Crítica: 'El último cazador de brujas', con Vin Diesel
Pese a sus esfuerzos, la última de Vin Diesel parece más un videojuego de Playstation que una película.
Durante el visionado de El último cazador de brujas, el recuerdo de dos filmes como El chico de oro y El fin de los días asaltó la cabeza del cronista. No por tratarse de dos obras de referencia (aunque ya quisiera Vin Diesel poseer el vigor en pantalla de Eddie Murphy y Arnold Schwarzenegger en sus mejores tiempos) sino porque las tres películas comparten cosas, sobre todo una estructura de procedimental policial muy típica de los noventa destinada a sostener una fantasía urbana que el filme protagonizado por Diesel adereza -signo de los tiempos- con una amalgama de motivos y referencias (algunos dirían confusión de ideas) más propia un videojuego de Playstation de los de fondo de catálogo.
Lo mejor de El último cazador de brujas es, por eso, el descaro con el que Breck Eisner conduce el barroco show de efectos visuales al servicio de su estrella. Reservando las explicaciones argumentales a Michael Caine y Elijah Wood (éste tristemente desaprovechado), el filme se sostiene gracias al carisma estoico de Diesel, un sujeto tan capaz de plasmar en pantalla una determinada dureza entrañable como -me temo- confundido sobre la naturaleza real de su actuación. Y, a la postre, de su último juguete cinematográfico, construido como regalo y capricho de él para él mismo. En última instancia, lo que le pesa a El último cazador de brujas es esa naturaleza de pastiche digital que nunca se decide por el terror o por la aventura, porque la dichosa conspiración brujil nunca acaba de tomar cuerpo. Un equilibrio que, en definitiva, otros filmes supieron balancear mejor que la presente. La trama de investigación por los bajos fondos de Nueva York se desenreda a la vez episódica y comprimida, demasiado preocupada por dejar recovecos que permitan establecer una mitología (o sea, la forma moderna de llamar lo que siempre fueron secuelas) y sin, finalmente, aportar un villano fuerte o escenas para el recuerdo. Es decir, acertar a expandir su propuesta para que realmente queramos verlas.
Entre medias, referencias de filmes que resultaron más interesantes complementan el último megamix de Diesel. Las pesadillas y visiones que sufren los protagonistas del filme remiten a las mejores Pesadillas en Elm Street; el pisazo de Kaulder en la Gran Manzana (y la presencia de Michael Caine) nos tratan de presentar al personaje como un trasunto de Bruce Wayne; las plagas finales a los Cazafantasmas (que, por cierto, albergaba una batalla final más épica que la presente, por mucho que se esfuerce en puntuarla el músico Steve Jablonsky, de la saga Transformers). Y así podríamos seguir. Si uno sabe tomarse las cosas, El último cazador de brujas puede tener cierto encanto, pero no hay material suficiente para catalogarla de rareza. Al final, lo peor es que no deja de resultar un filme un tanto caprichoso e insulso.
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