El caricato argentino Joe Rígoli, fallecido esta semana en la más absoluta indigencia en una clínica del Mar del Plata, se casó ¡cuatro veces! llegando a reconocer en los últimos tiempos que su ruina económica se debió en gran parte a ellas: "Mis mujeres vivieron muy bien tras divorciarse de mí". Y añadía, para que no hubiera dudas, que respectivamente, las tres primeras, se quedaron con los respectivos domicilios en los que habían vivido a su lado: sitos en la barriada madrileña de Pinar de Chamartín, en Majadahonda y en Buenos Aires.
Fueron épocas en las que vivía a lo grande, producto del éxito en los programas Tarde para todos, en 1972, donde popularizó su personaje Felipito Tacatum y la frase que se convirtió en latiguillo coloquial en toda España, "Yo, sigo"; ¡Señoras y señores!, Fantástico y Un, dos, tres... Por entonces, segunda mitad de los años 70, llegó a percibir algunos meses ¡cinco millones de pesetas!, respetable cantidad que le permitió alcanzar una envidiable situación económica: "Yo me compraba un coche, pero no cualquiera, sino el mejor… Y daba dinero a gente amiga que lo necesitaba… Dinero fácil, que lo gastaba igual que venía". Jamás se había visto en una ocasión igual, habida cuenta sus humildes orígenes.
De nombre Jorge Alberto Rípoli, vino al mundo en una modestísima vivienda, de esas con derecho a cocina que comparten varias familias. Entró con catorce años a trabajar en el circo Kokito. Su misión era colocar las sillas, desplegarlas, cerrarlas cuando el público se marchaba. Un día le dio por actuar él mismo, con monólogos propios, en plan payaso. Pero en vez de anunciarlo con su nombre le inventaron otro, Joe Rígoli, que él acabó aceptando, qué remedio, aunque rezongaría: "Parece el de un gánster de Chicago". Con el tiempo se hizo muy conocido en Argentina a través de la televisión, el cine y el teatro. A España vino en 1971, como actor cómico en la compañía de revistas de su compatriota Ethel Rojo. Y después ya fue desarrollando su faceta humorística en los antedichos espacios televisivos. Se estableció en Madrid con su esposa, la primera de las cuatro que tendría en su agitada biografía sentimental. Se trataba de la actriz Susana Mayo, con la que había contraído matrimonio en Argentina en 1964. Estuvieron juntos hasta 1977. Formaron una conocida pareja en la farándula madrileña.
Entre otros "ligues" ocasionales Joe Rígoli acabó emparejándose a principios de los años 80 con una cantante llamada Marisa. Ya su caché artístico había descendido, tras su última aparición en el programa de Televisión Española El kiosko, en el que permaneció entre 1984 y 1987. Hizo luego las maletas y volvió a Buenos Aires, donde lo contrataron para la serie Los Libonatti. Dirigió una película, que fue un fracaso. Y un día se reencontró con su paisana Noemí Lidia Ancerí, modelo de profesión, casándose en mayo de 1989. El tercer matrimonio del cómico. Con ella retornó a España en 1993, estableciéndose en un piso madrileño donde les hice un curioso reportaje. Resulta que ella era budista y habían instalado en la vivienda un pequeño santuario donde rezaban a diario. Tenía entonces Joe Rígoli cincuenta y siete años. "A la tercera va la vencida", me comentó, creyendo que ese iba a ser su último desposorio.
No le habían ido bien las cosas últimamente porque cometió el error de invertir sus ahorros en un negocio de perfumes, que lo dejó con números rojos en el banco. Así es que trató de recuperar su popularidad pero no lo conseguiría. De nuevo en su país, se enroló en una serie televisiva que, a la postre, sería la última de su vida, con la que obtuvo el postrero de sus éxitos artísticos: Casados con hijos. Era el año 2005. Desengañado de sus tres matrimonios, no obstante probó suerte una cuarta y ya definitiva vez. En esta ocasión con una abogada y también actriz llamada Fátima. Él le llevaba treinta y tres años de diferencia, mas no le importó casarse con ella en 2010.
Fue otro rotundo fracaso sentimental para un actor ya abocado a la decadencia: sin contratos, sin patrimonio alguno. Llegó a mendigar por las calles. Vivió una temporada alojado en un hostal que sufragaba la Casa del Actor, en el centro de Buenos Aires, a los que como él se hallaban desamparados. De allí salió parece ser que de mala manera, ya envejecido, sin horizontes. Terminó estableciéndose en Mar del Plata, a cuatrocientos kilómetros de la capital argentina, lugar de recreo sólo que para Joe Rígoli no era el idílico lugar de veraneo de sus compatriotas, sino el único sitio que encontró para vivir sus últimos días, gracias a la generosidad de un amigo, que lo llevó a su casa, hospedándolo. De allí saldría hace dos semanas camino del hospital, donde ha encontrado la muerte a consecuencia de una neumonía. Ya no podría repetir aquella expresión con la que se había ganado la popularidad en España: "Yo, sigo...".