, a interpretar algunas de ellas, con la emoción confesada de pisar un escenario y dar vida a personajes creados por él mismo.
Así lo hizo a partir de 2005 en cuatro ocasiones, todas ellas junto a la misma actriz, Aitana Sánchez-Gijón. En la última de ellas, Los cuentos de la peste, en 2015, estrenada en el madrileño Teatro Español, la crítica mostró más reconocimiento a su faceta de autor, quedando como un actor aficionado que no conseguía brillar lo suficiente, incapaz de eso que en la jerga teatral se conoce como "traspasar la batería". Es decir: llegar al gran público, convencerlo, interesarlo. Le pagaron, eso sí, muy bien: lo corriente en un primer actor respetable, a razón de trescientos sesenta euros diarios lo que, al final de las veintinueve funciones, hizo un total de diez mil cuatrocientos cuarenta euros.
En el fondo, pese a que haya declarado su aversión a ser considerado un personaje de "revistas del corazón" a raíz de su noviazgo con Isabel Preysler, y no quiera fomentar frívolamente su carrera, puede que no le disguste desfilar al lado de su amada por la alfombra roja del Centro de Congresos Príncipe Felipe la próxima noche de los premios Goya. Una vanidad comprensible. Y un signo de felicidad en esa presencia pública toda vez que parece ya ha llegado a un acuerdo con su ex, Patricia Llosa, lo que hace posible su divorcio en fecha próxima y, naturalmente, su matrimonio con la llamada "reina de corazones" este mismo año. El 28 de marzo Mario estrenará ochenta años. Llenos de felicidad plena: no hay más que verlo.
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