Geraldine Chaplin cumple este 31 de julio setenta y un años. La mayor de los hijos del gran Charles Chaplin, el universal creador de Charlot, vino al mundo en Santa Mónica, California, pero por consejo paterno siempre ha mantenido su nacionalidad británica. Reparte su vida en Madrid y en la localidad suiza de Corsier-sur-Vevey. Aunque algunas veces repitió lo que tantas otras actrices, tras rebasar el medio siglo de vida acerca de que ya no hay papeles para ellas en el cine. "Gerarda", que es como simpáticamente la han llamado sus amigos españoles, no ha tirado la toalla y es reclamada últimamente para nuevos trabajos.
Juan Antonio Bayona la ha requerido para su próximo film. Es una especie de actriz-fetiche para este realizador, con quien ya ha rodado en otras ocasiones. Isabel Coixet la tuvo a sus órdenes en Mi otro yo. Y más recientemente ha rodado la producción brasileña Dólares de arena, en el personaje de una profesora francesa enamorada de una prostituta dominicana, y también Ich und kaminski, con el director alemán Wolfgang Becker (el de Goodbye, Lenin). Como madre, está encantada del éxito conseguido por su hija Oona en el cine y la televisión (Juego de tronos, especialmente).
El apellido de Geraldine qué duda cabe le ha abierto muchas puertas, pero ello no implica necesariamente que no haya luchado por abrirse paso en el complicado mundo del cine. Desde luego, los periodistas siempre hemos querido saber más cosas sobre su padre. En dos de las varias ocasiones que tuve el placer de conversar con Geraldine Chaplin conseguí algunos interesantes detalles y uno de ellos, creo, poco conocido referente al último guión que su progenitor no pudo llevar a la pantalla: "Se titulaba The freak, y era la historia de un monstruo femenino, una chica de catorce años, medio mujer y con alas, como si fuera un pájaro también. Volando, se estrellaba contra el techo de una casa en la que vivía un geólogo". Aquel proyecto tropezó con la incomprensión de los productores, cuando ya Charles Chaplin contaba ochenta y cuatro años y desde luego –dato significativo- había fracasado ostensiblemente con su última película, La condesa de Hong-Kong que, como recordarán, fue protagonizada por Marlon Brando y Sofía Loren.
La tarde que yo tenía una cita con Geraldine en su piso de la madrileña calle de María de Molina, cuando vivía con Carlos Saura, observé un paquete voluminoso de cartas en una estantería: "Son de mi madre –me reveló-, que es con quien tengo correspondencia, porque mi padre no me escribe. Vamos, no escribe a nadie. Sólo se manifiesta poniendo una equis en cada carta o detrás de los sobres". Y me mostró algunos de ellos, con el garabato del mayor genio del humor en el cine. Del que su hija me contaba también lo siguiente: "Cuando ya vivíamos en Suiza, después de abandonar Estados Unidos, recuerdo a un padre muy severo que me pegaba algunos azotes hasta que empezaron a salirle eczemas en las manos. Aquellos castigos se debían a que yo no estudiaba demasiado, y algunas otras veces por romper muebles o algunos objetos valiosos. Para él, otra cosa muy importante que me inculcó siempre fue la disciplina. Se levantaba muy temprano y todos los días se ponía a escribir y a leer. Aquella disciplina pienso que me ha servido mucho en mi carrera de actriz. Y eso que a mí no me gustaba de niña el cine y nunca le pedí un trabajo a mi padre, aunque acabé haciendo un papelito en Candilejas y luego ya en La condesa de Hong-Kong.
Investigué algún tiempo las veces que Charlot estuvo en España, en Madrid y en San Sebastián, el verano de 1931, que solía pasarlo en Biárritz. Acudió el 10 de agosto de tal año a una corrida de toros en el viejo "Chofre" donostiarra, en la que los cuatro espadas actuantes (Marcial Lalanda, Nicanor Villalta, Vicente Barrera y Manolo Bienvenida) le brindaron la muerte de su primera res. Geraldine me informó que sólo recordaba el viaje que compartió con sus padres en 1961 a la isla de Mallorca. De él me comentó que la película que más le gustaba era Monsieur Verdoux, estrenada en 1946, sin éxito: "Era la vida de un asesino de mujeres ricas, especie de Landrú, un ser delicado por otra parte, que no quería aplastar una flor o una lombriz. Mi padre era muy sensible a las críticas negativas y dejó por un tiempo de hacer cine. En otro orden de cosas nos inculcó a todos los hermanos que nos buscáramos la vida por cuenta propia. Como yo quería ser bailarina, me marché a Londres, viviendo con una familia polaca que alquilaba habitaciones a los estudiantes. Tenía el dinero justo. Como me convenciera de que no sería una figura de la danza hice las maletas y me planté en París. Y allí me gané la vida de muchas maneras: como modelo, de "extra" en televisión, limpiando elefantes en un circo… Todo hasta que un cuñado mío se empeñó en presentarme a gente relacionada con el cine y así es que como debuté en una horrenda película, Secuestro bajo el sol, con Jean-Paul Belmondo. Aquello fue un juego: cuanto hice me parecieron estupideces. Menos mal que David Lean se fijó en mí proponiéndome intervenir en Doctor Zhivago. Fue cuando comprendí que debía tomarme el cine en serio".
Comenzó una ininterrumpida carrera cuya filmografía en la actualidad se compone de ciento diez títulos. Aquella superproducción determinó que, a partir de 1964, se quedara a vivir entre nosotros. Tuvo un romance con Manolo Velasco, el hermano de Conchita. Y luego una prolongada convivencia junto a Carlos Saura, entre 1966 y 1979, fruto de la cual les nació en 1974 su hijo Shane. Al disolverse la pareja, Geraldine Chaplin se enamoró del fotógrafo y director cinematográfico chileno Patricio Castilla, con quien tuvo una niña, que hoy se anuncia en los repartos Oona O´Neill (es el apellido de su bisabuelo materno, Eugene O´Neill). No quería Geraldine que fuera actriz, pero ella, que reside en Londres, se ha salido con la suya. En mayo se estrenó su última película, El viaje más largo. Ha intervenido en Juego de Tronos (su personaje era Talisa Maegyr), en varias series inglesas (Dates y The Hour) y en algunas películas españoles de directores noveles.