Crítica: 'Sicario', con Emily Blunt y Benicio del Toro
Atención a 'Sicario'. Podría ser de las mejores películas del año.
El canadiense Denis Villeneuve apenas ha necesitado cuatro películas, Incendies, Prisioneros, Enemy (adaptada de El hombre duplicado de José Saramago) y ahora Sicario, para auparse como uno de los directores de thriller más interesantes y a contracorriente del panorama internacional. Ambientada en la lucha contra el narcotráfico, las bandas y sus operaciones en la frontera de EEUU y México, la película que protagonizan Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin podría parecer, sobre el papel, un derivado o secuela de la célebre Corrupción en Miami de Michael Mann, pero sustituyendo la adrenalina por otro tipo de inseguridad. En manos de Villeneuve, la presente es de todo menos un glamouroso y apetecible paseo por un mundo peligroso aunque, en el fondo, atractivo. Y mucho menos todavía, un mero filme de acción manufacturado.
Sicario es un thriller de suspense y acción narrado con gran economía y en (prácticamente) clave de cine de terror, de tan oscuro -en lo visual y moral- que es la óptica aplicada. Toda la película está recorrida por una sensación de extrañeza y amenaza tan abstracta y opresiva -miedo- que uno se pregunta qué puede haber si se descorre la cortina. En un momento del largometraje, el espectador acompaña a Emily Blunt por el túnel por el que las mulas pasan la droga por la frontera, y Villeneuve -lejos de enfocar los fuegos artificiales y los tiroteos- parece más interesado en retratarlo como si esa cueva fuera la mismísima boca del infierno. Claro que ése no es el objetivo de Villeneuve ni del guionista Taylor Sheridan, o no el único, sino más bien mostrar un mundo sin héroes donde incluso el Bien está teñido de oscurísimas sombras. Tras un par de episodios flojos en su sección central, en los que Emily Blunt trata de defender un personaje que se torna débil e inverosímil a pasos gigantes, la película va retorciéndose pacientemente sobre sí misma para plantear una duda moral sin igual. Es mejor esperar un poco más: a medida que el personaje Benicio del Toro va cobrando protagonismo, Sicario se revela ante el espectador en todo su sentido. Un sentido horroroso.
Hacía mucho tiempo que el espectador no participaba de esta manera en un thriller de acción. Villeneuve se muestra mucho más interesado en reflejar la tensión psicológica de un operativo policial (los agentes vomitando después de irrumpir en la casa de unos narcos) que en los golpes de efecto visuales, aunque se los reserva en suficiente grado. Y conduce al espectador a través de una suerte de viaje más o menos iniciático, el de la agente Macer (Emily Blunt), que refleja tanto el horror de la violencia del cártel como la trastienda de las operaciones tácticas contra la droga. Secuencias tan prolongadas como la irrupción del convoy de las autoridades en Ciudad Juárez, reflejado como una laberíntica zona de guerra a punto de estallar, ponen simplemente la piel de gallina. Pero aún más raro y extraño resulta el laberinto burocrático al que se encuentra Macer, que ni Villeneuve ni su guionista se molestan en aclarar al espectador mucho más que a la propia protagonista (lo que redunda en esa sensación ominosa y ese giro final en el que el "abogado del luto" entra en escena). Magistral.
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