La cuestión de los zombis plantea el opuesto perfecto pero complementario a la de los robots. Mientras que las máquinas pensantes apuntan a una posible superación de lo humano, los zombis nos retrotraen a nuestro pasado animal irracional. Por eso The Walking Dead ha evolucionado desde unos parámetros puramente políticos, la deconstrucción de la sociedad humana 2.0 hasta el retroceso al estado de naturaleza 0.0 en las primeras temporadas, hasta el cuestionamiento antropológico de la misma esencia de lo que nos hace humanos en la cuarta y el inicio de esta quinta que acaba de empezar.
El leitmotiv del primer capítulo se centra en esa frase que resuena como un bate de béisbol destrozando un cráneo: "O eres el carnicero o formas parte del ganado", apuntando a la célebre distinción de Carl Schmitt, que dividía la acción política en amigos y enemigos:
El enemigo es simplemente el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.
The Walking Dead nos recuerda que estamos más cerca de lo que pensamos de traspasar la frontera que hemos levantado entre la civilización y la barbarie. Las decapitaciones que perpetran los fanáticos del Estado Islámico y los caníbales del Santuario en The Walking Dead operan en los distintos ámbitos de la realidad y la ficción, pero en el mismo sentido de advertirnos de la bestia que todos llevamos dentro y para cuyo control hemos construido un sistema liberal que opera sobre los ejes cartesianos de la violencia del Estado, por un lado, y los derechos individuales, por otro –y la separación de poderes en tercer lugar–.
Por último, The Walking Dead nos recuerda que el peor virus no es aquel que nos mata sino el que destruye los vínculos de confianza y humanidad entre las personas. Como dijo Roosevelt, sólo hay que tener miedo al miedo. Porque cuando la irracionalidad y el pánico se combinan con la desinformación y la demagogia –como está pasando en esas dos plagas que nos asuelan, el nacionalismo catalanista y el ébola–, entonces surge una fuerza tenebrosa que nos impulsa a reaccionar con miedo y odio. Como se aprecia en el resentimiento y la xenofobia que inundan el mensaje catalanista contra los españoles, convertidos sectariamente en "los otros y distintos" de los que hablaba Schmitt. Y esta es la peor de las epidemias. Por el momento, la víctima propiciatoria sólo ha sido un perro...