Ha llegado a España la primera película de Joe Vanderbilt, el guionista de una de las mejores y más infravaloradas películas de la pasada década, Zodiac. Ambas están basadas en hechos reales y gravitan en torno al mundo del periodismo, pero mientras aquella era una reflexión sobre los límites de lo que podemos conocer, hasta el extremo de que terminaba sin que supiéramos a ciencia cierta si el hombre identificado como el asesino del zodiaco era realmente el asesino del zodiaco, La Verdad ha optado por ser una película mucho peor.
Vanderbilt tenía una elección. Podía rodar una película sobre cómo un error, provocado probablemente por un sesgo político compartido por todos los implicados, una confianza excesiva en su propia competencia profesional y la presión por salir en antena lo antes posible, destruye las carreras de unos periodistas galardonados y con grandes éxitos a sus espaldas. O podía construir una burda película de buenos y malos, donde unos grandes profesionales son cuestionados por motivos políticos y despedidos por una conspiración político-empresarial de primer nivel. Eligió la segunda. Y es una verdadera desgracia, porque la primera opción, en manos del guionista de Zodiac, podría haberse convertido en un verdadero peliculón.
El escándalo ‘Rathergate’ o ‘Memogate’
La película narra el escándalo que acabó con la carrera periodística de Dan Rather (Robert Redford), el primer periodista en cubrir el asesinato de Kennedy y el sustituto del mítico Walter Cronkite como presentador de las noticias nocturnas de la CBS, un puesto que ocupó casi veinticinco años. Está basado en el libro de la productora Mary Mapes (Cate Blanchett), la responsable de investigar y llevar a la pantalla una historia sobre el historial militar de George W. Bush un par de meses antes de que lograra imponerse a John Kerry y ser reelegido. Su último trabajo había sacado a la luz las torturas de Abu Ghraib y se encontraba sin duda en el cénit de su carrera. Ya había investigado esta historia en el año 2000, pero la muerte de su madre le había impedido terminar el trabajo. Era su oportunidad.
Durante la primera parte de la película vemos cómo los periodistas van encajando las piezas hasta montar una historia, que se nos presenta sin fisuras. A Bush le enchufaron a comienzos de los 70 en la Guardia Nacional de Texas, donde fue piloto de caza, para que así pudiera eludir la obligación de ir a la guerra de Vietnam. Aunque al comienzo cumplió con honores y recibió numerosos elogios de su inmediato superior, el coronel Killian, no llegó a cumplir los seis años de servicio. Además hay huecos en sus registros militares que permiten sospechar que en realidad ni siquiera cumplió parte del mismo con la aquiescencia de sus superiores. Y finalmente aparecen unos memorandos supuestamente escritos por Killian, que ya había muerto y no podía declarar nada; los documentos no son originales sino copias, pero probarían que fue presionado para obviar las incomparecencias de Bush.
Tras la emisión del programa, blogueros de derechas ponen en duda la autenticidad de los documentos. La causa más obvia: que resulta difícil creer que un despacho militar en los años 70 tuviera una máquina de escribir que usara una tipografía de paso variable, es decir, en la que cada letra ocupe un ancho distinto, incluyendo además caracteres en superíndice. Uno de ellos escribió el documento en el Microsoft Word disponible en la época sin tocar nada de la configuración estándar y creó una copia exacta del documento en todo: el tipo de letra, el tamaño, el kerning, el interlineado...
La falsificación resulta ser tan obvia y tan gráfica que otras cadenas de televisión y periódicos empiezan a investigar la historia y a destapar sus agujeros. La secretaria de Killian afirma que su jefe no escribía a máquina y ella no escribió esos memorandos. CBS, Rather y Mapes se enrocan y durante dos semanas defienden la autenticidad de los documentos hasta que Rather se ve obligado a claudicar y retractarse y disculparse en pantalla. Tras una debacle que ha puesto en duda su credibilidad, CBS encarga a una empresa externa una auditoría tras la cual Mapes es despedida y Rather jubilado prematuramente.
Cómo nos engaña ‘La Verdad’
Vanderbilt no es que sea un director con oficio, capaz de llevar al espectador donde quiere sin que se note. Se le nota. Y mucho. El tratamiento de Rather, Mapes y su equipo es el que se dispensa a los héroes, mientras que sus superiores y los miembros del comité encargado de investigar los hechos se nos muestran claramente como los villanos. Así, cuando uno de los héroes se encara con uno de los villanos desvelando a voz en grito una conspiración entre Bush y Viacom, la empresa propietaria de CBS, para hundir sus carreras, el productor ejecutivo que ejercía de inmediato superior de Mapes le responde:
– Claro, no es que la cagarais con una historia. Es una conspiración.
La frase resume toda la estupidez y cabezonería de los periodistas incapaces de reconocer que, efectivamente, la cagaron. Pero la dice un personaje que nos han pintado bajo la peor luz posible durante todo el metraje. Además, nuestro héroe le responde que a él también le acabarán echando y la mirada de nuestro villano resume perfectamente lo que está pensando: que es posible y que todo lo malo que está haciendo y que sabe que es malísimo igual no le sirve de nada. Cuánto habría ganado la película si en lugar de eso le hubiera hecho contestar algo de esta guisa, aunque mejor escrito:
– Puede que me despidan. Y puede que lo merezca.
Pero entonces ya habría sido un personaje algo más complejo y habría desdibujado la frontera que tan claramente se ha encargado de marcar Vanderbilt. Algo similar sucede cuando uno de los miembros del comité que investiga el escándalo hace un devastador resumen de todos los errores cometidos por Mapes; como la película se ha encargado de informarnos de que aquello no es más que una cacería con las conclusiones escritas de antemano y los personajes y su interrogatorio son bastante antipáticos, el resumen pierde casi toda su fuerza.
Sabiendo que toda película basada en hechos reales debe simplificarlos para ajustarse al metraje, es revelador el grado de detalle al que llegan para intentar justificar la postura de Mapes y Rather y cómo omiten otros detalles que les dejarían en mal lugar. Durante buena parte de la película vemos a Mapes argumentando que la historia sigue siendo cierta aún sin los documentos. Pero el caso es que sin ellos no tenían nada. Tan sólo el testimonio de un político, Ben Barnes, que aseguró haberle enchufado en la Guardia Nacional de Texas para que evitara ir a Vietnam, aunque sin petición directa ni de Bush padre ni de Bush hijo. Honestamente, yo siempre he creído que eso era verdad. Pero el político en cuestión no sólo era demócrata; es que estuvo entre la decena de personas que más dinero recaudó en aquellas elecciones para John Kerry, el rival de George W. Bush en las urnas. Por sí solo, por tanto, su testimonio era bastante endeble. Naturalmente ese detalle no se menciona en el film.
Otra de las acusaciones que lanza el comité contra la veracidad de los documentos es el uso de las siglas OETR, que los militares consultados no conocen: el que siempre han usado es OER. Para defender el documento Mapes muestra un documento del historial de Bush titulado "Officer Effectiveness Training Report". En la película no se llega a ver, pero el documento real tenía el clásico agujero circular para archivarlo en una carpeta con anillas justo entre la segunda y tercera palabra: el documento en realidad se llama "Officer Effectiveness/Training Report" y sus siglas son OER. Lo que nos lleva al detalle más grave que la película deja fuera.
¿Qué sucedió (probablemente) en realidad?
La primera vez que se usaron las siglas OETR fue en un blog en el verano de 2004, justo cuando comienza la investigación. La película abre con un montón de información que el equipo de Mapes parece haber averiguado por su cuenta sobre el historial de Bush. Sin embargo, toda esa información coincide casi al milímetro con lo que contaba un blog de un activista demócrata, Paul Lukasiak, que fue el primero en indagar en el historial militar de Bush y publicar las siglas OETR, debido al error al que nos referíamos antes. Al final del film, Mapes se pregunta cómo es posible que un falsificador sea tan inteligente como para saber tanto sobre el historial de Bush y conocer tan bien la jerga militar y que luego la cague en algo tan básico como es el uso de Microsoft Word. La pregunta queda sin respuesta, claro, para que el espectador piensa que oye, igual los documentos eran reales.
Pero la realidad parece más prosaica. Tanto Mapes y su equipo como el falsificador, probablemente la fuente de Mapes, el teniente coronel retirado de la Guardia Nacional de Texas Bill Burkett (Stacy Keach), se basaron en la misma fuente: el blog de Lukasiak. Burkett cambió varias veces su versión sobre dónde había obtenido los documentos y pidió a cambio de entregarlos que le pusieran en contacto con la campaña de Kerry. Llevaba años obsesionado con el servicio militar de Bush. Sabemos por un post en su propio blog que había leído a Lukasiak. Parece razonable pensar, usando a nuestra amiga la navaja de Okham, que creó los documentos con la esperanza de que hicieran perder la reelección a un presidente que aborrecía.
¿Por qué Mapes se tragó los documentos? Pese a que la película hace lo mejor que puede para ocultarlo, lo cierto es que ninguno de los expertos con los que consultó los dio por buenos; sólo uno se atrevió a dar por cierta la firma, pero siendo una copia no era posible determinar si esa firma correspondía a ese documento o se había copiado y pegado de otro. Alguna otra fuente, a la que la película da una importancia desmedida, corroboró que son algo que Killian podría haber escrito, pero nada más. Pero la historia era demasiado buena. Como dice su marido durante el film, Mapes había investigado el asunto para las elecciones anteriores, que se decidieron por un puñado de votos; si no hubiera muerto su madre y hubiera emitido el programa entonces, quizá el presidente fuera Al Gore...
Pese a que la película desprecia el sesgo político como hipótesis, es difícil no ver que la historia era demasiado buena como para comprobarla a fondo, al menos para un periodista de izquierdas en aquellas elecciones. Quizá por eso Mapes y Rather obviaron todo aquello que pudiera matizar sus hallazgos, como que tres militares que compartieron servicio con Bush habían declarado que éste pidió ser destinado al sureste asiático y el traslado le fue denegado por no tener las suficientes horas de vuelo.
El sesgo era, además, compartido por toda la cadena de mando de CBS News, desde los reporteros de Mapes hasta el director, lo que hacía difícil que nadie hiciera saltar la voz de alarma. Joe Scarborough es un excongresista republicano que es una rara excepción ideológica en la cadena de noticias por cable MSNBC, muy escorada a la izquierda. Hace un par de semanas preguntó a sus tertulianos si había existido algún republicano que durante los últimos 50 años hubiese presentado en cualquiera de las tres grandes cadenas en abierto un programa dominical o las noticias de la noche, los dos géneros del periodismo televisivo americano con más influencia y audiencia. La respuesta fue, naturalmente, que no.
Un consenso de redacción sin voces discrepantes y una periodista que se deja llevar por una fuente que debería haberle hecho saltar las alarmas. Eso es todo. Y es algo parecido a lo que sucede con la película La Verdad. Vanderbilt se ha fiado de una única fuente para elaborar su guión, una fuente que, hasta el día de hoy, sigue sosteniendo que aquellos documentos eran reales.