Firmante de la inédita en España 50/50, en la que Joseph Gordon-Levitt y Seth Rogen unieron sus caminos actorales por primera vez, el director Jonathan Levine se mete de cabeza en la comedia cafre con Los tres reyes malos, nueva aportación al cine de juergas contemporáneo y, a la vez, la comedia peterpanesca que el propio Rogen y su coguionista Evan Goldberg han configurado la práctica totalidad de su carrera. Los tres reyes malos añade la nota navideña a su filmografía: a medio camino entre Charles Dickens y Resacón en Las Vegas, con algo de Los fantasmas atacan al jefe y hasta Jungla de Cristal (no me pregunten por qué, las referencias a Hans Gruber son contínuas), la de Levine cumple el expediente en su variedad actual, dedicada en su casi absoluta totalidad al gran problema de cómo diablos convertirse en adulto en un mundo sin, precisamente, anclajes o verdaderas referencias.
Pero a la vez se queda un tanto lejos de la cumbre del género. Tras un prólogo prometedor recitado en verso, que deriva en una primera media hora terriblemente confusa y mal hecha, lo cierto es que Los tres reyes malos acaba entregando un mensaje (sobre el compromiso con uno mismo, la amistad y el amor) más matizado de lo que parecía, y de paso dando un repaso crítico a los modos y motivos del cine navideño. Con un toque siniestro extremadamente valioso, que podría haber dado mucho más de sí (el personaje de Gordon-Levitt, un neoyorquino que perdió a sus padres en un accidente de tráfico en 2001, una fecha que no podía ser más simbólica), los tres reyes malos del título revelan su verdadera naturaleza, la de tres versiones distintas de la crisis de los treinta, cada una enfrentada aquí a su propio camino de maduración y búsqueda espiritual. Gordon-Levitt es, sin embargo, el anclaje emocional del largometraje, o lo debería haber sido si el guión no perdiese el rumbo tan a menudo, dado lo desvaído de los personajes de Anthony Mackie e incluso Seth Rogen, quien de todas formas encuentra aquí una oportunidad de oro para convertirse en el amo de la película.
Por el camino, referencias pop por un tubo y la presencia de James Franco y Michael Shannon como invitados de excepción (el primero para profundizar en su relación artístico-gay con Rogen; el segundo como un sobrenatural camello dickensiano), además de un puñado de gags catalogables como pura hazaña. El que acaba con Rogen, un judío hipster entregado a todo tipo de subidones, vomitando dentro de una iglesia, sólo puede ser calificado de memorable, pero hay alguno más que nos reservamos comentar. Los tres reyes malos podría haber sido mejor, pero cumple en lo fundamental: los gags son constantes pero todo o casi todo lo que ocurre en ella nace de la crisis que atenaza a sus personajes. De modo que no, no está tan mal.