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Juan Manuel González

Crítica: 'Interstellar', de Christopher Nolan

Interstellar parece una obra maestra, pero no lo es. Lo que sí es incuestionable es que es una gran película.

Matthew McConaughey y Anne Hathaway

Decir que Interstellar supone el regreso de Hollywood al relato de ciencia ficción épica y adulta de décadas pasadas sería el titular más obvio, y sin duda me permitiría salir airoso del trance de describir una película tan exigente como la que presenta ahora el responsable de El Caballero Oscuro, Origen y Memento. Y ya está, ahí lo tienen. Queda dicho. Pero claro, estamos hablando de Christopher Nolan y una de sus grandiosas y enrevesadas gestas multigénero, de uno de los filmes más esperados de los últimos dos años, comparado en mil ocasiones con 2001 de Stanley Kubrick, y con un reparto tan repleto de estrellas como los confines de la galaxia que surcan sus protagonistas (alguno de ellos, por cierto, tan famoso como el oscarizado Matthew McConaughey, por mucho que su nombre no se haya incluido en la campaña de promoción... ahí lo dejamos).

Basada en teorías del físico Kip Thorne, la película nos presenta a un planeta Tierra moribundo y agotado tras una plaga que afecta a las cosechas y va diezmando poco a poco una sociedad sospechosamente igual que la nuestra, pero evidentemente más inculta y pesimista. En esta tesitura, el ingeniero reconvertido en granjero "Coop" Cooper (Matthew McConaughey), por cuestión de azar o algo más, quién sabe, esperen al final, se convierte en el único comandante de un expedición científica al espacio exterior, donde un misterioso agujero negro ha surgido aparentemente de la nada... Aunque la solución quizá esté mucho más cerca de lo que pensamos.

Antes mencionábamos a Kubrick, que con 2001 reivindicó de una vez y para siempre a la ciencia ficción como género "importante" sacándolo del nicho de la serie B para llevarlo, en lo puramente industrial, al ámbito de las grandes producciones. Claro que más que a Kubrick, a un servidor Interstellar le ha recordado mucho más a otras dos películas a menudo vilipendiadas como la olvidada Contact, de Robert Zemeckis y basada en un libro de Carl Sagan, e Inteligencia Artificial, esta última considerada la mágica (o deleznable, depende a quien pregunten) intersección de caminos de dos genios opuestos como son Steven Spielberg y el propio Kubrick. En mi caso, les advierto: esto un halago.

Que Interstellar vaya a perdurar en el tiempo más allá de la extraordinaria experiencia que supone es otro cantar y un tema que, francamente, no tengo muchas ganas de abordar. Al fin y al cabo, sentencias en ciento y pico caracteres las tienen a mansalva en Twitter. Si ésta es una obra maestra o no -y como imaginarán, quizá no lo sea, pese a que su encantamiento es incuestionable y duradero- es un juicio que prefiero abandonar en beneficio de cada lector. Lo que sí está fuera de toda duda, y esto sus detractores más activos no parecen haberlo comprendido, es la ausencia de cinismo de su autor, que trata a su espectador como un hombre hecho y derecho capaz de encajar tantas teorías científicas como giros argumentales inesperados, tomándose la licencia de apelar a nuestras emociones de manera evidente y (esta es la novedad en él) casi candorosa.

En Interstellar Nolan otorga inesperadas texturas adultas al gigantesco pastiche conjuntando su nada modesta odisea espacial con buenas dosis de melodrama familiar y hasta un tradicional cuento de fantasmas, articulado de manera original y visionaria como un colofón a una aventura en el espacio en vez de como un terror doméstico. A mi esta película de fantasmas sci-fi a pequeña escala me gusta casi más que el megablockbuster existencial que nos han vendido, pero tienen para elegir, parece decirnos el director, porque todas confluyen en un drama familiar conmovedor y también un poco aterrador. Nolan realiza por momentos una dura pero nada macabra reflexión sobre el paso del tiempo y una afirmación sobre la necesidad de ceder el testigo que resulta mucho más luminosa de lo esperable en un director forjado en el thriller psicológico más oscuro y rupturista. Relato paranormal, retrato generacional en clave interdimensional y apología de la familia como bastión para resistir a la locura, en Interstellar Nolan traza un camino de regreso, una recomposición moral y formal del individuo que, sin embargo, no cesa de combinar géneros y niveles con el lenguaje de ampuloso blockbuster de autor que ha encontrado en el británico su mayor adalid. La grandeza de Nolan es abordar la complejidad de este jeroglífico multigénero sin caer en el ridículo, fundamentalmente narrando como un condenado, depurando el galimatías respetando la linealidad (emocional, heroica) que aporta una historia de aventuras esencialmente optimista, pese a que la lógica humana de sus personajes siga resultando en ocasiones abúlica.

Dicho otro modo, si quieren más asequible: 1) Matthew McConaughey arrasa con todo continuando su interpretación de True Detective creando un héroe cabizbajo y abstraído, pero capaz si hace falta de replegar el universo si eso significa reencontrarse con su hija. 2) Que Hans Zimmer se renueva a sí mismo con otra partitura musical asombrosa no, absolutamente asombrosa. 3) Y que el ritmo y la sucesión de información es tan apabullante y atronador como en El Caballero Oscuro y Origen, y eso es decir bastante, por mucho que esto no siempre juegue a favor de la película.

Y a las pruebas me remito: cuando Interstellar no trata de explicar nada más que lo que muestra, triunfa. Todo lo que ocurre en su maravilloso primer tercio, aquel que nos da a conocer a Coop y a su familia en la Tierra sin más información que la que captan nuestros ojos y oídos (con segmentos tan poéticos como la persecución en los maizales) goza de cierto aroma a gran drama americano de aires clásicos y nada futuristas, con apego a lo verosímil. Y ahorrándonos todo lo que ocurre en ese planeta donde el tiempo transcurre de otra manera bien distinta, y ya en el terreno de su desenlace (cuando las nociones de lo posible y lo imposible han volado tres o cuatro veces por los aires), el adiós final de cierto personaje estimula tanto o más que el cúmulo de revelaciones y conclusiones que se nos viene encima, delatando la intención de Nolan de acercarse al "sense of wonder" de un director tan aparentemente alejado de sus intereses como Spielberg. O (esperen, que hay más) cuando el director y guionista decide que es hora de romper unos cuantos cacharros y nos obsequia con un desvío a la locura que aproxima su película a la de la otra gran fuerza fundamental (y opuesta) dentro de las películas evento como es Michael Bay y su grandiosa Armageddon (la escena del acoplamiento giratorio, con Hans Zimmer sacando las trompetas del Apocalipsis). Y así podríamos seguir un par de párrafos.

Lo dicho: puede que Interstellar no sea la obra maestra anunciada, pero francamente tanto me da. De presentarnos una NASA escondida entre arbustos pasa a situar a la ciencia y la familia como salvadoras de la humanidad, evolucionando de la angustia a la esperanza y de paso pasando olímpicamente de los agujeros de gusano para adoptar contonos insondables, circulares. Y por todo lo anterior, incluyendo sus defectos, yo ahora sólo quiero una cosa: verla otra vez.

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