Antes que nada, una advertencia que llega tan tarde como el día del Juicio Final: manténganse alejados de toda la publicidad de esta Terminator: Génesis, quinta entrega de la saga de ciencia ficción iniciada por James Cameron en el año 84. Y, de hecho, manténganse también lejos de esta crónica hasta ver la película, ya que tratando de exprimirla para averiguar su sentido (¿no debe ser ese el espíritu de un texto, más que aconsejar a despistados o hacer guiños a la distribuidora?) también desvelamos ese giro ya-no-tan-inesperado. Por razones que se me escapan, la promoción ha decidido desvelar la sorpresa que da verdadero significado a esta quinta iteración cinematográfica de la serie, una que se presenta bien pasada la hora de metraje, dando si cabe más armas a quienes desean hundir una película que no nace precisamente con un pan debajo del brazo.
Y tras esta advertencia, otra más, esta última más personal. Les adelanto que un servidor, defensor de causas perdidas, se considera un simpatizante de la denostada Terminator 3. La rebelión de las máquinas (2003), primero de los títulos de la saga que no contó con la vinculación de Cameron y en provocar la ira homicida de los fans. Un filme casi vocacionalmente menor que pese a sus fallas y lagunas (en el reparto, dibujo de los personajes...) compensaba su menor imaginación con mucha energía visual y un sutil afán paródico. Y sobre todo, con una filosofía de pura pesadilla si cabe más cortante y brutal que las filmadas por el canadiense.
Comprenderán entonces que no le ponga demasiados problemas a la premisa de esta Terminator: Génesis, y más cuando su reparto vuelve a estar liderado por el inimitable Arnold Schwarzenegger, a quien aquí llaman "abuelo" y que -lo decimos ya- no encuentra problema alguno en adueñarse de toda la película. Digo esto porque quienes se sientan apegados al canon generado por las dos entregas originales, quienes las consideren perfectas e intocables (y, la verdad, siguen siendo insuperables) mejor que se alejen de la película dirigida con sosería por el británico Alan Taylor.
La quinta entrega de la franquicia de ciencia ficción es, como corresponde a los tiempos, un filme de verano más grande, atronador y excesivo; también uno alejado de la sencillez en el trazo narrativo (pero complejidad en las implicaciones) de los de Cameron. Y en última instancia, y pese a lo indefinido de algunos personajes -lo explicamos al final- también más tierno. Aquí la gran protagonista es la premisa argumental, un enorme cachivache que deja a la gran paradoja de las dos primeras películas en un paseo por la playa. El resultado es un filme bastante loco, tan fiel y devoto del original como -en realidad- enredante con él. Terminator: Génesis parte de los eventos narrados en el primer Terminator para después proponer una variación más o menos razonable del mismo, al que guiña el ojo y a la vez corta la manga en algunas ocasiones y todo al mismo tiempo. También, por eso mismo, es una película que en su primera hora se enreda en mil y un explicaciones, tratando de justificar algo descabellado, tapar algunos agujeros de lógica y desgastanduo la pureza original de la idea.
Y es que si hace una semanas hablábamos de Jurassic World como nuevo paradigma de la secuela/remake, esperen a ver Terminator: Genesis, un filme tan consciente de la importancia de la primera entrega que durante parte de su metraje "habita" literalmente los eventos narrados en ella. Esta vez cambiamos el punto de vista, que sería el de Kyle Reese (ya no más Michael Biehn, demos la bienvenida a Jai Courtney, sin duda uno de los elementos más flojos de la función), un tipo que, como él mismo nos confiesa en la voz en off del comienzo, ha nacido después del Juicio Final visualizado por primera vez en el filme del 91. Hasta aquí, en realidad, todo normal: Reese nos presenta un mundo extenso y verde... arrasado por el inevitable Apocalipsis de Skynet, ya saben, ese computador militar que tomó conciencia y decidió aniquilar la principal amenaza para su supervivencia: nosotros.
La planicie con que Taylor (responsable de algunos buenos capítulos de Juego de Tronos y de uno de los peores Marvel hasta la fecha, la secuela de Thor) pone en escena la película, así como las limitadas interpretaciones que obtiene de Courtney y el nuevo John Connor (Jason Clarke) son sin duda dos de las grandes debilidades de esta Terminator: Génesis, filme que detrás de su discutible e interesado afán revisionista nos deja caer un concepto furtivo y subterráneo que vale su peso en oro. Porque todo en Génesis [SPOILER] está dirigido a socavar la figura y el discurso mesiánico de John Connor, el salvador de la humanidad transformado aquí en una figura líquida que es, a la vez, mártir y -por primera vez- villano. Todo un signo de los tiempos y una maniobra atrevida e inteligente, si me preguntan, que exprime y comprende las implicaciones del proyecto emprendido por Cameron.
Porque lo hace respetando pero forzando al límite ese gran concepto que éste repitió hasta la saciedad, aquel "no hay destino" que la genial pirada de Sarah Connor dejó escrito en una mesa del desierto: el futuro no está escrito, aunque insiste en precipitarse, y ya metidos en el siglo XXI éste es una cosa de locos. Génesis nos mete de lleno en esa lucha por ganar al destino, pero a la vez metiéndonos en vena el vértigo de los múltiples futuros posibles, abriendo una nueva línea de acción paralela que multiplica la paranoia y la inseguridad: la mejor manera de que Skynet cumpla su misión es, de hecho, tratar de impedírselo. Agradézcanselo a J.J Abrams, o mejor dicho, a esa gran secuela que fue Regreso al Futuro II, otro filme que se choteaba de la reproducción en serie entre original y secuela inyectándose literalmente en el original para cambiar su devenir.
Lo farragoso de la idea, junto a la evidente reducción de la implacable violencia del original (está calificada PG-13, con lo que ya saben: no hay apenas víctimas colaterales ni sangre) son lo peor de esta Terminator: Génesis, un filme entretenido y moderadamente ingenioso en su punto de partida, que causa apego por su esfuerzo en reinventar la franquicia pero que a la vez no profundiza en algunas de sus tesis (Skynet, finalmente, es un diabólico Bluetooth que enlaza nuestros dispositivos: por favor, un poco más de profundidad).
Schwarzenegger está formidable, y paradójicamente es su personaje el que establece vínculos nuevos con esa familia disfuncional que le ha tocado proteger, ayudando a renovar el panorama humano de la película. Pero ni Jai Courtney ni Emilia Clarke parecen cómodos, anulando parte de ese gancho dramático que las películas de Cameron sí tenían. Terminator: Génesis, no obstante, abre nuevas incógnitas que tampoco están tan mal. Esa familia insólitaa que acaban configurando T-800, Reese y Connor, ya sin una figura redentora que justifique su misión, genera preguntas y nuevos horizontes. El guión de Patrick Lussier y Laeta Kalogridis, que pide a gritos un director más potente y afilado (en ausencia de Cameron, se me ocurre Mostow, que firmó la mencionada tercera entrega) abunda en conceptos interesantes, y para empezar, rompe en pedazos ese bucle infinito entre Kyle Reese y John Connor, una relación paterno-filial divinizada en la que el padre biológico es a la vez subalterno del hijo, redentor de la humanidad... proponiendo después una inesperada solución, en apariencia más complaciente, pero también repleta de incertidumbres, y que entronca perfectamente con los nuevos tiempos. Terminator: Génesis es una película que efectivamente puede construir franquicia... o al menos obligarla a recorrer el camino de vuelta con otro par de películas.
Estamos ante un filme con tantos pros como contras, pero en última instancia, también divertido y entrañable (lo que no sé si es una virtud tratándose en un filme de Terminator). Que al fin y al cabo es lo que cuenta.