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Jesús Laínz

Quiero ser como Forrest Gump

La inmensa mayoría se quedará con los gags y las anécdotas del tonto Forrest pero la andanada de la película contra el mundo moderno es estruendosa.

La inmensa mayoría se quedará con los gags y las anécdotas del tonto Forrest pero la andanada de la película contra el mundo moderno es estruendosa.

Sería una descortesía dejar acabar este año sin recordar el vigésimo cumpleaños de una de esas películas capaces de tentar a algunos a desear traspasar la frontera entre la realidad y la ficción y adentrarse en ellas para vivir una vida diferente aunque sólo fuera durante un rato. Lo confieso: yo soy uno de esos algunos y Forrest Gump es una de esas películas. Porque quizá no hubiera estado mal haber vivido alguna reencarnación como vecino del Innisfree de "El hombre tranquilo", como cazador en la Kenia de "Memorias de África" o como paisano de alguna de las historias de Marcel Pagnol. Y casi hasta como recluso en Shawshank, con la condición, eso sí, de poder acabar escapando por un túnel.

No será fácil saber si su director, Robert Zemeckis, fue consciente de ello, pero de sus manos salió una de las películas más reaccionarias de la historia del cine. De ahí su sabia melancolía. Reaccionaria, sí, porque el honrado, sincero, amable, disciplinado, viril, recto y fiel Forrest es un entrañable representante del norteamericano tradicional, vital y enérgico que poco a poco va dejando de existir y que, con su desaparición, no tardará en condenar a la hoy ya titubeante primera potencia mundial a un inestable futuro como país de segundo o tercer orden.

Pero, sobre todo, porque se trata de una inteligente y a la vez emocionante reivindicación de la superioridad de la vida simple. Y no sólo eso: de la vida simple vivida por un simple. El comportamiento del tonto Forrest es, en todo momento, el de un caballero, y su vida, un ejemplo de dignidad. Por el contrario, la vida de la lista Jenny es modelo de indignidad y un triste retrato de la juventud rebelde y supuestamente progresista que ha esterilizado Occidente desde los destructivos años 60. Al final, y ésta es la moraleja de la película, trágica y esperanzadora a la vez, cada uno recoge los frutos de su vida.

Seguramente la inmensa mayoría se quedará con los gags y las anécdotas del tonto Forrest, siempre en el lugar adecuado en el momento justo, pero la andanada de la película contra el mundo moderno es estruendosa.

Cuando sea mayor quiero ser como Forrest Gump.

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