Teníamos el ensayo de Roberto Saviano, CeroCeroCero; también el díptico de Don Winslow, El poder del perro y El cártel; teníamos las series de televisión, Breaking Bad y Narcos. Nos faltaba un documental como Cartel Land para tener la panorámica más completa sobre el cáncer más mortífero –político, económico, policial y de salud pública– que se extiende como una metástasis por el mundo entero: las drogas ilegales.
Dirigido por Matthew Heineman y producido por Kathryn Bigelow (En tierra hostil), retrata cómo el narcocrimen organizado ha puesto contra las cuerdas al Estado mexicano, llevándolo a ser casi un Estado fallido, y está ganando la guerra que declaró Nixon en EEUU contra las drogas. Su punto de vista es su principal baza: en lugar de centrarse en los jugadores habituales, los príncipes del narcotráfico y los campeones de la DEA o la CIA, Matthew Heineman ha puesto su foco en grupos de ciudadanos hastiados, indignados y rebeldes contra el totalitarismo de los criminales y la impotencia del Estado de Derecho para defenderlos. Mezclándose entre ellos, incluso cuando hay tiroteos, Heineman consigue un documental emocionante y valiente, a medio camino entre el reportaje fotográfico de Walker Evans en Hablemos ahora de hombres famosos y el John Ford de Batalla en Midway, que le valió un corazón púrpura.
A ambos lados de la frontera, Heineman entrevista a dos líderes de ciudadanos paramilitares en Arizona y en Michoacán, dos movimientos de autodefensa ciudadana que hubiesen hecho las delicias de Alexis de Tocqueville. José Manuel Mireles y Tim Foley dirigían en el momento de realización del documental un grupo de autodefensa ciudadana en Michoacán y el Arizona Border Recon, respectivamente. Mireles se enfrentó a los Caballeros Templarios, una banda de narcoterroristas que entre otras lindezas cortaban las cabezas a sus adversarios. Foley, por su parte, lucha contra cualquier cosa que surja, narcotraficante o espalda mojada, del peregrinaje a través del muro de la frontera de miles de kilómetros que separa México y EEUU a través de un desierto implacable.
Las secuencias iniciales y finales consisten en unos tipos con mala pinta cocinando unos mejunjes a la intemperie en cubos de plástico, de los que se elevan unos vapores blanquecinos. Podrían ser Ferran Adrià o Dani García dándole caña al nitrógeno líquido para esferificar una deconstrucción del núcleo irradiante de una aceituna, pero son unos narcos fabricando metanfetamina de una forma tan cutre y sucia que si los viera Walter White, el riguroso y metódico narcoquímico de Breaking Bad, se llevaría un soponcio. Con la cara tapada con una servilleta como si fuera el subcomandante Marcos en Chiapas, el narco nos imparte un máster veloz y gratuito en Economía de la Droga: cada vez producen más porque habrá oferta mientras que la demanda siga creciendo. Viene a decir que si quieren acabar con el narcotráfico no tienen que ir a por los productores sino a por los consumidores. Con tres mil dólares compras un kilo de cocaína en México, que luego puedes vender por 70.000 en Nueva York. Incluso alguien tan prudente como Warren Buffet invertiría en un negocio tan productivo.
Como ocurre en los mejores documentales, la clave reside en que el director tenga buen ojo para captar la verdad y la belleza que ofrece la realidad a pelo. Buen ojo y algo de suerte. En este caso, Heineman se ha encontrado con dos protagonistas con presencia y magnetismo, discurso y potencia. Si hubiera sido una película de ficción, los personajes de José Manuel Mireles y Tim Foley habrían sido interpretados por Robert Duvall y Paul Newman, respectivamente. Foley tiene unos asombrosos ojos azules y unas arrugas profundas como surcos de arado. Cuando explica dos apuntes sobre su desastrosa vida hasta que encontró un sentido a la misma en la lucha paramilitar de frontera comprendes que tenga esa mirada, entre cansada y alucinada.
También, como resulta inevitable en cualquier documental, al fin y al cabo un mapa a escala de la realidad, se adivinan agujeros negros. ¿No serán acaso los caballeros justicieros de Mireles el reverso tenebroso del ya reverso tenebroso de los Caballeros Templarios? Pero el documental es relevante (más que relevante, imprescindible) porque plantea la cuestión clave en la que se basa la civilización: allí donde el Estado está ausente, la ley del más fuerte prevalece.