Crítica: 'Ricki', con Meryl Streep
Ricki es un melodrama convencional al servicio de Meryl Streep, pero sabe como arrancar sonrisas y lágrimas. Es lo que cuenta ¿o no?
Comenzar un comentario sobre Ricki alabando la versatilidad de Meryl Streep, su protagonista absoluta, desde luego suena a tópico, lo cojas por donde lo cojas. Y para librarnos de ello lo antes posible, aquí está: en efecto, la diva se transmuta en rockera veterana con una facilidad y talento que pasman incluso en ella, a sus 66 años y ya sin absolutamente nada que demostrar en su carrera. Embutida sin aparentes problemas en unos estrechos pantalones de cuero, cantando, bailando y gesticulando como Springsteen, la Streep se olvida de las amas de casa aburridas de sus últimos filmes para plantarse (aparentemente) en el extremo contrario, entregando una de esas actuaciones quizá no excelentes, pero desde luego jamás aburridas, que sólo los ases como Pacino, Nicholson o ella misma son capaces de elaborar. Sobreactuada pero con criterio, Streep se divierte sin que se note demasiado que la película ha sido concebida sobre su personaje, o más bien en torno a ella, segura de que su rockera perdida, tan visionaria como ignorante, a la vez descarada y trasnochada, inevitablemente humana, podría existir perfectamente en algún lugar de ese universo paralelo llamado América.
Pero no sólo en torno a Meryl Streep orbita Ricki. Diablo Cody, la deslenguada guionista que lo mismo ofende como entusiasma, y quizá por eso mismo lo mismo te entrega un filme excelente (Young Adult) que uno decente (Juno) y otro peor que nefasto (Jennifer's Body), está detrás de la película, quizá en la que es su aventura más convencional, y precisamente por eso, también aquella que mejor define su legado. Menos mal que entre tanto extremo está el siempre estable Jonathan Demme, que sabe convertir el libreto en un melodrama familiar correcto cuando menos, rodado con clase y aseado en sus conclusiones, tan perfectamente presentado que casi nos hace olvidar el terrible olvido de guión que Cody (o una labor de montaje leonina) dispensa al personaje de Mammie Grummer, hija de Meryl Streep tanto en la película como en la vida real. Si tenemos en cuenta que en lugar de Demme podrían haber estado -qué se yo- Andy Fickman, Chris Columbus o Lasse Hallström (este último algo menos), esto casi lo mejor que podía haber pasado.
Mucho más un retrato de familia disfuncional que un musical cómico, como quizá ha insistido la publicidad del filme, Ricki es una obra que trata de retratar lo disfuncional desde una perspectiva convencional. Una película nada rebelde sobre un personaje que vive en los márgenes de la sociedad. Pero eso no quiere decir que no agrade en sus convenciones, por mucho que lo más interesante a veces se encuentre en la trastienda: las miradas de desprecio que ciertos personajes dispensan a Ricki en ciertos ambientes snobs, como esa boda hipster, la franquicia de cafeterías o la tienda de alimentos dietéticos; el propio desinterés de sus hijos en volver a contactar con su madre; y sí, el miedo a reconectar consigo misma de Ricki, una mujer que eligió la vida que quería pero también pagó las consecuencias con creces. Todo tiene la suficiente sorna y sentimiento para convencer: ese instante final en la boda, el que Demme reduce el sonido ambiente y destaca la voz de Ricki alentando a su hija, es capaz de arrancar una lágrima, y con eso es con lo que yo me quedo.
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